A. J. Ayer (1983), Barcelona, Editorial Crítica (pp. 130-154)


LUDWIG WITTGENSTEIN
Ludwig Wittgenstein nació en Viena en 1889. Procedía de una familia de ricos industriales de descendencia judía pero convertidos al catolicismo. Tras estudiar ingeniería en Berlín, en 1908 ingresó en el Departamento de Ingeniería de la Universidad de Manchester. Se especializó en aeronáutica, y se dice que diseñó un motor a reacción para aviación. Al cambiar progresivamente su interés de la matemática aplicada a la pura y de ésta a la filosofía de la matemática, en 1911 fue a la Universidad de Jena a visitar a Gottlob Frege, quien había influido en él considerablemente. Frege le aconsejó que trabajara con Bertrand Russell, por lo cual pasó cinco trimestres en el Trinity College de Cambridge, entre 1912 y 1913. Pronto consiguió que Russell y Moore le consideraran al menos al mismo nivel intelectual que ellos. Dejó abruptamente Cambridge para irse a vivir solo a Noruega, en una cabaña que construyó él mismo. Allí fue visitado por Moore, a quien dictó notas sobre filosofía de la lógica, y mantuvo correspondencia con Russell sobre el mismo tema. Cuando en 1914 estalló la guerra ingresó como voluntario en el ejército austríaco y sirvió como artillero, primero en el frente oriental y después en el Tirol, donde fue hecho prisionero por los italianos en noviembre de 1918. Había perdido contacto con sus amigos de Cambridge, y en una nota a pie de página de su Introducción a la filosofía de la Matemática publicada en mayo de 1919, Russell, tras reconocer que la importancia del concepto de tautología para la definición de la matemática le había sido sugerida "por mi antiguo discípulo Ludwig Wittgenstein", añade que no sabe si Wittgenstein había resuelto el problema de definir la "tautología", "e incluso si está vivo".
Russell no tardó mucho tiempo en recibir respuesta a estas preguntas. Un tiempo después, todavía en 1919, Wittgenstein le escribió desde su campo de prisioneros, enviándole una copia de un tratado en el que afirmaba haber conseguido no sólo definir la "tautología" sino haber resuelto además todos los otros problemas de la filosofía de la lógica que Russell y él habían discutido.
Wittgenstein había confeccionado el tratado a partir de un conjunto amplio de "observaciones" filosóficas que había formulado durante la guerra. Parte de ellas fue seleccionada por sus seguidores y publicada después de su muerte. El propio tratado consistía en una serie de observaciones, sistemáticamente ordenadas y numeradas. Cuando los italianos le pusieron en libertad, Wittgenstein quiso encontrarse con Russell para discutir la obra con él. Pero se encontraba con la dificultad de que no tenía dinero para el viaje, pues como la lectura de Tolstoi le había persuadido de que no debía disfrutar de la riqueza, distribuyó su considerable fortuna particular entre sus familiares. El problema se solventó con la venta que hizo Russell de algunos muebles que había dejado Wittgenstein en Cambridge, y el encuentro de ambos tuvo lugar en Amsterdam.
Russell se sintió impresionado por lo que le dijo y mostró Wittgenstein, y acordó escribir una introducción a la obra, que apareció en 1921 con el titulo Logisch-philosophische Abhandlung en el último número de la revista Annalen der Philosophie. Se omitió la traducción alemana de la introducción de Russell porque Wittgenstein pensó que, despojada de la elegancia del inglés de Russell, la introducción era superficial y podía comprenderse erróneamente. No obstante, permitió que apareciera en la versión de la obra que salió al año siguiente, en edición bilingüe, con el texto alemán y traducción inglesa de C. K. Ogden. El título de esta edición, sugerido, al parecer, por Moore, fue Tractatus Logico-Philosophicus. Aparte de un breve ensayo titulado "Algunas observaciones sobre la forma lógica", que apareció en los Supplementary Proceedings of the Aristotelian Society de 1929, fue la única obra filosófica que Wittgenstein publicó durante su vida.
Convencido, según decía en el prefacio del Tractatus, de que había conseguido resolver los problemas que trataba, Wittgenstein dejó de trabajar en filosofía durante un tiempo para ejercer como maestro de escuela. De 1920 a 1926 enseñó en diversas escuelas rurales de las montañas situadas al sur de Viena. Al parecer agradó a los niños pero no a sus padres, que interpusieron una acción legal contra él acusándole de haber utilizado una excesiva severidad física. Aunque fue absuelto de la acusación, no reanudó su trabajo docente sino que se retiró por unos meses a un monasterio cercano a Viena, trabajando como jardinero. Poco después se pasó a la arquitectura y diseñó o ayudó a diseñar una casa en Viena para su hermana. La casa sobrevive, con modificaciones, como sede de la Embajada búlgara. No sé si diseñó o ayudó a diseñar otras edificaciones, pero resulta interesante que en todas las ediciones del listín telefónico de Viena de 1933 a 1938, la ocupación atribuida al doctor Ludwig Wittgenstein era la de arquitecto más que la de filósofo. Sin embargo, fue en calidad de filósofo como obtuvo su doctorado. Su interés por el tema aumentó cuando dejó la enseñanza y estableció contacto con varios miembros del grupo que llegó a ser conocido con el nombre de "Círculo de Viena", incluido su líder, Moritz Schlick. También se volvió a sentir atraído por Cambridge, principalmente por el brillante y joven filósofo F. P. Ramsey quien, a los dieciocho años de edad, ayudó a Ogden en la traducción del Tractatus e hizo una recensión del libro para Mind. Wittgenstein presentó la obra como tesis doctoral en 1929. Le examinaron Russell y Moore, quien se dice que afirmó:
"En mi opinión personal, la tesis del señor Wittgenstein es un trabajo genial; pero, sea lo que sea, satisface el estándar exigido para el grado de doctor en filosofía por Cambridge". Tras Obtener su doctorado, Wittgenstein fue elegido para una beca de investigación en el Trinity College de Cambridge, e impartió clases allí durante los seis años siguientes, volviendo a Viena para las vacaciones de verano. Durante este período se mostró insatisfecho con el enfoque del Tractatus. La nueva dirección que iba tomando su pensamiento puede apreciarse en las dos series de notas que dictó a sus alumnos. Algunas copias circularon privadamente por entonces, pero hasta 1958 no se publicaron las notas con el título The blue and brown books ("Los cuadernos azul y marrón").
