Mario Bunge

EXAMEN DE TEORÍAS

  

En Bunge, Mario (1989): La Investigación Científica. Barcelona: Ariel. Pp. 919-930.

 

 

Hay varios modelos del universo compatibles con los datos astronómicos de que disponemos, datos que son escasos a imprecisos: a tenor de lo que hoy sabemos, el universo puede ser espacialmente finito o infinito, el espacio puede ser curvo o no serlo, etc. En la física atómica y nuclear encontraremos partidarios de una teoría que no dé más información que la suministrada por el experimento, y otros especialistas proponen la introducción de otras construcciones hipotéticas referentes a propiedades inobservables. En meteorología nos encontramos con la opinión de que el tiempo atmosférico es resultado de la interacción de un gran número de factores, por lo que pueden despreciarse variaciones pequeñas de cualquiera de esas variables; pero existe también la opinión contraria de que la atmósfera es un sistema inestable, de tai modo que cualquier pequeño factor puede, por ejemplo, desencadenar la lluvia. En biología se dan dos clases de teorías de la mortalidad: las que suponen que el lapso de la vida del individuo está genéticamente determinado y las que sostienen que la muerte es el resultado de una larga secuencia acumulativa de pequeñas lesiones; y así sucesivamente. Difícilmente habrá algún campo científico en el que domine sin discusión una teoría importante o, por lo menos, en el que no Sean concebibles otras teorías rivales. Y esa rivalidad será una fuente de progreso mientras algunas de eras teorías no se institucionalicen en escuelas dogmáticas, a imitación de las filosofías de escuela.

 

Dos teorías científicas pueden considerarse rivales si tratan de modo diferente el mismo tema o sistema de problemas (mismidad aproximada). Si, además, dan de sí prácticamente las mismas consecuencias o proyecciones contrastables, se dice que las dos teorías son empíricamente equivalentes, por mucho que difieran conceptualmente. Las teorías empíricamente equivalentes no tienen por qué ser recíprocamente compatibles como lo son las varias representaciones cartográficas del globo terrestre: si fueran compatibles, no serían más que formulaciones diferentes de la misma teoría, o sea, serían también conceptualmente equivalentes. Las teorías que son empíricamente equivalentes pero conceptualmente inequivalentes pueden construirse casi a voluntad. Así, por ejemplo, toda teoría física en la que se presente el concepto de longitud presupone alguna geometría métrica, generalmente la euclídea. Es posible aproximarse al espacio plano retratado por ésta por medio de infinitos espacios curvos tratados como otras tantas geometrías riemannianas: para curvaturas pequeñas o para volúmenes pequeños no habrá diferencias empíricamente registrables entre las correspondientes teorías físicas, lo que quiere decir que, en esas condiciones, todas ellas serán empíricamente equivalentes. En todo caso, las discusiones sobre teorías empíricamente equivalentes suelen ser las más vacías, algo así como las luchas entre sectas de una misma religión: en los dos casos se trata de salvar el mismo conjunto de individuos.

 

La experiencia es de mucho peso, y acaso decisiva, en un punto, la estimación de teorías empíricamente inequivalentes. Pero ¿cómo proceder en presencia de dos o más teorías empíricamente equivalentes? Una conducta posible consiste en esperar y ver más evidencia empírica: si las teorías son realmente diferentes, si no son meramente dos modos equivalentes de decir lo mismo, puede presentarse una situación en la cual al menos una de las dos quede descalificada. Pero no bastará con eso: el partidario de la teoría más defectuosa empíricamente puede recurrir a reforzarla retocando alguno de sus supuestos iniciales o introduciendo hipótesis ad hoc para salvar aquellas (cfr. Secc. 5.8). Y como este proceso puede continuarse indefinidamente, parece necesario apelar a alguna batería de contrastaciones no-empíricas, o sea, a contrastaciones adecuadas para establecer propiedades distintas de la concordancia con el hecho observado; tales contrastaciones son necesarias cuando dos o más teorías concuerdan con la misma perfección, o casi con la misma perfección, con la información empírica.

