BERKELEY,
GEORGE (1685 1753), nac. en las cercanías de Kilkenny (Irlanda), estudió en
Trinity College (Dublín), recibiendo su «B. A.» en 1704 y siendo admitido
c como «Fellow» en 1706. En 1707 fue ordenado en la fe anglicana. En 1724
renunció a su puesto de «Fellow» por haber sido nombrado Decano de Derry,
Interesado en fundar un Colegio en las Bermudas, e dirigió a Londres, y en
1723 partió hacia América, instalándose en Newport (Rhode Island), donde
intentó, sin conseguirlo, llevar a cabo el mismo proyecto que había concebido
para las Bermudas. De regreso a Londres y luego a Irlanda fue nombrado en 1734
Obispo de la diócesis de Cloyne.Uno de los principales motivos que empujaron a
Berkeley a desarrollar su pensamiento filosófico fue el interés en combatir a
los deístas y librepensadores, pero no se puede reducir la filosofía de
Berkeley al solo interés religioso; hay en ella una peculiar mezcla de
intereses religiosos, especulación metafísica y agudeza analítica. Berkeley
es por ello a la vez un metafísico y un «analista», inclusive en el sentido
actual de esta palabra. Es asimismo a la vez un idealista y un empirista. Su
filosofía ha sido calificada por ello de muy diversas maneras: un idealismo
sensualista (o «sensacionalista»), un espiritualismo empirista y anti‑innatista,
etc. Berkeley ha sido asimismo visto como un metafísico altamente especulativo
y hasta paradójico y como un defensor del sentido común. Todos estos aspectos
se hallan en el pensamiento de nuestro autor, pero lo interesante del caso es
que no están disgregados y sin orden, sino formando un conjunto bien
trabado.Algunas de las ideas más importantes de Berkeley se hallan ya en germen
en su «diario filosófico». Allí se manifiesta ya su interés por desbaratar
las opiniones de los ateos y de los escépticos y por mostrar que estas
opiniones están fundadas en una errónea afirmación de que hay ideas innatas.
Cuando nos atenemos a lo dado inmediatamente a la experiencia, podemos echar por
la borda gratuitas hipótesis forjadas por la razón. Lo dado a la experiencia
es lo percibido; la percepción es, pues, la base del conocimiento y no las
ideas abstractas. El nominalismo y empirismo característicos de Berkeley son
ya, pues, patentes desde los comienzos. Estas ideas fueron elaboradas
primariamente en oposición a las de Locke, el cual era, ciertamente, empirista,
pero llegaba a una concepción mecánica del universo y de la mente que
repugnaba absolutamente a Berkeley, por cuanto éste identificaba el mecanismo
con el ateísmo.En su obra sobre la nueva teoría de la visión, su primer libro
fundamental, Berkeley intenta responder a las objeciones que, al negar la
reducción de toda noción a lo percibido, suponen la existencia de realidades
externas Y establecen una falsa distinción entre espíritu y materia, entre lo
interno y lo externo. La teoría de la visión no es una descripción del modo
como opera el ojo; es un análisis de lo que hace posible estimar distancias y
tamaños. Berkeley subraya la importancia a este respecto del entrenamiento y la
práctica. Pero subraya, además, y sobre todo, el papel fundamental que
desempeñan en toda teoría de la visión las expresiones lingüísticas por
medio de las cuales estimamos las cosas vistas. Ya desde este instante el
pensamiento de Berkeley se afina al hilo de un análisis lingüístico. Ello es
probablemente debido al hecho de que Berkeley estima que todo conocimiento es
conocimiento en tanto que expresa el modo como algo es conocido. Por eso la
teoría de la visión es en gran parte un examen lingüístico‑epistemológico
de la cuestión más que un examen psicológico o inclusive epistemológico‑psicológico.Berkeley
rechaza, por lo pronto, toda abstracción y, con ello, todo intento de
hispostasiar en realidades meros conceptos abstractos. Las propias ideas
geométricas no son conceptos abstractos ni entidades ideales subsistentes por
sí mismas: se fundan en representaciones y percepciones, siendo, a lo sumo,
compuestos significativos de percepciones individuales. La abstracción no es
solo imposible de hecho; es contradictoria. Cuando una idea se refiere a una
multiplicidad de objetos que poseen las mismas notas, lo que representa la idea
es un signo, pero no una realidad, y menos todavía una abstracción
precipitadamente identificada con una realidad. Por haber creído en el poder y
la realidad de la abstracción se ha llegado a la mayor aberración filosófica:
a la afirmación de la existencia de realidades externas al espíritu. Debe
observarse aquí que Berkeley no niega que haya objetos externos; lo que niega
es una cierta interpretación dada a lo «externo». Niega, en fin de cuentas,
la supuesta substancialidad de tales objetos. De no tenerse esto en cuenta no se