Tras visitar la Unión Soviética, donde estuvo tentado de establecerse, y pasar otro año en su cabaña de Noruega, Wittgenstein volvió a Cambridge en 1937, convirtiéndose en ciudadano británico un año después, cuando Alemania se anexionó Austria. En 1939 fue elegido para suceder a Moore como catedrático de filosofía, pero pasó la mayor parte de la guerra como enfermero en un hospital de Londres y posteriormente en un laboratorio de investigación en Newcastle. Terminada la guerra reanudó su labor en Cambridge, pero vio que no le agradaba este trabajo y dimitió de la cátedra en 1947. Pasó los dos años siguientes en Irlanda trabajando en la segunda parte de sus Philosophische Untersuchungen ("Investigaciones filosóficas"). La primera y con mucho la parte más extensa, en la que había trabajado durante muchos años, fue terminada en 1945. A su vuelta a Inglaterra en 1949, tras una visita a los Estados Unidos, descubrió que tenía un cáncer incurable. Siguió trabajando, reuniéndose con frecuencia con sus amigos de Oxford y Cambridge, y murió en esta última ciudad en la primavera de 1951.
Desde su muerte, sus albaceas literarios han editado y publicado repetidas veces su legado filosófico. Las Philosophische Untersuchungen aparecieron en 1953, con el texto alemán y la traducción inglesa de Elizabeth Anscombe, como en el Tractatus, con el título inglés de Philosophical investigations. Este libro, que también está escrito en la forma de párrafos numerados, ordenados más libremente que el Tractatus, es con mucho el más importante de los escritos póstumos de Wittgenstein. Además de Los cuadernos azul y marrón que ya he mencionado, la obra de Wittgenstein incluye las Remarks on the foundations of mathematics ("Observaciones acerca de los fundamentos de la matemática"), que se cree fueron escritas entre 1937 y 1944 y publicadas, de nuevo en ambos idiomas, en 1956; un conjunto de fragmentos que datan de 1929 pero escritos en su mayoría entre 1945 y 1948 y publicados en ambos idiomas con el título de Zettel ("Fichas") en 1967; y algunas notas, Ober Gewissheit ("Sobre la certeza") publicadas en el mismo formato en 1969, y que representan los trabajos elaborados por Wittgenstein durante sus últimos dieciocho meses de vida. Ha habido otras publicaciones póstumas, y diversos comentarios tanto del Tractatus, del cual en 1960 apareció una nueva traducción de David Pears y Brian McGuinness, conservando el texto alemán y la introducción de Russell, como de las últimas tendencias del pensamiento de Wittgenstein.
Cuando leí por primera vez el Tractatus siendo subgraduado en Oxford en 1931, me causó una fuerte impresión. Posteriormente he llegado a encontrar oscura una parte considerable de su contenido y a estar en desacuerdo con muchas cosas que creo leer en él, pero entonces tomé lo que quise y no me importaba el resto. Sus principales tesis, tomadas literalmente, son muy fáciles de resumir. El mundo es un conjunto de hechos que consisten en la existencia de lo que en el original alemán se denomina Sachverhalten, traducido por Ogden como atomic facts ('hechos atómicos') y quizá con mayor precisión por Pears y McGuinness como states of affairs ('estados de cosas'). Estos estados de cosas están compuestos de objetos simples, y están representados por proposiciones elementales lógicamente independientes entre sí. Para tener una significación literal, una sentencia debe expresar una proposición elemental verdadera o falsa o una que asigne una cierta distribución de verdad o falsedad a las proposiciones elementales. En este caso, la proposición compuesta se considera como una función de verdad de las proposiciones elementales en cuestión. Existen dos casos límite. Una proposición puede no satisfacer todas las posibilidades de verdad elementales, en cuyo caso es una contradicción, o puede satisfacerlas todas, en cuyo caso es una tautología. Las proposiciones verdaderas de la lógica son todas tautologías, en este sentido, y también virtualmente las proposiciones de la matemática pura, aunque Wittgenstein prefirió llamarlas identidades. Las tautologías y las identidades tienen por finalidad facilitar la obtención de inferencias deductivas, pero en si no nos dicen nada sobre el mundo. Una proposición genuina describe una situación posible. Estas descripciones son ellas mismas hechos y comparten una forma descriptiva y lógica con lo que representan. El error en la representación se presenta cuando una sentencia, que establece la verdad o falsedad de algo, no describe una situación posible, ya sea simple o compleja. En tanto no son ni proposiciones elementales ni funciones de verdad de proposiciones elementales, los enunciados metafísicos no representan nada. Carecen de sentido. A lo sumo constituyen intentos de decir lo que no puede ser dicho sino simplemente mostrado. Esto vale para la ética y la estética. También vale para cualquier intento de describir las condiciones de la representación, con lo que las proposiciones del Tractatus son ellas mismas sinsentidos. Wittgenstein las comparó con una escalera que el lector debe arrojar una vez que ha ascendido por ella. Entonces verá el mundo correctamente. Entre las cosas que conocerá es que la filosofía no es un cuerpo de doctrina sino una actividad, la actividad de aclarar las proposiciones de la ciencia natural y de denunciar a la metafísica como carente de sentido. El libro termina con la tan citada sentencia: "Wovon man nicht sprechen kann daruber muss man schweigen" ("De lo que no se puede hablar, mejor es callarse"). Incluso en el momento en que me sentí más impresionado por el Tractatus no acepté por completo la afirmación de su autor de que todas las ideas en él reflejadas eran "inamovibles y definitivas". Acepté cabalmente su conclusión de que las experiencias metafísicas eran sinsentidos, pero no contaba a las afirmaciones del Tractatus entre ellas.
No veía, y aún no veo, cómo una sentencia podía expresar al mismo tiempo una pseudo-proposición y una verdad inamovible. Más bien coincidía con Ramsey en que "si la principal proposición de la filosofía es que la filosofía es un sin-sentido ... entonces debemos tomar en serio que es un sinsentido, y no pretender, como hace Wittgenstein, que es un sin-sentido importante". Evitando esta conclusión, como hizo Ramsey, consideré la filosofía una actividad de análisis y las proposiciones del Tractatus, en la mayoría de los casos, verdades analíticas. De hecho pertenecían a lo que desde entonces se incluiría en el dominio de la semántica general, y no veo razón por la cual esto deba convertirlas en sinsentidos. No hay duda de que podemos inquirir significativamente acerca de la relación de las sentencias de un determinado lenguaje con lo que éstas significan en su uso común, y no veo por qué no pueda generalizarse esta cuestión, analizando las condiciones generales para el enunciado de un hecho posible.
Wittgenstein no da ejemplo alguno de una proposición elemental, ni por consiguiente de un hecho atómico o estado de cosas. Formula la misteriosa afirmación de que "en un estado de cosas, los objetos se unen unos a otros como los eslabones de una cadena" y afirma que la razón por la que los objetos deben ser simples es que constituyen la sustancia del mundo. "Si el mundo no tuviera Sustancia -prosigue- entonces el que una proposición tuviera sentido dependería de que otra proposición fuera verdadera" y "en este caso no podríamos elaborar ninguna imagen del mundo (verdadera o falsa)". El razonamiento es críptico, pero la afirmación subyacente a él parece ser que la mayoría de signos primitivos, los que se combinan para formar las proposiciones elementales, deben tener una referencia. Para que se cumpla esta condición, ninguna de ellas puede referirse a un objeto complejo, pues el objeto complejo en cuestión podría no existir: la proposición en la que se afirmaba que sus elementos estarían combinados en la forma exigida podría ser falsa. Pero entonces el signo que supuestamente la designaría carecería de referencia y por consiguiente no podría contribuir a la expresión de una proposición elemental. La sentencia en la que se hubiera insertado carecería de significado.