 

Averiguar cuáles son esas deseables propiedades de las teorías científicas no es cosa que pueda hacerse con trabajo meramente lógico: tenemos que utilizar la historia de la ciencia para descubrir los criterios efectivamente usados en la estimación de las teorías científicas. Pero incluso eso es insuficiente, pues algunos de esos criterios pueden ser malos. Con objeto de seleccionar aquellos que son deseables para el progreso del conocimiento tenemos que someterlos a un examen lógico y metodológico. Empecemos por echar un vistazo a algunas importantes controversias científicas.

 

Nuestro primer ejemplo será la controversia Ptolomeo-Copérnico, o geostatismo-heliosta­tismo. Según filósofos eminentes, esta disputa no se ha resuelto todavía, ni lo será nunca, porque los dos correspondientes "sistemas del mundo" son equivalentes: la única diferencia entre ellos se referiría a la complejidad y a la conveniencia respectivas. Los inductivistas aprovechan esta supuesta equivalencia como dato en favor de la simplicidad como criterio decisivo entre teorías rivales: los convencionalistas afirman que el hecho sostiene su opinión de que la búsqueda de la teoría más simple compatible con la experiencia debe sustituir la búsqueda de la teoría más verdadera. La imagen heliostática de los movimientos de los planetas es, se dice, preferible a la explicación geostática simplemente porque simplifica la astronomía, lo cual no es verdad, puesto que la primera doctrina está en conflicto con el sentido común (por el hecho de contener conceptos trasempíricos como "órbita planetaria") y utiliza refinadas hipótesis de la dinámica y sutiles instrumentos de cálculo, como la teoría de las perturbaciones. De hecho, la equivalencia entre las dos explicaciones es muy limitada: sólo cubre la geometría del movimiento de los planetas, en el sentido de que puede adoptarse cualquiera de las dos teorías para dar razón de las posiciones aparentes del Sol y los Planetas. En todos los demás respectos, las dos teorías son inequivalentes, como sugiere la siguiente tabla sinóptica:

 

SISTEMA PTOLEMAICO

SISTEMA COPERNICANO

Una vez inserto  en la mecánica newtoniana

 

Combinación convencional de ciclos, epiciclos, excéntricas y otras variables intermedias.

Ecuaciones del movimiento real

¯

¯

 

Soluciones (referidas al Sol)

¯

 

Órbitas observables

Órbitas observables (referidas a la Tierra)

 

 

Enumeremos las diferencias más notables entre los dos "sistemas del mundo", porque cada una de ellas puede sugerir un criterio para el examen de las teorías científicas. Primera: sistemicidad. El sistema heliostático no trata cada planeta por separado, como hace el geostático, sino que introduce el concepto físico de sistema solar y consigue así unidad conceptual y metodológica; en cambio, el "sistema" de Ptolomeo era en realidad un conjunto de teorías, una para cada planeta, de tal modo que si una de ellas resultaba falsa se podía corregir sin modificar las demás. Segunda: consistencia externa. Mientras que el "sistema" ptolemaico está aislado del resto de la ciencia, el sistema heliostático es continuo (y no sólo compatible con) la dinámica, la teoría de la gravitación y la teoría de la evolución de las estrellas, en el sentido de que sus rasgos principales no se toman como dados, sino que pueden explicarse --detalladamente unos, en esquema los otros- por dichas teorías. En resumen: el sistema heliostático está inserto en la ciencia, mientras que el "sistema" ptolemaico no era coherente ni siquiera con la física aristotélica. Tercera: potencia explicativa y predictiva. El sistema heliostático explica hechos que el “sistema” geostático ni siquiera conoce, como las estaciones de la Tierra, las fases de los planetas y satélites, y aberración de la luz, etc. Cuarta: representatividad. Lejos de ser un mero expediente simbólico para unir observaciones -como querrían las concepciones convencionalista y pragmatista de la teoría científica-, el sistema heliostático es un modelo visualizable de un fragmento de realidad, y fue concebido por Copérnico, Bruno, Galileo y otros como una imagen verdadera del sistema solar. Quinta: fuerza heurística. El sistema heliostático estimuló nuevos descubrimientos en la mecánica, la óptica y la cosmología. Por ejemplo, posibilitó la investigación que dio de sí las leyes de Kepler, cuya explicación fue a su vez uno de los grandes motivos de la dinámica newtoniana, cuyas deficiencias desencadenaron a su vez ulteriores desarrollos. Sexta: contrastabilidad. Al no permitirse refugios sin fundamento mediante el añadido de hipótesis ad hoc inventadas para salvar la teoría en sus discrepancias con la observación, el sistema heliostático se ofrece a su refutación por datos empíricos. (Un modelo que no pretenda recoger más que datos puede ajustarse y reajustarse indefinidamente; en cambio, un modelo que recoja hechos no será reajustable de ese modo.) Además, el sistema heliostático se ha corregido varias veces: primero por Kepler, luego por el descubrimiento de que, a causa de las perturbaciones recíprocas de los planetas, las órbitas reales eran más complejas que las elipses de Kepler y hasta que las curvas de Ptolomeo. Séptima: consistencia de la imagen del mundo. La nueva teoría, definitivamente incompatible con la cosmología tradicional, o sea, cristiana, era en cambio compatible con la nueva física, la nueva antropología y la nueva imagen naturalista del mundo. De hecho, el sistema copernicano fue el puente que enlazó finalmente la astronomía con la física; transformó los cielos en un objeto natural -una máquina- y mostró que la Tierra no era la base del mundo, su lugar más bajo, lo cual a la larga reforzó la dignidad del hombre. En resumen: aunque en sus principios las dos teorías era empíricamente equivalentes, con el tiempo fueron explicitándose diferencias empíricas y, desde el primer instante, las dos teorías fueron conceptualmente inequivalentes y se apoyaron en filosofías en conflicto.