comprendería cómo Berkeley, que parece llegar a conclusiones sumamente
paradójicas, es al mismo tiempo un filósofo del sentido común. Es, en efecto,
el sentido común el que lleva a pensar que los llamados «objetos externos» no
son substancias, ya que sostener lo último es sencillamente especular a
base de abstracciones, De ahí que hallemos unido en Berkeley un empirismo y
sensualismo radicales con un radical espiritualismo. Decir que los objetos
se componen de «ideas» no quiere decir que no «existan». Significa que el
término 'existencia' debe ser entendido en forma distinta de la que,
demasiado ingenua, precipitada e interesadamente proclaman los
abstraccionistas, mecanicistas y «ateos». El fundamento de la noción de
existencia se halla en la noción de percepción. Berkeley llega con ello a
formular su famosa tesis: Esse esi percipere et percipi, ser (existir) es
percibir y ser percibido. Como han reconocido varios comentaristas esta
fórmula va en distintas direcciones: es una afirmación del primado de la
percepción y, por lo tanto, un empirismo consecuente; es una afirmación de
que no existe la materia (en cuanto algo que subsiste por, sí mismo) y, de
consiguiente, que no puede admitirse la concepción del mundo como una máquina;
es una afirmación de que la realidad es espiritual (la de los espíritus
humanos y la de Dios). Con todo ello, y no obstante su aspecto paradójico, es
una afirmación coincidente con el «sentido común» siempre que éste sea
fundado en la experiencia y no en la abstracción.Para llegar a las anteriores
conclusiones Berkeley intenta demostrar ‑especialmente en su Tratado y en
sus Tres diálogos‑ que todas las cualidades dependen enteramente de la
percepción sensible. Esta dependencia había sido ya reconocida por muchos
filósofos en lo que atañe a las llamadas cualidades secundarias. Pero Berkeley
fue más lejos: afirmó que también las cualidades primarias ‑como la
forma o la extensión de los cuerpos‑ dependen de la percepción. Así,
por ejemplo, puede decirse que la extensión absoluta ‑a diferencia de los
conceptos de extensión relativa tales como 'mayor o menor que'‑ no
cambia. Pero la verdad es que tampoco existe. Todo lo que existe es particular,
pues el espíritu no puede formar ninguna idea (es decir, ninguna percepción
sensible) de nada abstraído de sus características particulares. Así como no
es posible concebir un cuerpo extenso que no sea grande o pequeño, o que no
tenga una figura determinada, no es tampoco posible concebir una extensión
absoluta. El triángulo como tal, por ejemplo, es inconcebible; lo que
concebimos son triángulos equiláteros, isósceles, escalenos, etc., pero
jamás triángulos en general. Platón y los realistas habían supuesto que el
resultado de cierta abstracción (lo que los escolásticos llamaron abstracción
formal) es algo más real que el objeto singular sobre el cual se enfoca la
abstracción. Berkeley niega terminantemente esta tesis; la abstracción da por
resultado un ser no más, sino menos real. En suma, Berkeley niega que puedan
concebirse «ideas generales abstractas» y más aún que éstas representen o
definan esencias de las cosas. A lo sumo admite que hay «ideas generales» si
por ello se entienden símbolos o palabras con las cuales se habla acerca de lo
real. Términos como 'substancia' son meros nombres, que no denotan nada. Su
significación se basa enteramente en la imaginación de cualidades. Y como, por
otro lado, la sensación activa no puede ser reducida (como algunos pretenden) a
la volición, resulta que tal sensación (o percipere) es al mismo tiempo la
sensación pasiva (o percipi). El principio de la equivalencia entre el percibir
y el ser percibido resulta, así, de un análisis de la sensación.Por ser lo
externo fundamentalmente la idea que es percibida, la distinción entre lo
imaginario y lo real se funda para Berkeley en la distinta vivacidad de las
ideas y, sobre todo, en el derecho de que en las ideas que componen la
Naturaleza se manifiesta una regularidad independiente de la voluntad del
espíritu percipiente. El idealismo subjetivista de Berkeley no equivale, por lo
tanto, a un solipsismo. Por un lado, la permanencia, por así decirlo, de las
cosas es asegurada por la mencionada regularidad; por otro, su existencia no
depende solamente del espíritu percipiente que las afirma, sino de todos los
espíritus capaces de percepción y, en última instancia, del espíritu
universal. La realidad es así un conjunto de ideas en cuya cima se halla Dios
como espíritu productor y ordenador, como creador de esa regularidad que se nos
aparece como una Naturaleza distinta de él, pero que no es sino manifestación
suya, signo de su potencia. Por eso no hay posibilidad de conocer ninguna causa
de los fenómenos, sino solamente las leyes mediante las cuales se suceden.
