CHOMSKY, NOAM, nac. (1928) en Filadelfia, Pennsylvania, estudio y se doctoró en la Universidad de Pennsylvania, donde recibió, entre otras, las enseñanzas de Zellig Harris, en el Departamento de Lingüística, y donde profesaba a la sazón Nelson Goodman, en el Departamento de Filosofía. Chomsky es profesor, desde 1955, en el Massachusetts Institute of Technology (MIT), de Boston, en el cual ocupa, a partir de 1966, la cátedra «Ferrari P. Ward» de Lenguas Modernas y de Lingüística.

Chomsky ha revolucionado la lingüística. Aunque empezó dentro de la tradición de los cultivadores de la lingüística estructural de los «bloomfieldianos» (o seguidores del lingüista L. Bloomfield), y entre los que figuraba Zellig Harris, por interesarse primariamente, si no exclusivamente, por cuestiones sintácticas y fonológicas, y aunque hizo uso del llamado «análisis de constituyentes inmediatos», se separó pronto de dicha tradición. Se opuso a las bases conductistas de la lingüística estructural norteamericana -así como a las ideas de B. F. Skinner sobre conducta verbal- y a toda idea del lenguaje como un corpus susceptible de mero examen taxonómico. Según Chomsky, la tarea de la lingüística no es simplemente describir un lenguaje, sino establecer las reglas gramaticales que permitan producir (engendrar) todas las oraciones del lenguaje que sean gramaticales y que no permitan engendrar ninguna oración que no sea gramatical. En vez de los «procedimientos de descubrimiento» en que insistían los estructuralistas norteamericanos, Chomsky propugnó procedimientos de evaluación capaces de distinguir entre gramáticas alternativas. Una distinción que ha llegado a ser fundamental en Chomsky es la que estableció entre «competencia» y «ejecución». La competencia es grosso modo la internalización en un hablante de las reglas gramaticales; la ejecución es la actividad lingüística. En el curso de esta actividad se pueden producir oraciones que no sean gramaticales, o que exhiban «incorrecciones», pero ello se debe a factores extralingüísticos. No es siempre perfectamente claro lo que se entiende por «internalización», pero ello se debe, entre otras razones, a que hay en el pensamiento de Chomsky dos aspectos que no son independientes entre sí, pero que no encajan siempre completamente uno en el otro: el aspecto estrictamente lingüístico y el de una teoría acerca de la estructura de la mente. Lingüísticamente, la llamada «competencia» es una idealización; mejor dicho, por medio del concepto de «competencia» se describe en forma ideal la competencia del hablante de una lengua. En un sentido, la competencia parece ser independiente del hablante y consistir sólo en un conjunto de reglas para engendrar oraciones gramaticales -y no engendrar oraciones no gramaticales- A la vez, el hablante tiene que poseer competencia, porque de lo contrario no sería capaz de engendrar un número infinito de oraciones, incluyendo, por supuesto, oraciones que no ha oído previamente. La idea chomskyana de competencia es, así, a la vez una construcción lingüística y un postulado concerniente al sujeto humano. Este postulado ha llevado a Chomsky a defender la tradición del racionalismo -específicamente la tradición de autores como Sánchez de las Brozas, Descartes, los cartesianos como Cordemoy y La Forge, los autores de la Gramática de Port-Royal- contra el empirismo, y a mantener la noción de «idea innata» y de los universales lingüísticos, tanto formales como sustantivos. Chomsky elaboró varios modelos gramaticales de la llamada «gramática generativa»: un modelo «lineal», un modelo de «estructura de la frase» y un modelo transformacional. Este último, que incluye asimismo reglas de estructura de frase, es el que tiene mayor poder explicativo y el que Chomsky, así como muchos discípulos, colaboradores y seguidores suyos, han aplicado al estudio de varias lenguas. Se han suscitado objeciones contra los modelos de Chomsky, y específicamente contra el modelo más desarrollado, que es conocido comúnmente con el nombre de «gramática generativo-transformacional». Las objeciones de los que siguen la tradición del estructuralismo norteamericano clásico han sido contestadas por Chomsky con argumentos sacados de sus ideas contra la concepción meramente taxonómica del lenguaje. Las objeciones desarrolladas, por así decirlo, «desde dentro», por algunos de los propios discípulos de Chomsky -como John R. Ross, George Lakoff y Paul M. Postal­- han llevado a Chomsky a ampliar y refinar sus propios modelos, especialmente por medio de la llamada «teoría standard ampliada». Se ha alegado que Chomsky se interesó excesivamente por la dimensión sintáctica (y la fonológica) del lenguaje en detrimento de la semántica, y se ha puesto asimismo de relieve que algunas de sus nociones -como las de «estructura superficial» y «estructura profunda» de la frase- se prestan a malentendidos. En lo que toca al primer punto, Chomsky ha considerado que una ampliación de sus modelos puede resolver problemas semánticos. En lo que respecta al segundo punto, Chomsky ha admitido la posibilidad, pero no la necesidad, de malentendidos cuando ‘superficial’ y ‘profundo’ se entienden rectamente.