El problema que plantea este argumento es que no parece haber una buena razón para aceptar su premisa subyacente. El propio Wittgenstein habría de subrayar posteriormente que es un error identificar el significado de un nombre con su portador, y una vez que se admite esto se libera uno del dilema de tener que decir de un signo que no denomina a un objeto simple, que denomina a un objeto complejo o bien carece de significado. Y no es que esto nos diga mucho: nos sentimos frustrados por no conocer siquiera qué tipos de objetos son éstos o cuál es su criterio de simplicidad.
Esta frustración no fue sentida por los primeros seguidores del planteamiento de Wittgenstein. Daban por supuesto que las proposiciones elementales del Tractatus eran descripciones de la experiencia sensorial; los objetos que significaban eran lo que Russell y Moore habían puesto de moda con el nombre de sense-data; sus configuraciones constituían la estructura de los campos sensoriales (sense-fields). El resultado fue que se atribuyó a Wittgenstein un punto de vista filosófico apenas diferente del de Hume. Sus estados de cosas, ya fueran simples o compuestos, se correspondían con las cuestiones de hecho de Hume; sus tautologías e identidades expresaban las relaciones de ideas de Hume. Ambos opinaban que estas dos categorías agotaban todo lo que podía ser dicho significativa mente. Y no sólo esto, sino que Wittgenstein también parecía compartir la actitud de Hume con respecto a la causalidad, al afirmar, como hizo, que <el procedimiento de la inducción ... no tiene una justificación lógica sino sólo psicológica" y que "no es obligatorio que suceda una cosa porque otra ha sucedido previamente. La única necesidad que existe es la necesidad lógica". El principal obstáculo a esta interpretación es que no era coherente con la independencia lógica de las proposiciones elementales. Permite la independencia lógica de las situaciones reales, en tanto éstas se consideran específicas, pero no impide que la verdad de una proposición elemental falsee a otra si, por ejemplo, éstas adscriben colores incompatibles a la misma área sensorial en un mismo momento. Tampoco se satisfará la exigencia de independencia si los predicados de las proposiciones elementales son cuantitativos: la asignación de alguna medida a un determinado ítem no será reconciliable con la asignación de otra medida diferente en el mismo momento y en la misma dimensión. En cualquier caso, si las proposiciones elementales hacían referencia a los contenidos de las experiencias sensoriales, los predicados que contenían serían cualitativos más que cuantitativos. El hecho de que la exigencia de la independencia lógica sea violada por los predicados cuantitativos también descarta la sugerencia de que las proposiciones elementales de Wittgenstein deban considerarse referidas a acontecimientos físicos. Pero ¿qué posibilidad queda? Lo único que se me ocurre es que los objetos que se combinan para formar las situaciones primitivas sean todos ellos universales. Esto estaría de acuerdo con la concepción de las proposiciones elementales como imágenes que representan estados de cosas posibles. Asentir a una imagen así equivaldría a afirmar que existía un estado de cosas adecuado a ella; la negación de que existía el estado de cosas descrito vendría implícita en el desacuerdo. El hecho de que las imágenes fueran diferentes en cualquier aspecto no las haría incompatible, pues no habría referencia interna que las pusiera en conflicto Cada una de ellas transmitiría la información de que había algún estado de cosas correspondiente, pero ninguna de ellas tendría la marca de ningún intento para indicar el estado de cosas en cuestión de otra forma más que describiendo sus cualidades.
De hecho, sería posible utilizar un lenguaje así, siempre que hubiere una convención vigente que definiera los límites del área en que habría que contrastar estas proposiciones. Por ejemplo, si el lenguaje fuera fenoménico, podría entenderse tácitamente que los estados de cosas descritos tendrían que ser buscados en un determinado conjunto de campos sensoriales. Sin embargo, no está claro que esto conservara genuinamente la independencia lógica de las proposiciones elementales.
Es cierto que ningún par de ellas sería formalmente incompatible, pero cualquier imagen que cumpliera los límites convencionalmente impuestos excluiría al resto. En cualquier caso, no tiene objeto proseguir este camino, pues no sólo va en contra del simbolismo del Tractatus, donde parecen distinguirse las variables según tomen como valores a particulares, cualidades o relaciones, sino que choca frontalmente con la objeción de Wittgenstein a la definición de la identidad hecha por Russell, que nos impide decir de dos objetos que tienen todas sus propiedades en común, añadiendo que "aun cuando la proposición no sea nunca correcta, sigue teniendo sentido". Este es un punto en el que Wittgenstein puede haber estado equivocado, pero no permite abrigar la sugerencia de que considerase a los objetos como colecciones de propiedades. En estas circunstancias, creo que nos vemos obligados a decir que la exigencia de Wittgenstein de que las proposiciones elementales sean lógicamente independientes entre sí no puede ser satisfecha. De hecho, él mismo llegó pronto a la misma conclusión. En su breve artículo sobre la forma lógica, desmintió la posibilidad de que diferentes predicados de color pudieran ser verdaderos simultáneamente con respecto al mismo particular. No se retractó hasta el punto de decir que las proposiciones elementales podían ser por esta razón mutuamente incompatibles, pero, lo que viene a ser lo mismo, habló de la "gramática" de los predicados de color como un sistema de normas en el que un color "excluía" a cualquier otro: y por supuesto lo mismo vale con respecto a los tamaños y las formas. Esto no supone un sacrificio de la atomicidad, pues puede seguir siendo verdadero que todos los estados de cosas reales son lógicamente independientes Otra dificultad, que es mencionada en los cuadernos de Wittgenstein como obstáculo a su tendencia a tratar las proposiciones elementales del Tractatus como descripciones de fenómenos, es la vaguedad, si no de los propios fenómenos, al menos de cualesquiera conceptos con los que pudiéramos intentar su comprensión. Así, notoriamente no es una condición suficiente que dos parches tengan el mismo tono de color para que no haya una diferencia visible entre ambos. La razón de esto es que la discernibilidad de la diferencia de color no es una relación transitiva. Puede haber una serie de parches de color, A, B y C, tal que A es indiscriminable de B y B de C, pero que A sea discriminable de C. Así, si se considera a X e Y como parches de idéntico color, tienen que satisfacer la fuerte condición de que no haya un espécimen Z que sea exactamente igual a uno de ellos pero no al otro. No sacaríamos partido en sustituir aquí aproximadamente igual por exactamente igual, pues la relación de aproximadamente igual tampoco es transitiva. Por ello, no parece seguirse de aquí que, en algunos casos al menos nuestro otorgamiento de un predicado de color a un dato sensorial tenga que ser provisional. Sin embargo, puede haber una forma de rehuir esta conclusión. En mi ejemplo de la serie ABC, podríamos establecer la regla de que si una muestra de B se presentara con muestras de A y C, no se le asignaría un predicado de color diferente del de éstos; si fuera presentada como una muestra de A o C en ausencia de la otra, tendría que ser asimilada a su pareja; y si apareciera sin ella podría dársele cualquiera de los tres apelativos. Esto tendría la ventaja de evitar la contradicción real y de permitirnos asignar un valor de verdad definido en cada caso a la proposición elemental. No obstante, difícilmente satisfaría las exigencias del Tractatus, pues B no podría entrar en diferentes combinaciones como el mismo objeto concreto. Quizá no valía la pena plantear todavía esta cuestión, pues el problema de la vaguedad se plantea de forma más aguda cuando entramos en la valoración de las proposiciones compuestas que supuestamente son funciones de verdad de las elementales.