Berkeley combate la física moderna en su pretensión de averiguar las causas y
sostiene que los resultados obtenidos por ella han de ser separados de los
supuestos en que se apoya. Lo exige tanto la imposibilidad de alcanzar los
motivos del obrar de Dios, como el hecho de la inmanencia completa del
espíritu, la negación de una distinción entre lo subjetivo y lo objetivo y la
disolución de todo proceso en un fenomenismo que, apoyado conscientemente en
Berkeley, ha tenido en el siglo XIX sus representantes más significados en el
inmanentismo de Schuppe, el solipsismo de Schubert‑Soldern y el
sensualismo positivista de Avenarius y Mach.Se ha hecho observar que la teoría
de Berkeley está basada en una confusión: la confusión entre la cualidad
percibida y el acto de percibir la cualidad. Por este motivo, la conclusión de
Berkeley sería espiritualista; el sensualismo sería entonces el punto de
partida para demostrar que la materia y sus cualidades no dependen menos de la
sensación que las cualidades secundarias. Si, en cambio, evitamos la mencionada
confusión podremos decir que el sistema de Berkeley es fenomenista. Éste ha
sido el aspecto aceptado por Mach y otros autores a que nos hemos referido en el
anterior párrafo. En vista de ello se podría decir que cuando Lenin acusaba a
Mach de «idealista» y de «discípulo de Berkeley» no tenía en cuenta la
distinción apuntada. Ahora bien, como el propio Berkeley ha indicado que la no
separación de la cualidad y el acto de percibirla se debe a que el percibir no
es una volición (algo activo separado del «acto» pasivo del ser percibido),
es difícil admitir que Berkeley no sea a la vez fenomenista y espiritualista.
Ello se advierte con especial claridad cuando consideramos la teología de
Berkeley en la cual Dios aparece como el único agente verdadero, la única
actividad capaz de «engendrar» la materia. Pues no solamente es la idea lo que
demuestra su pasividad al consistir su ser en ser percibida, sino que el propio
espíritu humano es una percepción con respecto al espíritu universal que se
manifiesta en Dios. La filosofía de Berkeley parece así consistir, como
Bergson ha señalado, en cuatro tesis fundamentales: la que sostiene que la
materia no es sino el conjunto de las ideas; la que indica que la idea abstracta
es un mero flatus vocis y, por consiguiente, defiende un nominalismo sobre el
cual se apoyará el posterior inmanentismo científico; la que opone el
espiritualismo y el voluntarismo a un materialismo demasiado frecuentemente
unido a una identificación de la materia con la realidad racional; y la que
defiende el teísmo contra toda doctrina que, al sostener tesis opuestas a las
anteriores, corre peligro de desviarse hacia un deísmo que niega la Providencia
o hacia un franco ateísmo. Pero estas cuatro tesis son, según indica dicho
filósofo, la expresión conceptual de una intuición única, que podría
designarse como la percepción por Berkeley de la materia a modo de delgada
película transparente que se interpone entre el hombre y Dios y que impide al
primero la adecuada visión del segundo. La filosofía de Berkeley resultaría
así de su afán de Dios; deseoso de romper las cadenas que la materia y lo
sólido imponen al espíritu, Berkeley procura deshacerse de todo pensamiento
que por las vías más diversas acabe por «condensar» la materia. La
abstracción que hipostasia las «realidades» y la admisión de ideas innatas
no son todavía un materialismo explícito, pero conducen inevitablemente a
éste. Con las doctrinas de Berkeley, que representan desde un punto de vista
positivo una crítica del exclusivismo naturalista de la física matemática,
con su pretensión de hacer de las cualidades primarias el único verdadero
sostén del universo, y una consecuente profundización del idealismo
inmanentista, concordaron en parte las opiniones de Arthur Collier.