EXAMEN DE TEORÍAS
Hay varios modelos del
universo compatibles con los datos astronómicos de que disponemos, datos que
son escasos a imprecisos: a tenor de lo que hoy sabemos, el universo puede ser
espacialmente finito o infinito, el espacio puede ser curvo o no serlo, etc.
En la física atómica y nuclear encontraremos partidarios de una teoría que
no dé más información que la suministrada por el experimento, y otros
especialistas proponen la introducción de otras construcciones hipotéticas
referentes a propiedades inobservables. En meteorología nos encontramos con
la opinión de que el tiempo atmosférico es resultado de la interacción de
un gran número de factores, por lo que pueden despreciarse variaciones pequeñas
de cualquiera de esas variables; pero existe también la opinión contraria de
que la atmósfera es un sistema inestable, de tai modo que cualquier pequeño
factor puede, por ejemplo, desencadenar la lluvia. En biología se dan dos
clases de teorías de la mortalidad: las que suponen que el lapso de la vida
del individuo está genéticamente determinado y las que sostienen que la
muerte es el resultado de una larga secuencia acumulativa de pequeñas
lesiones; y así sucesivamente. Difícilmente habrá algún campo científico
en el que domine sin discusión una teoría importante o, por lo menos, en el
que no Sean concebibles otras teorías rivales. Y esa rivalidad será una
fuente de progreso mientras algunas de eras teorías no se institucionalicen
en escuelas dogmáticas, a imitación de las filosofías de escuela.
Dos teorías científicas
pueden considerarse rivales si tratan de modo diferente el mismo tema o
sistema de problemas (mismidad aproximada). Si, además, dan de sí prácticamente
las mismas consecuencias o proyecciones contrastables, se dice que las dos
teorías son empíricamente equivalentes, por mucho que difieran
conceptualmente. Las teorías empíricamente equivalentes no tienen por qué
ser recíprocamente compatibles como lo son las varias representaciones
cartográficas del globo terrestre: si fueran compatibles, no serían más que
formulaciones diferentes de la misma teoría, o sea, serían también
conceptualmente equivalentes. Las teorías que son empíricamente equivalentes
pero conceptualmente inequivalentes pueden construirse casi a voluntad. Así,
por ejemplo, toda teoría física en la que se presente el concepto de
longitud presupone alguna geometría métrica, generalmente la euclídea. Es
posible aproximarse al espacio plano retratado por ésta por medio de
infinitos espacios curvos tratados como otras tantas geometrías riemannianas:
para curvaturas pequeñas o para volúmenes pequeños no habrá diferencias
empíricamente registrables entre las correspondientes teorías físicas, lo
que quiere decir que, en esas condiciones, todas ellas serán empíricamente
equivalentes. En todo caso, las discusiones sobre teorías empíricamente
equivalentes suelen ser las más vacías, algo así como las luchas entre
sectas de una misma religión: en los dos casos se trata de salvar el mismo
conjunto de individuos.
La experiencia es de mucho
peso, y acaso decisiva, en un punto, la estimación de teorías empíricamente
inequivalentes. Pero ¿cómo proceder en presencia de dos o más teorías empíricamente
equivalentes? Una conducta posible consiste en esperar y ver más evidencia
empírica: si las teorías son realmente diferentes, si no son meramente dos
modos equivalentes de decir lo mismo, puede presentarse una situación en la
cual al menos una de las dos quede descalificada. Pero no bastará con eso: el
partidario de la teoría más defectuosa empíricamente puede recurrir a
reforzarla retocando alguno de sus supuestos iniciales o introduciendo hipótesis
ad hoc para salvar aquellas (cfr. Secc. 5.8). Y como este proceso puede
continuarse indefinidamente, parece necesario apelar a alguna batería de
contrastaciones no-empíricas, o sea, a contrastaciones adecuadas para
establecer propiedades distintas de la concordancia con el hecho observado;
tales contrastaciones son necesarias cuando dos o más teorías concuerdan con
la misma perfección, o casi con la misma perfección, con la información empírica.
Averiguar cuáles son esas
deseables propiedades de las teorías científicas no es cosa que pueda
hacerse con trabajo meramente lógico: tenemos que utilizar la historia de la
ciencia para descubrir los criterios efectivamente usados en la estimación de
las teorías científicas. Pero incluso eso es insuficiente, pues algunos de
esos criterios pueden ser malos. Con objeto de seleccionar aquellos que son
deseables para el progreso del conocimiento tenemos que someterlos a un examen
lógico y metodológico. Empecemos por echar un vistazo a algunas importantes
controversias científicas.