Presumiblemente queremos hacer un pleno uso de la matemática en nuestras teorías, pero una vez lo hacemos, entonces, como el propio Wittgenstein admite cuando trata explícitamente de las matemáticas, la extensión de nuestros conceptos se vuelve indeterminada. Por ejemplo, si nuestra teoría física incorpora la geometría euclidiana, pueden haber longitudes a las cuales ésta asigna números irracionales, como , en calidad de valores pero ninguna operación real de medida puede tener como resultado un número irracional. Una vez más, nuestra teoría puede permitir un número infinito de diferencias de peso, pero las diferencias observables que distingamos siempre serán finitas. El resultado es que no siempre existe una clara división entre las proposiciones elementales, consideradas como descripciones de observación, con las que concurre una proposición más abstracta y aquellas con las que no concurre. Los estados de cosas que se consideran verificadores de una teoría entran dentro de una cierta gama, pero los límites de la gama no están definidos con precisión. Otra objeción obvia al sistema de Wittgenstein es que no contempla el caso de los condicionales no satisfechos. En un esquema simple de función de verdad, al admitir sólo los valores "verdadero" y "falso" y asignar uno u otro de estos valores a cada proposición la fórmula "si p entonces g" es equivalente a la de "no p o g", con el resultado de que entre las posibilidades que son suficientes para su verdad se encuentran todas aquellas en las que p es falsa. Pero, como hemos visto al discutir la obra de C. I. Lewis, no queremos ponernos en la posición de tener que asentir a cualquier resultado posible de un experimento, en tanto que el experimento no esté realmente realizado. Puede ser factible desarrollar una teoría de los condicionales que evite que éstos sean verdaderos en los casos en que no se satisfacen sus antecedentes, pero el problema no es tal que pueda pasarse por alto simplemente, sobre todo si consideramos nuestras proposiciones básicas como fenoménicas. Si hay que considerar las cosas, en términos de John Stuart Mill, posibilidades permanentes de sensación, tenemos que fijar unos limites a lo que tomamos como posible. No veo claramente si la concepción de las proposiciones elementales como imagen de su sentido pretendía asegurar que éstas fueran definitivamente verdaderas o falsas. Quizá la forma en que se suponen compuestas las imágenes excluye el que éstas sean borrosas de otra forma, un cierto grado de indefinición en la imagen podría servir para reflejar alguna indeterminación en los hechos.
Una cuestión más seria es si ganamos algo con esa idea de las proposiciones corno imágenes. El modelo en el que se basa es el de una fotografía o mapa, en el que sentimos la tentación de pensar que lo que convierte a estos objetos en símbolos es su similitud de estructura o contenido con algún estado de cosas posible. Un mapa es una representación precisa de una región si las distancias entre los puntos que abarca reflejan, según una escala uniforme, las distancias entre las ciudades, si sus diversos sombreados se corresponden con las diferencias de altitud, etc. Pero la elección, por ejemplo, del color verde para representar las alturas menores a 600 pies y un color púrpura para representar las altitudes de más de 9000 pies es obviamente una cuestión convencional. Así, menos obviamente, es la correlación de las distancias entre las señales del mapa y las distancias entre las características de la región. Sin la convención según la cual el mapa, o la pintura, o cualquier otra representación, tenga que ser interpretada como un signo de aquello a lo que se parece, de una u otra forma, sólo conocemos el hecho de que dos objetos son de algún modo similares, y esto no convierte a uno en signo del otro, como tampoco ocurre que los botones de la manga derecha de mi chaqueta simbolicen los de la manga izquierda. En resumen, el hecho del parecido físico pasa a ser relevante sólo cuando es seleccionado como método de representación. De forma natural tendemos a asociar lo igual con lo igual, pero ésta no es la única opción que tenemos, y para muchos fines no es la más práctica. Y más importante aún, como es sólo uno de los muchos métodos posibles de representación, no sirve para explicar en qué consiste la representación.
La idea de que las proposiciones elementales son registros de experiencias reales o posibles puede plantear el problema del solipsismo. ¿De quién son las experiencias en cuestión? ¿No deben ser las del hablante? y, en este caso, ¿cómo pueden sus impresiones comunicar algo a otras personas distintas de él mismo? ¿Es que tenemos sólo acceso a nuestras propias experiencias? Podemos inferir ¿de la conducta de otras personas que éstas tienen experiencias análogas a las propias, pero esto no puede ser verificado realmente. De hecho, si las proposiciones a las que atribuyo significación son sólo aquellas que son funciones de verdad de las proposiciones elementales descriptivas de mis experiencias, no está claro cómo la adscripción de experiencias a los demás pueda tener un significado para mí, y menos aún que este significado esté justificado.
Hacia el final del Tractatus, Wittgenstein aborda el problema del solipsismo de forma oracular, que refleja de algún modo su lectura de Schopenhauer. "Lo que pretende el solipsismo -dice- es bastante correcto, sólo que no puede ser dicho, sino que se muestra a sí mismo. Que el mundo sea mi mundo se muestra en el hecho de que los límites del lenguaje (el lenguaje que yo sólo entiendo) significan los límites de mi mundo". Y posteriormente dice: "El sujeto no pertenece al mundo: más bien es un límite del mundo", comparándolo en este sentido con el hecho de que el ojo no es en sí un constitutivo del campo visual. La conclusión es que "el solipsismo, cuando se siguen estrictamente sus implicaciones, coincide con el puro realismo. El yo del solipsismo se contrae a un punto sin extensión, y allí está la realidad coordinada con él". Y por último "lo que introduce el yo en filosofía es el hecho de que "el mundo es mi mundo". El yo filosófico no es el ser humano, no el cuerpo o el alma humana, sobre la que versa la psicología, sino más bien el sujeto metafísico, el límite del mundo que no forma parte de él". No es sorprendente que los comentadores del Tractatus hayan considerado difíciles de explicar estos pasajes. Decir que "el mundo es mi mundo" es obviamente falso si se entiende como una afirmación del propio Wittgenstein. El mundo existía antes de nacer él y no se extinguió con su muerte, y durante su vida conoció relativamente poco de él. Pero también es obvio que esto no es lo que él quería decir; la expresión "el mundo es mi mundo" no se refiere a la persona que la pronuncia sino a todos y cada uno de nosotros. Pero esto, como hemos visto al hablar del tratamiento que hace C. I. Lewis del problema, seguramente es contradictorio. No es posible que nosotros estemos tan singularmente privilegiados. O más bien, sería contradictorio si el "mi" se refiriera en cada caso a un ser humano concreto, pero se nos dice que no es así. Se refiere al sujeto metafísico. Y ¿qué es este sujeto metafísico? Aquí llegamos a un punto en el que no podemos decir nada más.