 

Nuestro segundo ejemplo será la batalla sobre la teoría de Darwin acerca del origen de las especies, la cual triunfó de sus dos principales rivales -el creacionismo y el lamarckismo- luego de una lucha dilatada y dura que en algunos suburbios culturales del mundo no ha terminado todavía. El darvinismo no era entonces, ni mucho menos, perfecto, y no recogía los datos mejor de lo que podía hacerlo una teoría que afirmara una evolución dirigida por poderes sobrenaturales; pues para una cómoda teoría de este tipo sobrenaturalista todo dato sería un apoyo y no habría dato refutador. El darvinismo, por el contrario, contenía bastantes supuestos no probados, discutibles o hasta falsos, como "Los rasgos hereditarios resultan de la fusión de las contribuciones de los progenitores por partes iguales", "Las poblaciones naturales son aproximadamente constantes" y "Los caracteres adquiridos, si son favorables, se trasmiten a la descendencia”. La teoría no se había contrastado por observación directa, y aún menos mediante experimentación con especies vivas en condiciones de control; hechos tan favorables para Darwin como el desarrollo de líneas de descendencia de bacterias resistentes a los antibióticos, o de insectos resistentes al DDT, o el melanismo industrial de ciertas mariposas, o la concurrencia entre los individuos de poblaciones vegetales densas, no se observaron sino décadas después de la aparición de The Origin of Species. La teoría de Darwin era sospechosamente metafórica, pues en parte había sido sugerida por la obra de Malthus sobre la población y la lucha por el alimento en las sociedades humanas. Además, la teoría de Darwin no era inductiva, sino que, como toda teoría auténticamente tal, contenía conceptos trasempíricos. Y por si esos pecados no fueran suficientes para condenar la teoría desde el punto de vista de los cánones metacientíficos que prevalecían en el siglo xix, el sistema de Darwin era mucho más complejo que sus sistemas rivales: baste con comparar el postulado religioso de la creación especial de cada especie, o los tres axiomas de Lamarck (tendencia inmanente a la perfección, ley del uso y el desuso, herencia de los caracteres adquiridos) con la teoría de Darwin para apreciar la mayor complicación de ésta. La teoría de Darwin era mucho menos afín al sentido común y bastante más complicada, pues contenía, entre otros, los siguientes supuestos independientes: "Una tasa alta de aumento de la población conduce a una presión demográfica", "La presión demográfica tiene como resultado la lucha por la supervivencia", "En la lucha por la supervivencia triunfa el innatamente más dotado", "Los caracteres favorables son hereditarios y acumulativos", y "Los caracteres desfavorables acarrean la extinción".