Nuestro primer ejemplo será
la controversia Ptolomeo-Copérnico, o geostatismo-heliostatismo. Según filósofos
eminentes, esta disputa no se ha resuelto todavía, ni lo será nunca, porque
los dos correspondientes "sistemas del mundo" son equivalentes: la
única diferencia entre ellos se referiría a la complejidad y a la
conveniencia respectivas. Los inductivistas aprovechan esta supuesta
equivalencia como dato en favor de la simplicidad como criterio decisivo entre
teorías rivales: los convencionalistas afirman que el hecho sostiene su opinión
de que la búsqueda de la teoría más simple compatible con la experiencia
debe sustituir la búsqueda de la teoría más verdadera. La imagen heliostática
de los movimientos de los planetas es, se dice, preferible a la explicación
geostática simplemente porque simplifica la astronomía, lo cual no es
verdad, puesto que la primera doctrina está en conflicto con el sentido común
(por el hecho de contener conceptos trasempíricos como "órbita
planetaria") y utiliza refinadas hipótesis de la dinámica y sutiles
instrumentos de cálculo, como la teoría de las perturbaciones. De hecho, la
equivalencia entre las dos explicaciones es muy limitada: sólo cubre la
geometría del movimiento de los planetas, en el sentido de que puede
adoptarse cualquiera de las dos teorías para dar razón de las posiciones
aparentes del Sol y los Planetas. En todos los demás respectos, las dos teorías
son inequivalentes, como sugiere la siguiente tabla sinóptica:
SISTEMA PTOLEMAICO
|
SISTEMA COPERNICANO
Una vez inserto
en la mecánica newtoniana
|
Combinación
convencional de ciclos, epiciclos, excéntricas y otras variables
intermedias. |
Ecuaciones
del movimiento real ¯ |
¯ |
Soluciones
(referidas al Sol) ¯ |
Órbitas
observables |
Órbitas
observables (referidas a la Tierra) |
Enumeremos las diferencias más
notables entre los dos "sistemas del mundo", porque cada una de
ellas puede sugerir un criterio para el examen de las teorías científicas.
Primera: sistemicidad. El sistema heliostático no trata cada planeta
por separado, como hace el geostático, sino que introduce el concepto físico
de sistema solar y consigue así unidad conceptual y metodológica; en cambio,
el "sistema" de Ptolomeo era en realidad un conjunto de teorías,
una para cada planeta, de tal modo que si una de ellas resultaba falsa se podía
corregir sin modificar las demás. Segunda: consistencia externa.
Mientras que el "sistema" ptolemaico está aislado del resto de la
ciencia, el sistema heliostático es continuo (y no sólo compatible con) la
dinámica, la teoría de la gravitación y la teoría de la evolución de las
estrellas, en el sentido de que sus rasgos principales no se toman como dados,
sino que pueden explicarse --detalladamente unos, en esquema los otros- por
dichas teorías. En resumen: el sistema heliostático está inserto en la
ciencia, mientras que el "sistema" ptolemaico no era coherente ni
siquiera con la física aristotélica. Tercera: potencia explicativa y
predictiva. El sistema heliostático explica hechos que el “sistema”
geostático ni siquiera conoce, como las estaciones de la Tierra, las fases de
los planetas y satélites, y aberración de la luz, etc. Cuarta: representatividad.
Lejos de ser un mero expediente simbólico para unir observaciones -como querrían
las concepciones convencionalista y pragmatista de la teoría científica-, el
sistema heliostático es un modelo visualizable de un fragmento de realidad, y
fue concebido por Copérnico, Bruno, Galileo y otros como una imagen verdadera
del sistema solar. Quinta: fuerza heurística. El sistema heliostático
estimuló nuevos descubrimientos en la mecánica, la óptica y la cosmología.
Por ejemplo, posibilitó la investigación que dio de sí las leyes de Kepler,
cuya explicación fue a su vez uno de los grandes motivos de la dinámica
newtoniana, cuyas deficiencias desencadenaron a su vez ulteriores desarrollos.