Esto no es en absoluto satisfactorio. Incluso si nos contentamos con la observación de que el solipsista está in tentando decir lo que no puede ser dicho, necesitamos alguna indicación clara de qué es lo que pretende, y por qué tiene razón. Podría decirse que el ámbito de mi experiencia establece los límites de mi comprensión, pero si ello significa que identificamos las condiciones de verdad de cualquier proposición que yo comprendo con las experiencias que me llevarían a confirmarla, caemos en inextricables dificultades relativas a mi atribución de experiencias a otras personas distintas de mí mismo. Un análisis conductual no es la solución, pues para ser congruente tiene que haber similitud con las experiencias propias, lo que equivale a afirmar que uno no tiene estas experiencias. Y aquí el titular de las experiencias de cualquier persona de la que se trate es el ser humano. Sugerir que "mi mundo" es el mundo de un sujeto metafísico carece de sentido.
Wittgenstein vuelve a este tema en El cuaderno azul, considerándolo con más detalle y mostrando mucha menos indulgencia hacia el solipsista. Repetidas veces afirma que el solipsista que proclama que sólo él siente dolor no presta atención a ningún hecho empírico, ni incluso al hecho de que los dolores que siente están localizados en su propio cuerpo. Para mostrar que esto no es más que un hecho empírico, Wittgenstein construye ingeniosamente un conjunto de ejemplos que podrían llevarnos a decir que un hombre sentía el dolor en el cuerpo de otro hombre, o incluso que el dolor estaba localizado en algún objeto inanimado.
Pero el problema de estas fantasías es que no consiguen desarmar al solipsista. Donde quiera que esté localizado el dolor, aun está dispuesto a decirnos que es él quien lo siente y nadie más. De esta forma resulta claro que hace del hecho de que sólo él tiene experiencias una proposición necesaria, una característica del uso.
En su lenguaje no queda lugar para la expresión de una proposición que asigne un sentimiento de dolor, o cualquier otro estado consciente, a cualquier otra persona distinta de él mismo. Pero entonces, afirma Wittgenstein, podemos prescindir de él simplemente consintiendo su manía. Acordamos el limitar el uso de términos como "dolor" a la descripción de estas experiencias, e inventamos términos diferentes para caracterizar la experiencia de los demás. Alternativamente, podríamos decir que sus dolores son los únicos dolores reales, sus pensamientos los únicos pensamientos reales, etc. En resumen, le damos un status privilegiado en nuestra notación, pues esto es lo que parece querer él.
Pero de hecho esto no es lo que él quiere. No reclama para sí ningún privilegio especial. No se concibe a sí mismo como el único ser sensible en el mundo y a todos los demás que parecen ser seres humanos como robots. Su imagen le sitúa al mismo nivel de los demás, pues nos pone a todos en la misma situación. Todos y cada uno de nosotros estamos confinados en el círculo de sus propias experiencias. Tomada literalmente, esta imagen es contradictoria, pues tendría que haber alguien fuera de todos los círculos para enmarcarlos, pero tiene un poderoso atractivo, que no es meramente, como Wittgenstein sugiere, el resultado de estar hechizados por nuestro uso habitual del lenguaje el cual no contempla, o no contempla correctamente, la comunicación de las experiencias. Es lo mismo que decir que chocamos contra un aspecto de nuestra gramática cuando nos lamentamos de que no podemos conocer las ideas o sentimientos de un amigo de la forma en que éste los conoce; o, lo que es lo mismo, que tenemos que depender de la evidencia física de una forma que él no depende y tampoco nosotros dependemos cuando se trata de nuestras propias ideas y sentimientos. El hecho sigue siendo que este aspecto de la gramática no es el efecto de una elección caprichosa. El motivo para considerar un hecho necesario del que no sea posible tener las experiencias de otro radica en la diferente forma en que las proposiciones sobre las ideas, sentimientos y sensaciones son verificadas por cada persona, según sean o no sean propias.

MORITZ SCHLICK, OTTO NEURATH Y RUDOLF CARNAP
Las ideas presentadas en El cuaderno azul fueron desarrolladas por Wittgenstein no sólo en Cambridge sino también en sus encuentros con los miembros del Circulo de Viena. Estas ideas pueden seguirse claramente en la obra de Moritz Schlick, que había fundado el Circulo en 1925. Schlick, que nació en 1882, no era austríaco sino alemán, y al igual que otros destacados miembros del Círculo tuvo una formación inicial en física. Su tesis doctoral, que terminó en la Universidad de Berlín en 1906 bajo la supervisión de Max Planck, versaba sobre la reflexión de la luz en un medio no homogéneo. Llamó la atención por primera vez con su articulo titulado "Sobre el significado filosófico del principio de relatividad" escrito en 1915, Y dos años después publicó un pequeño libro sobre El espacio y el tiempo en la física contemporánea, que fue elogiado por Einstein. Sin embargo, se decidió a proseguir los estudios académicos de filosofía, y no de física, y desempeñó la docencia de esta disciplina en Rostock y Kiel antes de aceptar en 1922 una invitación para ocupar la Cátedra de Historia de la Filosofía de las Ciencias Inductivas de la Universidad de Viena. Esta cátedra había sido fundada en 1895 principalmente con la finalidad de atraer a Viena al célebre físico Ernst Mach de Praga. Mach se había interesado considerablemente por la filosofía de la física, en relación a la cual había adoptado una posición radicalmente positivista. Uno de sus libros más importantes se tituló, en la traducción inglesa, Contributions to the analysis of sensations ("Contribuciones al análisis de las sensaciones"). Mach se vio obligado, a consecuencia de un infarto, a renunciar a la cátedra en 1901, y su sucesor, el igualmente famoso físico Ludwig Boltzmann, adoptó el título diferente de profesor de física teórica y filosofía natural. Boltzmann no estaba de acuerdo con la filosofía de la física de Mach y el cambio de título le permitió afirmar que no tenia predecesor; así pudo evitar la cortesía de rendir tributo a Mach en su conferencia inaugural. Un rasgo característico de la actitud de Schlick hacia la filosofía es que restableció el titulo de Mach.