 

Los caracteres que aseguraron la supervivencia de la teoría de Darwin a pesar de sus deficiencias reales a imaginarias parecen haber sido los siguientes. Primero: la consistencia externa. La teoría, aunque incompatible con la biología y la cosmología tradicionales, era coherente con la nueva geología evolucionista y con la teoría evolucionista del sistema solar. Segundo: la extensibilidad y la capacidad heurística. La teoría se exportó fácil, audaz y fecundamente a la antropología física, la psicología, la historia y la lingüística; y se exportó también imprudentemente a la sociología (darvinismo social) y a la ontología (progresivismo de Spencer) Tercero: la originalidad. Aunque la idea de evolución era antigua, era nuevo el mecanismo explicativo propuesto por Darwin, y sugería nuevos puntos de partida en todos los campos relacionados, así como relaciones entre otros campos hasta el momento sin conectar. Cuarto: contrastabilidad. La teoría de Darwin suponía inobservables (por ejemplo, "presión demográfica", y "evolución"), pero no conceptos inescrutables, como "Creación", "fines", "perfección inmanente", etc. Y no suponía modos de conocimiento acientíficos, como la Revelación o la intuición metafísica. Quinto: parsimonia de niveles. Darwin no apelaba a ninguna entidad espiritual para explicar hechos de niveles inferiores, ni tampoco a mecanismos físico-químicos: la evolución se trataba en su propio nivel, el biológico, sin impedir que el estudio considerara al mismo tiempo las raíces presentes en los niveles celular y molecular. Sexto: consistencia metafísica. El darvinismo era compatible con el postulado genético –“Nada nace de la nada ni se disuelve en ella”- y con el principo de legalidad, violado, en cambio, por el dogma de la Creación. Pero era incompatible con la metodología inductivista dominante en la época, razón por la cual pareció sospechoso a muchos. Séptimo: consistencia en cuanto a concepción del mundo. La teoría era claramente compatible con la visión naturalista, agnóstica, dinamicista, progresiva e individualista de la intelectualidad liberal, que había recibido una profunda impresión ante los recientes cambios sociales y culturales (1789, cartismo, 1848). Esas varias virtudes del darvinismo compensaban de sobra sus deficiencias y permitían pensar que valía la pena corregir sus varios puntos deficientes: así se llegó a su fusión en 1930 con la moderna genética.

 

Nuestro tercero y último ejemplo será la teoría del origen de los organismos como eslabones últimos de largas cadenas de reacciones químicas que empiezan con compuestos relativamente simples. Esta teoría está generalmente aceptada aunque no sistematiza ningún gran cuerpo de datos empíricos; además, no ha sido nunca contrastada hasta el momento, aunque ya se han hecho algunos conatos de contrastación. La opinión general es que esa teoría se confirmará un día u otro en el laboratorio, pero la tarea puede consumir generaciones enteras de investigadores dispuestos a arriesgar su tiempo en investigaciones a largo plazo. En cualquier caso, la teoría se acepta no porque tenga un gran apoyo inductivo, sino porque resuelve un problema importante utilizando leyes bien contrastadas de la química, la bioquímica y la biología, y porque se espera que oriente la síntesis de seres vivos en el laboratorio. Las virtudes que compensan la falta de apoyo empírico son en este caso las mismas que inclinaron al principio a muchas personas en favor de la teoría de Darwin: consistencia externa, fecundidad, originalidad, contrastabilidad, coherencia ontológica y compatibilidad con la Weltanschauung naturalista dominante en los círculos científicos contemporáneos.

 

Como puede apreciarse por los ejemplos recién discutidos, hay varios criterios que intervienen en la estimación de las teorías científicas y, particularmente, en la discusión de los méritos y los defectos de sistemas rivales. Es seguro que no todos esos criterios se mencionan explícitamente, por la misma razón, en gran parte, que no se mencionan todos los respectos relevantes en la estimación de los hombres: por ignorancia y por hipocresía. Tal es particularmente el caso a propósito de los rasgos filosóficos de las teorías científicas. Pero si los criterios utilizados en el examen de las teorías fueran siempre explícitos, las disputas sobre los méritos y los defectos de teorías científicas rivales y de programas también rivales de investigación se parecerían menos que hoy a las disputas religiosas y políticas. Como es tarea del metacientífico el revelar los presupuestos, los criterios y las reglas de la investigación científica, convendrá presentar los principales criterios de la estimación de teorías de un modo explícito y ordenado. Los criterios pueden dividirse en formales, semánticos, gnoseológicos, metodológicos y metafísicos. Son:

