En 1934, Marcuse se trasladó a Estados Unidos, trabajando primero en el «Instituto de Investigación Social» (Institute of Social Research), asociado con la Universidad de Columbia (19341940). De 1941 a 1950 trabajó en el Departamento de Estudios Estratégicos y en el Departamento de Estado. De 1951 a 1953 profesó en el Instituto Ruso de las Universidades de Columbia y Harvard. De 1954 a 1965 fue profesor en la «Brandeis University», de Boston, y a partir de 1965 profesó en la Universidad de California, en San Diego. En 1967 empezó a circular el nombre de Marcuse en Alemania por el interés que despertaron sus ideas entre muchos estudiantes revolucionarios. La agitación estudiantil en 1967 y 1968, y especialmente las jornadas de mayo de 1968, en París, colocaron el nombre de Marcuse en primer plano; de 1968 a 1970, especialmente, menudearon los estudios sobre su obra y los debates en torno a sus ideas. La cronología de la bibliografía sobre Marcuse, infra, refleja esta situación, aun más patente en una bibliografía completa, que incluya los centenares de trabajos dedicados a Marcuse en los años indicados.
El pensamiento de Marcuse combina una fuerte tendencia hacia lo abstracto con una no menos fuerte tendencia a engranar con situaciones concretas. En este respecto, Marcuse ha seguido las huellas de Lukács. Como Lukács, consistido en ahondar en las raíces hegelianas de Marx y, de paso, en «rescatar» a Hegel de manos tanto de pensadores políticos conservadores como de materialistas dialécticos dogmáticos. El «rescate» de Hegel tiene lugar contra la inclinación del propio Hegel a cerrar el ciclo de la razón dialéctica. A despecho de la insistencia de Hegel en «el trabajo de lo negativo», Marcuse estima que, en último término, Hegel fue infiel a su propia intuición. Ésta fue, en cambio, desarrollada por Marx, para quien la conciencia en la historia está ligada a las estructuras de clase de la sociedad. Ello no significa que haya que admitir estas estructuras de clase; por el contrario, tienen que ser negadas y trascendidas. Todos los hechos históricos son, para Marcuse, restricciones y comportan una negación. La negación de las restricciones y de la propia negación abren la vía para la posibilidad de una auténtica y radical realización de la libertad y de la felicidad, que son excluidas en la sociedad burguesa y, en general, en toda sociedad clasista. El realismo hegeliano de la razón lleva, a la postre, a un positivismo y a un conformismo.
Se ha destacado a menudo que una de las más importantes, e influyentes, contribuciones de Marcuse es el enlace que éste estableció entre el pensamiento de Marx y el de Freud. Ello se debe principalmente a que Marcuse encontró en algunas de las ideas de Freud los elementos de la «psicología social» que faltaban en Marx. En ambos casos se trata de un movimiento de liberación de represiones. La represión sexual es concomitante con la represión social. Según Marcuse, Freud no había advertido que, junto a las represiones de que dio cuenta y para las cuales trató de encontrar una terapéutica, hay una serie de represiones suplementarias, o sobrerrepresiones, originadas en formas de dominio social. Tanto las represiones fundamentales de que había hablado Freud como las represiones suplementarias pueden haber sido indispensables para el mantenimiento de la civilización, así como para la conservación de un determinado orden social. Sin embargo, las represiones suplementarias se multiplican a sí mismas de modo que llegan a ser innecesarias. No se trata solamente de liberarse de represiones sexuales, sino de liberar la propia sexualidad. Ello se distingue de las falsas liberaciones o de los movimientos antí-represivos en una sociedad fundamentalmente represiva. Estas falsas liberaciones o movimientos pseudo-antirepresivos, lejos de conducir a la libertad y a la felicidad, llevan a la conformidad y a nuevos modos de represión. Marcuse admite la posibilidad, y aun la necesidad, de sublimaciones, pero éstas tienen que ser de un carácter no represivo.
Marcuse ha sometido a crítica, por un lado, el marxismo soviético, y, por otro, la concepción unidimensional del hombre prevaleciente en la «sociedad industrial avanzada». La concepción unidimensional, patente, a su entender, en el pensamiento «analítico», responde a una sociedad unidimensional. Esta sociedad es falaz, porque presenta el rostro de la abundancia, la libertad y la tolerancia, ocultando su verdadera realidad, que es el dominio social y el conformismo. La sociedad industrial avanzada «se permite» la tolerancia justa y precisamente porque no tiene ni siquiera necesidad de la intolerancia. Las más conocidas, y difundidas, ideas de Marcuse discurren por esta vía. Marcuse ha puesto de relieve que los marxismos «oficiales» y muchos movimientos revolucionarios han errado al pensar que las clases oprimidas y explotadas luchan necesariamente por su liberación. Estas clases son fácilmente, y podría decirse aviesamente, incorporadas en el «sistema». En este sentido, la conciencia verdaderamente revolucionaria puede aflorar en grupos minoritarios que no son objetivamente explotados, y que comprenden que la tolerancia puede ser represiva. El «Estado del bienestar», la «sociedad de la abundancia», «la sociedad de consumo» son otras tantas formas de producción de alienación que se ignora a sí misma. Marcuse no predica con ello el retorno a ninguna sociedad en la cual predomine la «robusta pobreza», la «limpieza moral» y la «simplicidad», de lo que se trata es de eliminar el despilfarro, ya que sólo de este modo aumentan los bienes susceptibles de distribución. Marcuse no predica tampoco el retorno a una sociedad atecnológica; de lo que se trata es de liberar la tecnología de su irracionalidad. La subversión del «sistema», en todo caso, no puede originarse dentro del sistema: se origina o en la conciencia revolucionaria de minorías, que por ello sólo se colocan fuera de toda posibilidad de asimilación, o en las masas que están realmente «fuera» -los que no tienen empleo, los que luchan por la liberación nacional y económica en países del Tercer Mundo, etc.- y a quienes no ofrece ningún atractivo ni la abundancia ni la tolerancia represiva. La conjunción de estas fuerzas tan dispares puede ofrecer la esperanza, aunque por el momento sólo la esperanza, de una auténtica liberación.