De hecho, los intereses filosóficos de Schlick eran excepcionalmente amplios, abarcando la ética y la estética tanto como la filosofía de la ciencia y la teoría del conocimiento. El primer libro que publicó, ya en 1908, se tituló Lebensweisheit: Versuch ezner Gliickseligkeitslehre ("Sabiduría de la vida: ensayo de una teoría de la felicidad") y versaba, como indica su titulo, sobre el logro de la felicidad. Pero el libro que le hizo famoso fue su Allgemeine Erkenntnislehre ("Teoría general del conocimiento"), que fue publicado por vez primera en 1918, Y cuya segunda edición, considerablemente revisada, apareció en 1925. Sorprendentemente, hasta el año 1974 no sería traducido al inglés.
Poco después de asumir el liderazgo del Circulo de Viena, Schlick pasó a adoptar una visión de la ciencia sustancialmente idéntica a la de Mach, llegando a pensar, igual que éste, que los enunciados básicos de la observación eran enunciados sobre los datos de los sentidos. Sin embargo, en su Teoría general del conocimiento, había adoptado un punto de vista más realista. Insistía en que todo enunciado o teoría científica debía ser susceptible de verificación, en el sentido de que tenia que llevar a unas consecuencias capaces de corresponderse con hechos observables, pero los hechos observables podían tener a objetos físicos como constituyentes. Estaba de acuerdo con Mach en rechazar el dualismo psicofísico, afirmando que hablar en términos mentales o físicos era adoptar una u otra forma de describir los mismos fenómenos, pero tendía a considerar los fenómenos como físicos, anticipando en cierta medida la forma actual de identificar las ocurrencias mentales con los procesos del sistema nervioso central. Esta fue otra idea que posteriormente habría de revisar en favor de un monismo neutral. Quizás el rasgo más notable del libro de Schlick es que se anticipaba a Wittgenstein, con quien todavía no había establecido contacto, en el rechazo de la tesis kantiana de que podía haber cosas tales como verdades sintéticas a priori y en la afirmación de que todas las proposiciones a priori verdaderas, tales como las de la lógica y las de la matemática pura, eran analíticas o, en otras palabras, tautológicas.
No dio a la palabra "tautológico" el significado técnico que como hemos visto le dio Wittgenstein, pero caracterizó a las proposiciones analíticas o tautológicas como proposiciones que deben su verdad exclusivamente al significado de los signos que se utilizaban para expresarlas. Esto llevaba igualmente a la conclusión de que estaban desprovistas de todo contenido fáctico. Si bien Schlick siguió siendo director titular del Círculo hasta su muerte en 1936, su miembro más destacado, que aspiró no sólo a la creación de un movimiento filosófico internacional sino también de una fuerza política izquierdista, fue el austríaco Otto Neurath. Neurath, que era de la misma edad que Schlick pero de temperamento muy diferente, tan desaliñado y bullicioso como elegante y moderno pudiera ser Schlick, un hombre gigantesco que solía firmar sus cartas con una firma de elefante, que no pertenecía oficialmente a la Universidad de Viena, pero era el director de un museo social y económico que él mismo había fundado en 1924. Se había formado en las universidades de Viena y Berlín, estudiando primero matemáticas y pasado después a la lingüística, el derecho, la economía y la sociología. La tesis con la que obtuvo su doctorado en Berlín en 1906 versaba sobre la economía del mundo antiguo. A finales de la primera guerra mundial, en la que participó en el cuerpo de servicios del ejército austríaco, perdió la oportunidad de convertirse en lector en el Departamento de Sociología de Heidelberg para colaborar en el gobierno socialdemócrata que por entonces se había establecido en Baviera. Fue encargado de la planificación central y siguió en este cargo cuando el gobierno fue sustituido por el gabinete denominado espartaquista compuesto de comunistas, socialistas de izquierda y anarquistas. Neurath no era miembro de ninguno de estos grupos, aunque en sus escritos mostró cierta simpatía hacia el, marxismo. Cuando los espartaquistas fueron sustituidos por las fuerzas de derecha, Neurath fue condenado a prisión pero excarcelado tras la intervención del gobierno austríaco. En 1934 consiguió escapar de nuevo de la cárcel cuando el gobierno derechista clerical de Dollfuss, quien fue asesinado por los nazis, provocó la caída del gobierno socialista del municipio de Viena. Por entonces Neurath se encontraba en Moscú con motivo de asuntos relacionados con su museo, principalmente dedicado a la muestra de estadísticas pictóricas, y consiguió llegar hasta La Haya, donde ya había establecido la Fundación Internacional para la Educación Visual. Permaneció en Holanda hasta la invasión nazi de 1940, momento en el cual él y su mujer, que era ya su tercera esposa, encontraron pasaje en un pequeño barco que les llevó hasta Inglaterra. Tras un breve período de internamiento como extranjero enemigo, volvió a abrir su Instituto de Estadística en Oxford, donde vivió hasta su muerte, en diciembre de 1945.
Aunque sólo publicó una obra de cierta extensión, su Empirische Soziologie ("Sociología empírica"), que apareció en una serie de Contribuciones a la concepción científica del mundo (Schriften zur wissenschaftlichen Weltauffassung) patrocinada por el Círculo, Neurath fue un escritor extremadamente prolífico, principalmente sobre economía aplicada, pero también sobre temas muy diversos, que iban desde la lógica formal hasta la historia, la política y los métodos educativos a la teoría de la guerra. En la edición inglesa de sus obras, publicada en 1973, figura una bibliografía, que incluye doscientos setenta y siete trabajos. No muchos de ellos versan sobre lo que generalmente se consideran cuestiones filosóficas, pero los dedicados a ellas están escritos de una forma extremadamente incisiva. Su plataforma política consistía en una hostilidad extrema hacia la metafísica, y su proclamación en favor de la unidad de la ciencia. Nunca puso en claro qué entendía por unidad de la ciencia, pero parecía ser principalmente una combinación de la tesis de que, por lo que respecta a los motivos para su aceptación, no existe diferencia entre las ciencias naturales y sociales, y de que todas las afirmaciones científicas eran intersubjetivamente contrastables. Esto le llevó a adoptar una concepción realista de los enunciados observacionales y le enfrentó a Schlick, quien, como hemos visto, llegó a concebirlos como referidos a los sensedata. Sin embargo, en cierto modo la concepción de Neurath de los enunciados observacionales era insuficientemente realista como para llegar a excluir cualquier posibilidad de comparar los enunciados con los hechos, o incluso con cualquier otra cosa ajena a ellos. Los enunciados -decía- sólo podían ser comparados significativamente con otros enunciados. El triste resultado de ello fue que tuvo que defender una teoría de la verdad como coherencia.