 

CRITERIOS FORMALES

 

1. Corrección formal: las fórmulas de la teoría deben ser bien formadas, no arbitrarias.

 

2. Consistencia interna: las fórmulas de la teoría deben ser compatibles unas con otras (cfr. Secc. 7.6).

 

3. Validez: las derivaciones de la teoría deben seguir lo más exactamente posible los esquemas puestos por la lógica ordinaria (de dos valores) y/o la matemática.

 

4. Independencia: los conceptos primitivos y los supuestos primitivos de la teoría deben ser independientes (cfr. Secc. 7.6).

 

5. Fuerza: los supuestos iniciales de la teoría deben ser tan fuertes como lo permita la verdad (cfr. Secc. 5.7).

 

Las tres primeras condiciones son inexcusables, mientras que las restantes son desiderata que deben satisfacerse en la medida de lo posible.

 

CRITERIOS SEMÁNTICOS

 

6. Exactitud lingüística: ambigüedad y vaguedad mínimas (cfr. Sección 3.1).

 

7. Unidad conceptual: la teoría debe referir a un universo del discurso bien definido, y sus predicados deben ser semánticamente homogéneos, conexos y cerrados (cfr. Secc. 7.2).

 

8. Interpretabilidad empírica: la mayoría de los teoremas del nivel más bajo de la teoría deben ser interpretables empíricamente, acaso con la ayuda de otras teorías (cfr. Secc. 8.4).

 

9. Representatividad: cuanto más representacional o "mecanicista" sea una teoría (cuanto menos puramente fenomenológica), tanto más profundamente rebasará las apariencias, tanto más efectivamente guiará la nueva investigación y tanto más contrastable será (cfr. Secc. 8.5).

 

También las tres primeras condiciones de este grupo son imprescindibles. La matematización puede considerarse incluida en la condición 6, aunque también puede citarse separadamente. La representatividad es un desideratum que no debe prohibir la construcción de' teorías del tipo de la caja negra, las cuales son indispensables en los estadios iniciales de la teoría y en la tecnología.

 

CRITERIOS GNOSEOLÓGICOS

 

10. Consistencia externa: compatibilidad con el núcleo (no la totalidad) del conocimiento razonablemente contrastado; si es posible, continuidad con él (cfr. Secc. 7.6). Este requisito amplía a las teorías la exigencia de fundamentación formulada para hipótesis. Ejemplo: las teorías psicológicas deben ser compatibles con la fisiología y, de ser posible, deben utilizar algunos de los resultados de ésta, explícitamente o como presupuestos.

 

11. Alcance: la teoría debe resolver con buena aproximación una parte considerable de los problemas que estimularon su construcción (cfr. Secc. 9.6). La mejor teoría será la que pueda dar respuesta a las preguntas más ambiciosas. Pero no debe intentar resolver todo problema posible: eso es cosa de la pseudociencia.

 

12. Profundidad: las teorías profundas, con mecanismos fundamentales y básicos, son preferibles, ceteris paribus, a sistemas superficiales que no corran el riesgo de afirmar ningún mecanismo inobservable (cfr. Secc. 8.5). Pero para tener un organismo en desarrollo necesitamos las dos cosas, huesos y piel; la mecánica estadística, por ejemplo, no nos permite prescindir de la termodinámica.

 

13. Originalidad: las teorías audaces, con llamativas (pero no arbitrarias) construcciones de alto nivel, con proyecciones antes inauditas y con capacidad de unificar campos aparentemente inconexos, son más valiosas que los sistemas muy seguros y a ras de tierra (cfr. Sección 10.4). Sin duda hacen falta teorías que sistematicen lo ya sabido; pero las más fecundas revoluciones del conocimiento han consistido en la introducción de teorías que, lejos de limitarse a condensar lo sabido, nos obligaron a pensar de modo nuevo, a formular nuevos problemas y a buscar nuevas clases de conocimiento: en definitiva, teorías que eran originales.

