NIETZSCHE, FRIEDRICH (1844-1900), nac. en Röcken (Prusia), estudió en la Universidad de Bonn con O. Jahn y F. Ritsch, pasando en 1865 a Leipzig, donde cursó filología y comenzó a entusiasmarse con Schopenhauer y la música. Allí trabó amistad con Erwin Rohde y luego con Richard Wagner. Nombrado el año 1870 profesor ordinario de filología clásica en Basilea, donde se relacionó con J. J. Bachofen y Jakob Burckhardt, abandonó el cargo en 1878 por grave enfermedad, después de haber roto con Wagner. Hasta 1889, aproximadamente, y justamente durante el período de su mayor actividad literaria, pasó una gran parte de los veranos en Sils-María, en la Engadina, y el resto del tiempo en la Riviera y en diversas ciudades de Italia y de Alemania, casi siempre solitario, y sufriendo múltiples recaídas, rodeado a veces de sus escasos amigos y discípulos. Finalmente, la profunda depresión nerviosa que sufría desde hacía años le produjo un súbito oscurecimiento mental y, por último, le sobrevino una parálisis, teniendo que ser trasladado a la clínica psiquiátrica de la Universidad de Jena y pasando el resto de su vida en Naumburg y Weimar con su madre y su hermana.

La doctrina filosófica de Nietzsche, cuyo carácter poético y personal ha sido muy insistentemente subrayado, es también, en cierto modo, como la de Kierkegaard, una filosofía existencial, pero de un «existencialismo» de muy distinto sentido y contenido. Suelen distinguirse en su evolución filosófica tres períodos más o menos definidos: el primero, que va desde sus estudios en Leipzig hasta 1878, se caracteriza por sus primeros trabajos de interpretación y crítica de la cultura y por su devoción schopenhaueriana y wagneriana; es la época de El origen de la tragedia en el espíritu de la música (1872), de La filosofía en la época trágica de los griegos (1874), de las Consideraciones intempestivas (1873-1876). El segundo período, donde rinde homenaje a la cultura y al espíritu libre, en un sentido semejante al de la Ilustración francesa, es representado por Humano, demasiado humano (1876-1880), Aurora (1871) y La Gaya Ciencia [Die fröhliche Wissenschaft] (1882). El tercero y último, el llamado período de Zaratustra o de la «voluntad de poder», comprende: Así hablo Zaratustra (1883), Más allá del bien y del mal (1889), Genealogía de la moral (1887), El caso Wagner (1888), El ocaso de los ídolos (1889), los diversos planes, para la Inversión de todos los valores, con El Anticristo, El Inmoralista, la Crítica de la filosofía y, final mente, su obra capital, La Voluntad de poder. Ensayo a, una transmutación de todos los valores, ejecutada en parte fragmentariamentemente, ampliación y realización de los planes anteriores, con las tesis sobre El nihilismo europeo, la Crítica de todos los valores, los Principios de una nueva tabla de valores y los aforismos definitivos sobre El eterno retorno. Sin embargo, a través de estos períodos, en apariencia tan distintos, late en Nietzsche una perfecto unidad y, para decirlo con Pfänder un sistema. Este sistema resulta más comprensible desde su última fase, donde quedan englobados los momentos anteriores, desde la época schopenhaueriana y la distinción entre el espíritu apolíneo y el espíritu dionisíaco, hasta los intentos para establecer una nueva tabla de valores. La distinción entre lo apolíneo y lo dionisíaco en la cultura griega y, a través de ella, en toda la cultura occidental, es resuelta por Nietzsche mediante una acentuación del elemento último, entendido como una afirmación de la vida, como una voluntad de vivir. Esta voluntad, que ofrece, en su concepción, caracteres ahistóricos, que significa una negación de toda la cultura alemana de su época y, sobre de la identificación hegeliana del real con lo racional, tiene como natural consecuencia una aguda crítica del filisteísmo cultural, que Nietzsche ve representado ante todo en David F. Strauss y que extiende a la cultura burguesa y satisfecha, a la vida que no se resigna a «vivir en peligro». Genialidad estética y espíritu trágico, música y desmesura son las categorías con las cuales construye Nietzsche el primer andamio de su sistema, en el cual no puede quedar excluida, sino integrada, la aparente fase contradictoria del amor al iluminismo volteriano, porque este no es entendido como un optimismo filisteo sobre el progreso, sino, siguiendo las tendencias de los moralistas franceses del setecientos, como una verdadera y profunda comprensión del alma humana, de su valor tanto como de su incurable estupidez. El supuesto iluminismo de Nietzsche es, consiguientemente, sólo una preparación para su posterior e incisiva crítica de la cultura europea, para la elaboración de su propia filosofía, en donde el radical pragmatismo vitalista y aun biológico no logra desvirtuar su descubrimiento del elemento en que reposa necesariamente la cultura: la creación del valor.