Idéntico fue el caso de Rudolf Carnap, quien, si bien no fue fundador del Círculo, se convirtió en su representante más destacado. Más joven que Schlick o Neurath, Carnap nació en 1891 y se formó en la Universidad de Viena, donde fue uno de los pocos estudiantes que asistía a los cursos de Gottlob Frege sobre lógica matemática. Sin embargo, su principal interés estaba en la física, y empezó a trabajar en una tesis doctoral relacionada con el comportamiento de los electrones. El estallido de la primera guerra mundial le impidió terminar su tesis, y tuvo que incorporarse a filas como oficial del ejército alemán. Terminada la guerra, al volver a Jena, concluyó sus estudios experimentales, y obtuvo su doctorado en 1921 con una tesis nueva sobre el tema del espacio, obra que llevaba por subtítulo: "Contribución a la filosofía de la ciencia". Al igual que Schlick, estaba sorprendido por la importancia filosófica de la teoría de la relatividad de Einstein y, además de un pequeño libro sobre el papel del concepto de simplicidad en física, y otro sobre los diferentes niveles de construcción de los conceptos físicos, el tránsito de lo cualitativo a lo cuantitativo y de lo concreto a lo abstracto, publicó diversos artículos sobre los temas de espacio, tiempo y causalidad. Por esta época su posición parece haber estado más cerca de Mach que del anterior realismo de Schlick, y en la autobiografía intelectual con la que contribuyó al volumen de Schlick, The Philosophy of Rudolph Carnap, reconoce la influencia del convencionalismo de Henry Poincaré. Mientras, se desarrolló y extendió el interés por la lógica matemática que Frege había suscitado en él. A través de Frege, conoció sus Principia Mathematica de Russell y Whitehead y siguió estudiando y siendo influido considerablemente por la obra de Russell sobre teoría del conocimiento, escrita durante el período del monismo neutral de Russell. Carnap había leído los Principia cuando estaba, en Jena, pero no había podido pagar el precio de un ejemplar y tampoco pudo conseguir uno prestado en Freiburg, adonde se trasladó a continuación. Escribió a Russell para preguntarle dónde podía comprar un ejemplar usado y como respuesta recibió una carta de treinta y seis páginas en la que Russell incluía casi todas las definiciones más importantes en que se basaban las pruebas de los Principia. Esto permitió a Carnap realizar su Abriss der Logistik ("Compendio de lógica matemática"), cuyo primer borrador lo escribió en 1924, aunque no fue publicado hasta 1929. Sin duda constituye el primer manual alemán que hizo justicia a la expansión de la lógica, de la cual había sido responsable Frege cincuenta años atrás. En 1926, Carnap fue invitado a trabajar como profesor en la Universidad de Viena. Permaneció allí, asistiendo a las reuniones del Círculo hasta 1931 cuando aceptó una cátedra en la Universidad alemana de Praga. Su principal logro durante los años que pasó en Viena fue la publicación de Der logische Aufbau der Welt ("La construcción lógica del mundo"). El libro, excesivamente ambicioso, que muestra, como todo el resto de la obra de Carnap, una ingente labor y una extraordinaria preparación técnica, adopta el punto de vista que Carnap denominó el solipsismo metodológico.
El uso de la palabra "metodológico" tenía una doble intención: pretendía anticipar los problemas epistemológicos que se consideraba podía suscitar la adopción de una base solipsista. La base era solipsista en tanto que Carnap, siguiendo a Mach, James y Russell, a su modo, tomó como punto de partida la serie de elementos que constituían la totalidad de las experiencias presentes de una persona en un momento dado, e intentaba mostrar cómo toda la serie de conceptos necesarios para describir el mundo podían ser construidos paso a paso, mediante la aplicación de la lógica de Russell, sobre la base de la sola relación empírica de la similitud recordada. Esta relación fue elegida como epistemológicamente primitiva. Carnap se convenció a raíz de la obra de los miembros de la escuela psicológica de la Gestalt de que la experiencia no s afecta mediante todos indiferenciados. Sin embargo, incluso aun cuando esto fuera así, no justificaría que considerara las experiencias de una vida como el campo de su relación primitiva, pues esto incluye tanto al futuro como al pasado, y no toda la experiencia propia anterior se recuerda con detalle en todo momento posterior. Esta no es una objeción al punto de partida de Carnap como tal, sino sólo a sus razones para elegirlo. Hay quienes, como Nelson Goodman, dudan de si puede darse un sentido claro a la afirmación de que cualquier tipo de enunciado es epistemológicamente primitivo. Al construir este "lenguaje de la apariencia", Goodman toma prestado el término qualia de C. I. Lewis, pero no comparte el supuesto de éste de que la aprehensión de los qualia es lógicamente anterior a la percepción de los objetos físicos. En este punto me pongo del lado de Lewis por el hecho de que ningún objeto físico puede ser percibido si no se ha observado, al menos implícitamente, la presentación de algún quale o conjunto de qualia, mientras que lo contrario no es cierto. Sin embargo, para los fines de cualquier tipo de "constitución" del mundo físico sobre una base así necesitaríamos casi con toda seguridad qualia de un orden de tipos más amplio que los colores, lugares y momentos a los que se limita el propio Goodman. E1 sistema de Carnap es puramente extensional. Las cualidades sensoriales, como los colores, son identificadas con las clases de experiencias elementales en las que aparecen, escogiendo las propias cualidades sobre la base de las relaciones de semejanza parcial entre unidades primitivas, con lo que existe sólo una diferencia estructural entre una cualidad y otra, es decir, una diferencia en las extensiones de las clases con las que se identifican respectivamente. Las clases sensoriales son definidas de forma similar en términos de la semejanza de cualidades, y distinguidas en términos de sus dimensiones. Los niveles medio y superior de la construcción, tales como el desarrollo del mundo físico a partir del mundo de la percepción a través de la sustitución de las cualidades sensoriales por la operación puramente matemática de la asignación de cantidades a puntos espaciotemporales, la constitución del propio cuerpo y de las mentes de los demás, y la concepción de los objetos "culturales" son presentadas de forma esquemática. La ingenuidad de Carnap se aprecia especialmente en su construcción de los objetos sensoriales, pero aquí se agrava, como indica Goodman, al dejar de ver que es posible que haya conjuntos en los que cada par de cosas tenga una cualidad común a todos los elementos del conjunto. En el caso de los colores, el conjunto compuesto por las tres combinaciones azul-rojo, rojo-verde y azul-verde sería un ejemplo simple.