Muchos filósofos se han interesado por las ideas lingüísticas de Chomsky, porque estas ideas suscitan cuestiones filosóficas, por lo demás admitidas y tratadas por el propio Chomsky, el cual ha considerado que sus teorías lingüísticas forman parte de una teoría de la mente humana, especialmente de la facultad cognoscitiva de la mente; la lingüística es «una rama particular de la psicología del conocimiento», o «psicología cognoscitiva». Ha considerado asimismo que no se pueden separar sus ideas lingüísticas y psicológicas de sus ideas políticas y sociales, ya que éstas están fundadas en una concepción del hombre como ser libre, que aspira a deshacerse de toda coacción y de todo autoritarismo. Desde este punto de vista, el «mentalismo» -que muchos habían considerado como «retrógrado» o «reaccionario»- es progresivo, mientras que el conductísmo -que muchos habían considerado como «científico» y «progresivo»- es retrógrado, ya que presenta al ser humano como maleable por condicionamientos, que pueden muy bien tener un carácter totalitario. Chomsky no ha descartado la posibilidad de encontrar un fundamento biológico para su «hipótesis innatista» (una expresión que, por lo demás, Chomsky manifiesta que es usada más bien por los críticos que por los defensores de la hipótesis y que él mismo se abstiene de usar por prestarse a malentendidos), pero no parece haber encontrado dificultades para reconciliar la posibilidad mencionada con su fundamental actitud «libertaria». En rigor, cuanto más se descubra que hay en todas las realizaciones humanas, inclusive las más humildes, y que hay en todos los seres humanos, aun los más desposeídos, un sistema común de estructuras y principios invariantes, tanto más quedará confirmada la igualdad fundamental de todos los hombres y la posibilidad para todos de ser libres. Para Chomsky, los problemas del conocimiento y los problemas de la libertad no son dos distintas series de problemas: son dos caras de un mismo problema -como son dos caras del mismo problema el interpretar el mundo y el cambiarlo-. La libertad va unida, para Chomsky, a la creatividad, la cual es distinta de una serie de actos azarosos y arbitrarios. «Es razonable suponer -escribe Chomsky- que lo mismo que las estructuras intrínsecas de la mente subyacen en el desarrollo de las estructuras cognoscitivas, también un ‘carácter de especie’ provee el marco para el crecimiento de la conciencia moral, de la realización cultural e inclusive de la participación en una comunidad libre y justa... Hay una importante tradición intelectual que presenta algunos interesantes alegatos en este respecto. Aunque esta tradición se inspira en el compromiso empirista en el progreso y la ilustración, creo que encuentra raíces intelectuales aún más profundas en los esfuerzos racionalistas para fundar una teoría de la libertad humana. Investigar, profundizar en, y a ser posible establecer las ideas desarrolladas en esta tradición por los métodos de la ciencia es una tarea fundamental para la teoría social libertaria» (Reflections on Language, 1975, pág. 134). Las pasiones y los instintos del ser humano -agrega-, lejos de quedar reprimidos y deformados por estructuras sociales autoritarias y competidoras, pueden eventual­mente ayudar a poner fin a lo que Marx llama «la prehistoria de la sociedad humana», de modo que se instaure «una nueva civilización científica en la cual la ‘natu­raleza animal’ quede trascendida y la naturaleza humana pueda, verdaderamente florecer» (loc. 7 cit.)