Sexta: contrastabilidad. Al no permitirse refugios sin fundamento
mediante el añadido de hipótesis ad hoc inventadas para salvar la
teoría en sus discrepancias con la observación, el sistema heliostático se
ofrece a su refutación por datos empíricos. (Un modelo que no pretenda
recoger más que datos puede ajustarse y reajustarse indefinidamente; en
cambio, un modelo que recoja hechos no será reajustable de ese modo.) Además,
el sistema heliostático se ha corregido varias veces: primero por Kepler,
luego por el descubrimiento de que, a causa de las perturbaciones recíprocas
de los planetas, las órbitas reales eran más complejas que las elipses de
Kepler y hasta que las curvas de Ptolomeo. Séptima: consistencia de la
imagen del mundo. La nueva teoría, definitivamente incompatible con la
cosmología tradicional, o sea, cristiana, era en cambio compatible con la
nueva física, la nueva antropología y la nueva imagen naturalista del mundo.
De hecho, el sistema copernicano fue el puente que enlazó finalmente la
astronomía con la física; transformó los cielos en un objeto natural -una máquina-
y mostró que la Tierra no era la base del mundo, su lugar más bajo, lo cual
a la larga reforzó la dignidad del hombre. En resumen: aunque en sus
principios las dos teorías era empíricamente equivalentes, con el tiempo
fueron explicitándose diferencias empíricas y, desde el primer instante, las
dos teorías fueron conceptualmente inequivalentes y se apoyaron en filosofías
en conflicto.
Nuestro segundo ejemplo será
la batalla sobre la teoría de Darwin acerca del origen de las especies, la
cual triunfó de sus dos principales rivales -el creacionismo y el
lamarckismo- luego de una lucha dilatada y dura que en algunos suburbios
culturales del mundo no ha terminado todavía. El darvinismo no era entonces,
ni mucho menos, perfecto, y no recogía los datos mejor de lo que podía
hacerlo una teoría que afirmara una evolución dirigida por poderes
sobrenaturales; pues para una cómoda teoría de este tipo sobrenaturalista
todo dato sería un apoyo y no habría dato refutador. El darvinismo, por el
contrario, contenía bastantes supuestos no probados, discutibles o hasta
falsos, como "Los rasgos hereditarios resultan de la fusión de las
contribuciones de los progenitores por partes iguales", "Las
poblaciones naturales son aproximadamente constantes" y "Los
caracteres adquiridos, si son favorables, se trasmiten a la descendencia”.
La teoría no se había contrastado por observación directa, y aún menos
mediante experimentación con especies vivas en condiciones de control; hechos
tan favorables para Darwin como el desarrollo de líneas de descendencia de
bacterias resistentes a los antibióticos, o de insectos resistentes al DDT, o
el melanismo industrial de ciertas mariposas, o la concurrencia entre los
individuos de poblaciones vegetales densas, no se observaron sino décadas
después de la aparición de The Origin of Species. La teoría de
Darwin era sospechosamente metafórica, pues en parte había sido sugerida por
la obra de Malthus sobre la población y la lucha por el alimento en las
sociedades humanas. Además, la teoría de Darwin no era inductiva, sino que,
como toda teoría auténticamente tal, contenía conceptos trasempíricos. Y
por si esos pecados no fueran suficientes para condenar la teoría desde el
punto de vista de los cánones metacientíficos que prevalecían en el siglo
xix, el sistema de Darwin era mucho más complejo que sus sistemas rivales:
baste con comparar el postulado religioso de la creación especial de cada
especie, o los tres axiomas de Lamarck (tendencia inmanente a la perfección,
ley del uso y el desuso, herencia de los caracteres adquiridos) con la teoría
de Darwin para apreciar la mayor complicación de ésta. La teoría de Darwin
era mucho menos afín al sentido común y bastante más complicada, pues
contenía, entre otros, los siguientes supuestos independientes: "Una
tasa alta de aumento de la población conduce a una presión demográfica",
"La presión demográfica tiene como resultado la lucha por la
supervivencia", "En la lucha por la supervivencia triunfa el
innatamente más dotado", "Los caracteres favorables son
hereditarios y acumulativos", y "Los caracteres desfavorables
acarrean la extinción".
Los caracteres que aseguraron
la supervivencia de la teoría de Darwin a pesar de sus deficiencias reales a
imaginarias parecen haber sido los siguientes. Primero: la consistencia
externa. La teoría, aunque incompatible con la biología y la cosmología
tradicionales, era coherente con la nueva geología evolucionista y con la
teoría evolucionista del sistema solar. Segundo: la extensibilidad y la
capacidad heurística. La teoría se exportó fácil, audaz y fecundamente
a la antropología física, la psicología, la historia y la lingüística; y
se exportó también imprudentemente a la sociología (darvinismo social) y a
la ontología (progresivismo de Spencer) Tercero: la originalidad.