Este descubrimiento de los valores, realizado al hilo de una constante polémica contra la moral, por la cual entiende Nietzsche casi siempre lo que llama «moralina», es el resultado de un análisis apasionado y hondo de los valores de la cultura europea, valores que ve encarnados en el cristianismo, el socialismo y el igualitarismo democrático. Nietzsche sustenta que semejantes ideales no son sino formas de una moral que debe ser superada mediante un punto de vista situado más allá del bien y del mal, manifestaciones de una vitalidad descendente, de un ascetismo al cual opone como valor supremo la vitalidad ascendente, la voluntad de vivir y, en última instancia, la voluntad de poder. La lucha contra los valores vigentes hasta la fecha implica, ciertamente, la demostración de su secreta llaga, la evidencia tanto de la falsedad radical del pretendido objetivismo del hombre de ciencia como del espíritu decadente del cristiano, en el cual ve Nietzsche una manifestación del resentimiento moral. Frente a estos valores, Nietzsche acentúa lo que llama, con término no siempre unívoco, la vida. Ésta es la norma y el valor supremos, al cual deben someterse los restantes, pues la voluntad de vivir es el mayor desmentido posible a la objetividad, al igualitarismo, a la piedad y compasión cristianas. Pero la voluntad de vivir, que es voluntad de poder y de dominio, exige, junto con la crítica de dichos falsos valores, la erección de un nuevo ideal del Superhombre, que es «el sentido de la Tierra», pues «el hombre es algo que debe ser superado». El Superhombre es aquel en quien la voluntad de dominio se revela en toda su fuerza; es el que está situado verdaderamente más allá de la moral, el que tiene el valor de afirmar frente a la moral la virtud en el sentido del Renacimiento italiano. El Superhombre es el que vive en constante peligro, el que, por haberse desprendido de los productos de una cultura decadente, hace de su vida un esfuerzo y una lucha. Si el Superhombre tiene alguna moral, es la moral del señor, opuesta a la moral del esclavo y del rebaño y, por lo tanto, opuesta a la moral de la compasión, de la piedad, de la dulzura femenina y cristiana. La idea del Superhombre, con su moral del dominador y del fuerte, es ya la primera inversión de los valores, pues éstos adquieren una jerarquía contraria cuando son contempla os des e su punto de vista. Objetividad, bondad, humildad, satisfacción, piedad, amor al prójimo son valores inferiores; están en un rango distinto del que supone el esclavo, pues la vida y su afirmación, el poder y su afirmación son infinitamente superiores a ellos y exigen la creación de una nueva tabla estimativa, de la tabla en donde la objetividad es sustituida por la personalidad creadora, la bondad por la virtú, la humildad por el orgullo, la satisfacción por el riesgo, la piedad por la crueldad y el amor al prójimo por el amor a lo lejano. Éstos son los valores de la vida ascendente, los valores que la cultura europea ha rechazado, desembocando por ello en su estado actual en el nihilismo que se anuncia y para cuya música «todos los oídos están aguzados». El profetismo de Nietzsche es pura y simplemente una consecuencia de su crítica de los valores de la cultura presente, pues la cultura que ha abrazado una falsa tabla de valores debe desembocar necesariamente en el hundimiento y en la decadencia, debe quedar sepultada por la marea que avanza impetuosa y de la cual sólo se salvarán los que sientan como propia la necesidad de superación del hombre. La filosofía de Nietzsche está enteramente expresada en los principios de su nueva valoración, que