 

14. Capacidad unificadora: capacidad de reunir dominios hasta el momento aislados. Ejemplos: la mecánica newtoniana (unificación de la mecánica terrestre y la mecánica celeste), la teoría electromagnética de Maxwell (unificación de las teorías de la electricidad, el magnetismo y la luz), y la teoría de la utilidad (aplicable a la psicología, la economía y la dirección de empresas).

 

15. Potencia heurística: una nueva teoría debe sugerir o guiar nueva investigación en su mismo campo o en campos vecinos. La fecundidad es a menudo un producto inesperado de la representatividad y de la profundidad, pero, en cambio, no está necesariamente vinculada a la verdad: teorías verdaderas pueden ser estériles por superficiales o sin interés, y teorías falsas pueden ser fecundas por dar lugar a la formulación de problemas interesantes y a la proyección de experimentos instructivos: piénsese en la fecundidad de los modelos mecanicistas de la vida y de la mente, y en la esterilidad de las doctrines vitalista y espiritualista al respecto.

 

16. Estabilidad: la teoría no debe derrumbarse ante el primer dato nuevo, sino que debe ser capaz de crecer, hasta cierto punto, a lo largo de una misma línea: debe ser capaz de "aprender" de la nueva experiencia que no haya sido capaz de predecir. Pero las teorías rígidas tienden a sucumbir ante la primera evidencia desfavorable, porque se proyectaron para explicar servilmente ex post facto un manojo de datos. Ahora bien: la elasticidad o estabilidad de las teorías tiene sus límites: las teorías no deben ser insensibles a la nueva experiencia ni demasiado acomodaticias respecto de ésta; en particular, no pueden ser compatibles con fragmentos de evidencia que no lo sean entre sí. Las buenas teorías, como los Buenos automóviles, no son las que no pueden chocar, sino las que tienen alguna protección.

 

Los dos primeros requisitos -la consistencia externa y el alcance-son necesarios. Los restantes son desiderata sólo satisfechos por las grandes teorías. La capacidad proyectiva no es una propiedad independiente: resulta del alcance y la originalidad.

 

CRITERIOS METODOLÓGICOS

 

17. Contrastabilidad: la teoría, sus presupuestos a incluso las técnicas utilizadas en su contrastación deben ser susceptibles de ésta; todos esos elementos tienen que ser accesibles al examen, el control y la critica. La teoría en su conjunto tiene que ser confirmable y refutable, aunque puede contener algunas pocas hipótesis que, tomadas sueltas, sean sólo confirmables (cfr. Secc. 5.6).

 

18. Simplicidad metodológica: si las contrastaciones propuestas para la teoría son tan complicadas que no hay posibilidad de que sea refutada en un futuro previsible, entonces no será posible juzgar el alcance ni la estabilidad de la teoría. Pero la simplicidad metodológica no debe entenderse en un sentido absoluto: quiere decir meramente viabilidad tecnológica (en principio) de las contrastaciones empíricas.

 

La primera condición es necesaria; obsérvese que, a diferencia de lo que ocurre con hipótesis sueltas, exigimos que las teorías en su conjunto sean confirmables (aplicables) y refutables (de posible discrepancia con los datos, aunque no se conozca ningún caso refutador). En cambio, el criterio de simplicidad metodológica no debe imponerse sino en medida limitada, porque una innovación tecnológica inesperada puede reducir los tiempos; además, la teoría misma puede presentar afirmaciones lo suficientemente exigentes como para estimular nuevos desarrollos tecnológicos dirigidos a contrastarla o aplicarla.

 

CRITERIOS METAFÍSICOS

 

19. Parsimonia de niveles: la teoría debe ser parsimoniosa en sus referencias a niveles distintos del directamente afectado. En particular, no debe apelarse a los niveles superiores de la realidad si basta con los inferiores, ni tampoco hay que introducir niveles lejanos, de ser posible, sino a través de otros intermedios (cfr. Sec. 5.9).

 

20. Consistencia desde el punto de vista de la concepción del mundo: compatibilidad con la visión dominante o, al menos, con el núcleo común a las sostenidas por los científicos más competentes de la época.