En 1929, el Circulo publicó un manifiesto titulado Wissenschaftliche Weltauffassung: der Wiener Kreis ("La concepción científica del mundo: el Circulo de Viena"). Fue redactado principalmente por Neurath, aunque Carnap y el matemático Hans Hahn también firmaron el prefacio en calidad de editores. Schlick, a quien está dedicado el manifiesto, estaba enseñando por entonces en California, y la obra le fue presentada a su vuelta, en agradecimiento a su decisión de permanecer en Viena en vez de aceptar la oferta de una cátedra en Bonn. Hecho que en parte explica el que se hiciera en él una mayor concesión al fenomenalismo de la que hubiera sido dado esperar por parte de Neurath. Por ejemplo, se dice que "el significado de toda afirmación científica debe ser comprobable por reducción a una afirmación sobre lo dado", y se exige una similar posibilidad de reducción para todo concepto, de acuerdo con la jerarquía de la Aufbau de Carnap, afirmando que sus capas inferiores contienen "conceptos de experiencias y cualidades de la psique individual". Sin embargo, esto ha de leerse a la luz de la subsiguiente afirmación de que "una descripción científica puede contener sólo la estructura (forma de orden) de los objetos, no su esencia", y que "las cualidades experimentadas subjetivamente son como tales sólo apariencias, no conocimiento". Esto concuerda con la argumentación de Schlick, desarrollada en un conjunto de tres conferencias ofrecidas en 1932 en Londres, de que sólo puede comunicarse la estructura, pero no el contenido. Aquí puede detectarse también un eco de Wittgenstein, pues el propio Schlick se ve obligado a decir que no puede afirmarse nada significativo sobre el contenido, por lo que hablando estrictamente está expresando un sinsentido cuando lo distingue de la estructura o lo considera como inefable. Incluso así, de nuevo al igual que Wittgenstein, confía en que se entiendan sus palabras. Por mi parte, no estoy seguro de haberlas entendido, pero si lo que quiere decir es que el discurso sobre las cualidades puede ser sustituido por el discurso sobre la ordenación puramente numérica de las clases, al modo de la Aufbau de Carnap, entonces creo que la tesis no es carente de significado sino, simplemente, falsa. Sin embargo, tal vez parte de lo que pensara Schlick fuera que, para los fines de la comunicación, el carácter de las experiencias de otra persona no debe preocuparnos, en tanto puedo atribuir una interpretación a sus expresiones y acciones de acuerdo con mi propia experiencia: y esto, como ya he indicado al discutir las ideas de C. I. Lewis, me parece no sólo significativo sino verdadero. Tres tesis que se subrayan en el manifiesto son el rechazo de la metafísica como carente de sentido, el que "no existe nada semejante a una filosofía como ciencia básica o universal paralela o por encima de los diversos campos de la ciencia empírica", y el carácter tautológico de las proposiciones verdaderas de la lógica y las matemáticas. Los motivos para aceptar esta última tesis eran la creencia de que había sido probada por Wittgenstein y, al menos en el caso de Schlick, la no defendibilidad de las que se consideraban las únicas alternativas posibles, como que estas proposiciones eran generalizaciones empíricas o verdades sintéticas a priori, en el sentido de Kant. No parece haber habido duda dentro del Círculo sobre la plausibilidad de la distinción analítico-sintético. Sus miembros no hubieran negado que una sentencia considerada como expresiva de una proposición analítica como, por ejemplo, la ley del tercio excluso, pudiera ser rechazada; lo hubieran considerado como un intento de cambiar el significado de la sentencia. Correctamente, en mi opinión, no atribuyeron sentido alguno a la afirmación de que una proposición a posteriori era necesariamente verdadera. La estrecha conexión entre el pragmatismo y el positivismo vienés se refleja en el hecho de que la concepción del significado de C. I. Lewis, que ya he criticado, podría expresarse por completo mediante el slogan vienés de que el significado de una proposición es su método de verificación. Este principio está sólo implícito en el manifiesto, pero aparece explícitamente en las conferencias de Schlick y en más de un artículo de Erkenntnis, que se convirtió en la revista del movimiento en 1930 bajo la labor editorial conjunta de Rudolf Carnap y el líder del pequeño grupo de positivistas de Berlín, Hans Reichenbach. Ya he mostrado que el principio opera de forma diferente, según la posibilidad de verificación esté o no afectada por la identidad y la posición espacio-temporal del hablante. Schlick no entra en la cuestión, pero en general parece haber tenido presentes a los hablantes reales más que a observadores ideales. Tal vez supuso que la dificultad en atribuir experiencias a los demás se resolvía mediante la distinción entre estructura y contenido; no pareció advertir que su interpretación del principio planteaba ciertos problemas acerca de los enunciados sobre el pasado. En el apéndice al manifiesto se enumeran los miembros del Círculo, que ascienden a catorce en total. Junto a Schlick, Carnap y Neurath, Marcel Natkin, Theodor Radakovic y Friedrich Waismann, los matemáticos Kurt Godel, Hans Hahn, Karl Menger y Olga Hahn-Neurath, que era la segunda mujer de Neurath y hermana de Hans Hahn. Se citaba además a diez personas como simpatizantes, las más destacadas de las cuales eran Kurt Grelling en Berlín, E. Kaila en Finlandia y F. P. Ramsey en Inglaterra.
Igualmente se mencionaba a tres "notables representantes de la concepción científica del mundo", en la persona de Albert Einstein, Bertrand Russell y Ludwig Wittgenstein. Es interesante e incluso sorprendente hallar el nombre de Kurt Godel incluido entre los miembros del Círculo. En el momento en que se escribió el manifiesto éste tenía sólo veintitrés años, y sólo dos años después presentó en una publicación científica alemana un trabajo arquitectónico, cuyo modesto título era, traducido al inglés "On formally undecidable propositions of Principia Mathematica and related systems" ("Sobre las proposiciones formalmente indecidibles de los Principia Mathematica y sistemas afines"). En él, mediante un muy ingenioso método de proyección de los enunciados sobre la aritmética en enunciados de aritmética demostraba, no, como se afirma en ocasiones, que la consistencia de la aritmética no podía ser probada, sino que al menos ninguna prueba de la consistencia de ningún sistema deductivo, que fuera lo suficientemente rico para la expresión de la aritmética, podía ser representada dentro del sistema. También demostraba que ningún sistema de este tipo contendría proposiciones verdaderas que el sistema no tuviera medio de demostrar. En cierto sentido entonces, Godel probó que la aritmética es esencialmente incompleta. Esta conclusión no es incompatible con el credo del circulo de que todas las proposiciones verdaderas de la matemática son tautologías, pero crea una dificultad por cuanto obstaculiza cualquier prueba de que la propiedad de ser tautológico es una propiedad que todos los miembros verdaderos de un sistema deductivo pueden derivar de sus premisas. Puedo garantizar el hecho de que Godel asistió regularmente a los encuentros del Círculo durante el invierno de 1932-1933 y que permitió entonces que se aprobara sin objeción alguna su concepción de la lógica y las matemáticas.
Sin embargo, en 1940, cuando apareció su artículo "La lógica matemática de Bertrand Russell", contribución a la obra de Schilpp, The philosophy of Bertrand Russell, mantenía que la asunción de las clases y los conceptos "concebidos como objetos reales, a saber, las clases como apluralidades de cosas" y los conceptos como las propiedades y relaciones de cosas existentes con independencia de nuestras definiciones y construcciones ... es tan legitima como la asunción de que hay cuerpos físicos y de que existe igual razón para creer en su existencia". No hay indicio de que abandonara nunca esta forma de realismo platónico.