comprende la subordinación del conocimiento a la necesidad vital e inclusive biológica, la formación de una lógica para la vida, el establecimiento de un criterio de verdad según la elevación del sentimiento de dominio la negación de lo universal y necesario, la lucha contra todo lo metafísico y absoluto. Crítica e inversión de los valores que exige a la vez una destrucción de la filosofía y de su historia; en lugar de los valores morales aparecen los valores naturales; en lugar de la sociología, la doctrina de las formas de dominio (o de poder); en lugar de la teoría del conocimiento, una jerarquía de los afectos estructurada de acuerdo con el principio de la voluntad de poder; en lugar de la metafísica y de la religión, la doctrina del eterno retorno. Esta última doctrina, que desempeña acaso el papel culminante en la filosofía de Nietzsche, que hace de ésta una mítica y una filosofía de la salvación, es llamada por Nietzsche «una profecía»; su demostración científica no oculta su esencial motivo, ese motivo que Unamuno ha visto en la sed de inmortalidad y que el propio Nietzsche ha considerado desde un punto de vista moral, dando a cada uno de los momentos de la existencia un valor infinito por la forzosidad de su repetición eterna. El medio para sobrellevar esta doctrina es justamente la transmutación de todos los valores; sólo por ella cobra el eterno retorno una significación adecuada, y sólo por ella puede ser entendido el mundo, ya en un sentido plenamente metafísico, como la manifestación de la voluntad de dominio, como la voluntad de dominio misma, como «algo que debe repetirse eternamente, como un devenir que no conoce satisfacción, aburrimiento ni fatiga».

La filosofía de Nietzsche ha sido interpretada muy diversamente. El modo aforístico de escribir de Nietzsche ha contribuido a la multiplicidad de interpretaciones. Muchos de los aforismos son tajantes; otros son -o son también ambiguos, a la vez que «sugestivos». Una parte importante del pensamiento de Nietzsche es la que se ha llamado su «última etapa», pero ésta se halla expuesta en los aforismos agrupados bajo el título de La voluntad de poder, y éstos pueden ser, y han sido, ordenados diversamente. El propio Nietzsche había formado un «plan» para la publicación. Durante un tiempo, la intervención de la hermana de Nietzsche, Elisabeth Förster-Nietzsehe, en la publicación de los escritos de su hermano y en la correspondencia, proporcionó una imagen del filósofo que se ha considerado deformada, especialmente desde el punto de vista político. La presentación por Karl Schlechta de las obras de Nietzsche ha suscitado gran interés por contribuir a restablecer la verdadera imagen nietzscheana, aunque algunos autores, como W. A. Kaufmann, indican que se ha exagerado el cambio de imagen introducido por Schechta. Muchas de las discusiones han sido en torno a la importancia que tiene, o puede tener, la noción de voluntad de poder. Andrés Sánchez Pascual, traductor al español de muchas obras de Nietzsche según los textos más fidedignos, ha examinado el problema de los textos -por ejemplo, de El Anticristo, - cfr. «Problemas de 'El Anticristo', de F. N.», Revista de Occidente, Nos. 125-126 [agosto y septiembre 1975], 207-240-, desprendiéndose de su análisis que ha habido «una leyenda de La voluntad de poder». El título general de la serie de trabajos que a veces se han publicado (mutilados) bajo La voluntad de poder es «Transmutación de todos los valores». Es probable, según ello, que la cuestión de la inversión de los valores sea más importante que, o cuando menos tan importante como, la noción de voluntad de poder.