 

La condición 19 es deseable, pero la parsimonia en la multiplicación de niveles no significa reducción a uno solo: puede ser necesario apelar a varios niveles para explicar un solo hecho, como la explosión de una bomba atómica o la composición de una buena noveIa. Por su parte, la consistencia desde el punto de vista de la concepción del mundo no es un desideratum, porque la concepción del mundo no es una entidad científica. Si se aplica rígidamente, este requisito puede matar la actividad teórica (y hasta a los teóricos personalmente) cuando no se conforma con una determinada concepción, especialmente si esta concepción es la de una escuela sostenida por el poder político. Pero este criterio elimina algunas teorías infundadas y, para bien o para mal, interviene en la estimación de las teorías científicas. El remedio no consiste en pedir la neutralidad de la ciencia respecto de las concepciones del mundo y las filosofías. En primer lugar, porque es imposible extirpar en los científicos los puntos de vista generales. En segundo lugar, porque las concepciones del mundo y las filosofías se encuentran entre los estímulos de la construcción de teorías -aunque muchas veces también entre sus inhibidores. No parece haber más que un modo de evitar que las concepciones del mundo y las filosofías desnaturalicen la ciencia: insertar coherentemente las teorías científicas en concepciones del mundo y en filosofías bien precisadas, controlar estas últimas mediante las primeras y evitar la cristalización interna y la guía externa (principalmente la politica).

 

Los anteriores criterios no son todos independientes. Así, por ejemplo, la profundidad depende de la fuerza lógica y la potencia heurística depende de la profundidad, la representatividad, la originalidad y la capacidad unificadora. Tampoco son todos esos criterios puramente compatibles. El alcance es sin duda mayor en las teorías fenomenológicas y tradicionalistas que en las representacionales y revolucionarias. En tercer lugar, ninguno de aquellos requisitos puede probablemente satisfacerse de un modo completo. Por ejemplo, la corrección sintáctica y la exactitud lingüística pueden no ser perfectas en los estados iniciales; lo importante es que puedan mejorarse. En cuarto lugar, algunos de los anteriores requisitos tienen dos caras, sobre todo la simplicidad metodológica y la consistencia desde el punto de vista de la concepción del mundo. Por todas esas razones la estimación de las teorías se parece mucho a la estimación moral de las personas: en los dos casos encontramos desiderata que son recíprocamente dependientes, otros que son incompatibles, otros que son ideales inalcanzables, y otros, por ultimo, que son ambiguos. Ésta es una de las razones que permiten dudar de que algún día se inventen procedimientos de decisión (contrastaciones sin más valores finales que verdadero y falso) mecánicamente aplicables para practicar elecciones categóricas entre teorías rivales o modos diversos de proceder, como no sea en casos triviales. En este campo, las decisiones se toman sin el apoyo de reglas de decisión.

 

Tal vez en la mayoría de los casos de rivalidad entre teorías científicas, la decisión puede requerir juicio científico y "sano juicio" filosófico, y no de un hombre ni de una comisión de sabios, sino de generaciones de especialistas y críticos competentes. Sería estúpido lamentarse de esa situación porque, en el fondo, la ciencia es una empresa social en la que no se trata de ir a la caza de la teoría perfecta y definitiva. No puede haber teoría factual perfecta: así lo muestran el proceso de construcción de las teorías, con sus necesarias simplificaciones y sus audaces saltos más allá de la experiencia, y la complejidad de la batería de procedimientos de contrastación de las construcciones teóricas. Dicho positivamente: siempre habrá lugar para teorías nuevas y mejores. No permitamos que ningún ismo non impida intentar construirlas ni tampoco criticarlas.

 

Hemos discutido un conjunto de principios metacientíficamente que cumplen don funciones: (i) restringen el número de las teorías dignas de consideración en cada estadio y (ii) constituyen una batería de contrastaciones no empíricas. Lo que buscan esas contrastaciones es la verdad factual, o sea, la conformidad con los hechos. No hay contrastación única -y aún menos empírica- de la verdad factual: cada uno de los requisitos anteriores es un criterio no-empírico de la verdad factual. Para estimar el grado de verdad de las teorías factuales tenemos que usarlos todos, junto con contrastaciones empíricas múltiples (numerosas y variadas) y duras.

