DERRIDA, JACQUES, nac. (1930) en El Biar, Argel, profesor en la Escuela Normal Superior, de París, ha Colaborado, entre otras publicaciones, en Tel Quel, lo que ha llevado a algunos a filiarlo dentro del estructuralismo francés contemporáneo. Pero aunque Derrida se ha ocupado de temas tratados por autores estructuralistas (Lévi-Strauss, Lacan) o afines al estructuralismo (Foucault), ha combinado estos temas con inspiraciones procedentes de la fenomenología de Husserl, de Heidegger y de Hegel. En todo caso, el método adoptado por Derrida es lo que ha llamado la «desconstrucción». En alguna medida, Derrida ha llevado a extremas consecuencias algunas de las actitudes del último Heidegger, acentuando el carácter no representativo del lenguaje. Esto equivale a situarse, por lo pronto, contra todo «logocentrismo», o discurso racional. Pero el logocentrismo forma a su vez parte del tejido de todos los discursos, los cuales se hallan todos a la par, no teniendo ninguno de ellos privilegio. La propia desconstrucción no es suficiente, y es acaso imposible, porque a toda desconstrucción le sigue una construcción que deberá ser «deconstruida», y así sucesivamente. El lenguaje tiene que disolverse para dar lugar a la «escritura». El saber de la escritura, la gramatología, es un saber de lo que está escrito, y esto es independiente del logos y de la verdad. La escritura misma es una condición de la episteme (De la grammatologie, pág. 43). Por eso no se trata de elaborar una ciencia, sino de hacer aparecer el horizonte histórico en el cual la escritura tiene lugar. No se puede decir ni siquiera que el «fuera» es el «dentro», porque el «es» del «fuera» y del «dentro» queda eliminado, al modo del «Ser» y posiblemente por iguales motivos. No se trata, por tanto, de rehabilitar la escritura, pues ésta solamente ha sido posible a condición de que «el lenguaje 'original', 'natural', etc. no haya existido nunca, que no haya estado jamás intacto, intocado por la escritura, que él mismo haya sido una escritura» (op. cit., pág. 82).

No hay, según Derrida, ningún lugar central por el cual discurra la filosofía, porque lo que hay no es ningún «discurrir». Los temas tratados por Derrida son todo lo opuesto a temas tradicionales; son temas marginales, pero no lo son frente a supuestos temas centrales: la marginalidad es la centralidad. En los «márgenes», en los comentarios, en las notas, aparece lo esencial, que es inesencial, el libro que está «fuera del libro». La verdad queda diseminada a lo largo de una diferencia: se difiere todo porque se disemina todo. El escrito (l'écrit) corre parejo en la pantalla (l'écran) y ésta con el cofre (l'écrin). Los juegos de palabras dejan de ser juegos justamente por serlo. No se habla de lo primero ni de lo último, sino de lo antepenúltimo. El pensamiento es la columna y el cruce. Repetición, polisemia, diferencia y diseminación son instrumentos para una «desconstrucción» de la escritura.

Todas las escrituras, incluyendo la escritura sobre estas escrituras, se entrecruzan, haciéndose y deshaciéndose perpetuamente. La inclusión se deshace; la exclusión se constituye a base de un discurso posible (que es asimismo incluible). Derrida margina y fragmenta; no se trata de antología, ni siquiera de fragmentos de antología, sino de fragmentos de estos fragmentos. Lo que se busca es religar (relier) y releer (relire) desde todos los ángulos y desde todos los fragmentos. Con todo ello Derrida aspira a «vomitar la filosofía», a enviarla al campo general que ha querido señorear, a confrontarla con la ficción y con otras prácticas de escritura sobre las que había aspirado a ejercer el dominio. Con ello se procede a decapitar la filosofía. Pero situarse al límite del discurso filosófico es sólo un modo de situarse al límite de todos los discursos. La desconstrucción va acompañada de, o se halla entrecruzada con, la recomposición, el desplazamiento, la disociación de significantes como interrupción de síntesis, de todo deseo de una separación. Los temas antifilosóficos, y antidiscursivos, de Derrida, se convierten entonces en palabras, que son las que aparecen y reaparecen, como si fuesen obsesiones: diferencia, espaciamiento, diseminación, injerto, marca, margen, pharmakon, hymen y, desde luego, desconstrucción.