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DEWEY,
JOHN (1859-1952), nac. en Burlington (Vermont), ha profesado en Michigan
(1884-88), Minnesota (1888-89), Michigan (1889-94), Chicago (1894-1904) y
Columbia University (New York). Influido en parte por el idealismo alemán,
particularmente por el hegelianismo -que representa para Dewey la «otra cara»,
la sistemática y unificadora, de su pensamiento, orientado sobre todo hacia la
movilidad de la experiencia, y que le ha incitado a superar las divisiones de lo
real subyacente en la herencia de la cultura de la Nueva Inglaterra-, la
filosofía de James y la necesidad de otros métodos y vías para la
realización de sus propósitos de reforma y «reconstrucción», le
inscribieron muy pronto en la «nueva filosofía» -una filosofía que, a su
entender, se distingue de la tradicional no sólo por considerar como realidad
central la experiencia, sino también y muy especialmente por el giro distinto
que da a esta misma experiencia- El propio Dewey, por lo demás, ha expuesto en
una breve autobiografía intelectual los «motivos» capitales que han
conformado u orientado su pensamiento. En primer lugar, la importancia otorgada
a la teoría y práctica de la educación. En segundo término, el deseo de
superar el dualismo entre «ciencia» y «moral» por medio de una lógica que
sea un «método de investigación efectiva» y que no rompa la continuidad de
las diversas regiones de la experiencia. En tercer lugar, la mentada influencia
de James. Finalmente, la intuición de la necesidad de una integración del
pensar que comprenda los problemas desarrollados por las ciencias sociales y que
permita resolver al mismo tiempo las situaciones derivadas de tales problemas.
La insistencia en la experiencia sólo adquiere sentido a partir de estas bases.
Pues la experiencia no es para Dewey lo meramente experimentado por un sujeto y
menos lo que éste experimenta con el fin de adquirir un saber, sino el
resultado de una relación que para el sujeto tiene como término a la vez
opuesto y complementario el objeto y el medio, pero que puede ser concebida en
su mayor generalidad como relación entre objetos, como su forma propia de
mantener una conexión. El punto de vista «biológico» de Dewey no es, según
esto, más que una consecuencia de su amplia noción de la experiencia, noción
amplia en el sentido de su comprensión, pero no en el sentido de que constituye
el objeto de un absoluto. De ahí el método empírico o «denotativo» que
Dewey utiliza o, si se quiere, el método empírico que debería usar si se
atuviera siempre a sus propios postulados. Pues, como se ha hecho observar con
frecuencia, Dewey es «técnicamente» un filósofo empirista, aun cuando, de
hecho, el curso de sus razonamientos esté edificado muchas veces al hilo de una
dialéctica. En todo caso, la filosofía por él postulada es una filosofía que
renuncia a un todo absoluto, que procura averiguar en cada proceso la múltiple
trama de relaciones entre los medios y los fines de que está compuesto, y que
no se limita a considerar el instrumentalismo pragmatista como simple método,
como aún pretendía James. Sólo dentro de este marco es posible entonces
comprender lo que Dewey entiende por naturalismo. El propio filósofo ha
calificado, en efecto, a su pensamiento de «naturalismo empírico», de
«empirismo naturalista». Mas «Naturaleza» no es simplemente aquí un
conjunto de cosas regidas mecánicamente; es historia, acontecimiento y drama.
Por eso, y sólo por eso, el pragmatismo no es sólo un método, sino una
filosofa, es decir, una manera de acercarse a una realidad que se supone
infinitamente múltiple. Por todas partes tiende Dewey a lo concreto, pero ello
no sólo en virtud de un postulado filosófico, sino como resultado de una
crítica de la cultura moderna, cuyo parcial intelectualismo quiere Dewey
corregir en todas sus dimensiones, particularmente en las educativas y sociales.
Su teoría del pensamiento, su pragmatismo y su instrumentalismo no tienen, en
última instancia, otro propósito. Dewey parte del reconocimiento de que el
hombre se siente inseguro en el mundo y busca algo permanente y estable.
Semejante permanencia le es dada en el curso de la historia de múltiples
formas: por ritos mediante los cuales cree propiciarse las fuerzas de la
Naturaleza, por las artes con que domina a esta misma Naturaleza. Mas también
por los objetos tradicionales del saber y de la filosofía, por esa actividad
filosófica que busca lo inmóvil tras la contingencia y el cambio. Pero la
filosofía ha olvidado que el pensamiento no funciona meramente con vistas a un
saber, sino con vistas a un «dominio». Pues, en general, todo conocimiento es
un instrumento forjado por la vida para su adaptación al medio, y por eso el
pensar no comienza, como creía el racionalismo clásico, con premisas, sino con
dificultades. Lo que el pensar busca no es una certidumbre intelectual, sino una
hipótesis que se haga verdadera mediante el resultado y la sanción
pragmática. La noción de verdad tan próxima a la de James, es consecuencia de
la sustitución del conceptualismo del conocer por un funcionalismo y un
operacionismo del pensar. El pensamiento funciona entre dificultades que
acongojan al hombre, pero más bien que relativizar el pensar, el
instrumentalismo de Dewey pretende justificarlo de un modo concreto y no por
cualquier absoluto trasmundano. Por eso el pensamiento y la teoría son
elementos inmanentes a la vida humana, «programas» que el hombre forja para
responder a situaciones futuras. La orientación hacia el futuro, tan vigorosa
en Dewey, no queda, empero, limitada a la ciencia y a la filosofía: ella
impregna todo el esfuerzo social y educativo de este pensador y es como el norte
hacia el cual se dirigen todos sus pensamientos. Mas la busca de lo concreto ha
conducido a Dewey en los últimos tiempos a una reanudación de su primitiva
influencia hegeliana: su inclinación hacia la metafísica, que se hace tan
patente en los trabajos últimos sobre cuestiones lógicas, no desmiente la
concepción pragmática e instrumentalista en torno a la cual gira su teoría
del pensar, pero la hace aún mas vinculada a ciertas corrientes del
existencialismo metafísico y a todos los esfuerzos últimos para lograr una
unidad de la razón con la vida. Pues esto es lo único que puede terminar con
aquel divorcio de la teoría y la práctica tan característico de la filosofía
clásica y del intelectualismo moderno, lo que puede conducir a una vida
armónica que es para Dewey el ideal último de la educación.