 

Cuando se averigua que una teoría es aproximadamente verdadera (aspecto semántico), se adopta o acepta normalmente (aspecto pragmático) y, por tanto, se cree (aspecto psicológico) en alguna medida. Pero también pueden adoptarse teorías aproximadamente falsas para dominios restringidos o con fines tecnológicos, aunque sin creerlas, por lo menos si se sabe que son aproximadamente falsas. Las teorías se aceptan faute de mieux. Y esto explica por qué el uso o la aceptación -que es una categoría pragmática- no se presenta entre los anteriores criterios de la verdad de las teorías.

 

Un análisis más sutil debería descubrir más criterios de estimación, y el progreso de la ciencia y de la metaciencia corregirá probablemente algunos de los criterios habituales e introducirá otros nuevos. El gran número de criterios de estimación puede parecer confuso al estudiante acostumbrado a leer versiones de manual con simples condiciones veritativas pensadas para proposiciones aisladas. Pero la realidad es que esas manualescas "condiciones veritativas" no existen, no se dan para los sistemas de hipótesis que se presentan realmente en la ciencia real: por tanto, no hay criterios de decisión, ni indicaciones que permitan sospechar que pueda haberlos. Lo más que puede garantizarse es la existencia de algún conjunto de controles numerosos y casi independientes, los cuales son, cada uno de ellos, insuficientes para asegurar la verdad completa, pero pueden, juntos, detectar la verdad parcial. Lo importante a propósito de esos criterios o contrastaciones no es que suministren reglas de decisión sobre la aceptación o recusación de las teorías científicas, como si éstas fueran huevos frescos o ya pasados: aquellos criterios no pueden dar un rendimiento de esta naturaleza. Lo que sí pueden hacer, y hacen en efecto, es mostrar la medida en la cual tiene éxito una teoría factual, y la medida en la cual fracasa. Con eso pueden ocasionalmente indicar nuevas líneas de investigación verosímilmente rentables.

 

Así llegamos al final de este libro. Los anteriores puntos de vista acerca de la contrastación de teorías discrepan de la idea, muy difundida, de que las teorías se contrastan más o menos como los fertilizantes agrícolas, lo que tiene como consecuencia el que la entera metodología de la ciencia se considere reducible a la estadística. También están en conflicto esos puntos de vista con las diversas escuelas filosóficas, ya por el mero hecho de que cada escuela se aferra a un conjunto de tesis fijas, y no a la búsqueda de un objetivo cada vez más ambicioso, pero alcanzable, y a un método autocorrectivo. Sin embargo, no hay duda de que para construir la imagen de la investigación científica presentada en este libro hemos utilizado unas cuantas contribuciones clave y capitales de varias tendencias filosóficas incompatibles entre ellas. Hemos tomado del realismo las tesis de que existe un mundo externo, de que la investigación científica aspira a refigurarlo y de que ésa es una tares infinita, porque toda refiguración del mundo ignora algunos rasgos de él y le añade otros que son ficticios. Hemos tomado del racionalismo las tesis de que esas imágenes son simbólicas, no icónicas, y, por tanto, creaciones originales, no fotografías; que la lógica y la matemática son a priori, y que los signos carecen de significación cuando no representan ideas. Y del empirismo hemos recogido las tesis de que la experiencia es una piedra de toque de las teorías y los procedimientos factuales, que no puede haber en ellos certeza, y que la filosofía debe adoptar el método y los criterios de la ciencia.

 

La posición alcanzada es por tanto una especie de síntesis del realismo, el racionalismo y el empirismo, pero (esperamos) sin el extremismo ni la rigidez que caracterizan toda escuela filosófica. Es mejor que no bauticemos la posición construida en este libro: los ismos filosóficos son el cementerio de la investigación, porque ellos tienen ya todas las respuestas, mientras que la investigación, científica o filosófica, consiste en luchar con problemas rechazando las constricciones dogmáticas. Y demos la bienvenida a toda otra opinión que facilite una exposición más cuidadosa de la investigación científica in vivo o que la promueva más eficazmente, porque tales son las contrastaciones últimas que debe superar toda filosofía de la ciencia.