Aunque la idea de evolución era antigua, era nuevo el mecanismo explicativo
propuesto por Darwin, y sugería nuevos puntos de partida en todos los campos
relacionados, así como relaciones entre otros campos hasta el momento sin
conectar. Cuarto: contrastabilidad. La teoría de Darwin suponía
inobservables (por ejemplo, "presión demográfica", y "evolución"),
pero no conceptos inescrutables, como "Creación",
"fines", "perfección inmanente", etc. Y no suponía modos
de conocimiento acientíficos, como la Revelación o la intuición metafísica.
Quinto: parsimonia de niveles. Darwin no apelaba a ninguna entidad
espiritual para explicar hechos de niveles inferiores, ni tampoco a mecanismos
físico-químicos: la evolución se trataba en su propio nivel, el biológico,
sin impedir que el estudio considerara al mismo tiempo las raíces presentes
en los niveles celular y molecular. Sexto: consistencia metafísica. El
darvinismo era compatible con el postulado genético –“Nada nace de la
nada ni se disuelve en ella”- y con el principo de legalidad, violado, en
cambio, por el dogma de la Creación. Pero era incompatible con la metodología
inductivista dominante en la época, razón por la cual pareció sospechoso a
muchos. Séptimo: consistencia en cuanto a concepción del mundo. La
teoría era claramente compatible con la visión naturalista, agnóstica,
dinamicista, progresiva e individualista de la intelectualidad liberal, que
había recibido una profunda impresión ante los recientes cambios sociales y
culturales (1789, cartismo, 1848). Esas varias virtudes del darvinismo
compensaban de sobra sus deficiencias y permitían pensar que valía la pena
corregir sus varios puntos deficientes: así se llegó a su fusión en 1930
con la moderna genética.
Nuestro tercero y último
ejemplo será la teoría del origen de los organismos como eslabones últimos
de largas cadenas de reacciones químicas que empiezan con compuestos
relativamente simples. Esta teoría está generalmente aceptada aunque no
sistematiza ningún gran cuerpo de datos empíricos; además, no ha sido nunca
contrastada hasta el momento, aunque ya se han hecho algunos conatos de
contrastación. La opinión general es que esa teoría se confirmará un día
u otro en el laboratorio, pero la tarea puede consumir generaciones enteras de
investigadores dispuestos a arriesgar su tiempo en investigaciones a largo
plazo. En cualquier caso, la teoría se acepta no porque tenga un gran apoyo
inductivo, sino porque resuelve un problema importante utilizando leyes bien
contrastadas de la química, la bioquímica y la biología, y porque se espera
que oriente la síntesis de seres vivos en el laboratorio. Las virtudes que
compensan la falta de apoyo empírico son en este caso las mismas que
inclinaron al principio a muchas personas en favor de la teoría de Darwin:
consistencia externa, fecundidad, originalidad, contrastabilidad, coherencia
ontológica y compatibilidad con la Weltanschauung naturalista
dominante en los círculos científicos contemporáneos.
Como puede apreciarse por los
ejemplos recién discutidos, hay varios criterios que intervienen en la
estimación de las teorías científicas y, particularmente, en la discusión
de los méritos y los defectos de sistemas rivales. Es seguro que no todos
esos criterios se mencionan explícitamente, por la misma razón, en gran
parte, que no se mencionan todos los respectos relevantes en la estimación de
los hombres: por ignorancia y por hipocresía. Tal es particularmente el caso
a propósito de los rasgos filosóficos de las teorías científicas. Pero si
los criterios utilizados en el examen de las teorías fueran siempre explícitos,
las disputas sobre los méritos y los defectos de teorías científicas
rivales y de programas también rivales de investigación se parecerían menos
que hoy a las disputas religiosas y políticas. Como es tarea del metacientífico
el revelar los presupuestos, los criterios y las reglas de la investigación
científica, convendrá presentar los principales criterios de la estimación
de teorías de un modo explícito y ordenado. Los criterios pueden dividirse
en formales, semánticos, gnoseológicos, metodológicos y metafísicos. Son:
CRITERIOS FORMALES
1. Corrección formal: las fórmulas
de la teoría deben ser bien formadas, no arbitrarias.
2. Consistencia interna: las
fórmulas de la teoría deben ser compatibles unas con otras (cfr. Secc. 7.6).
3. Validez: las derivaciones
de la teoría deben seguir lo más exactamente posible los esquemas puestos
por la lógica ordinaria (de dos valores) y/o la matemática.
4. Independencia: los
conceptos primitivos y los supuestos primitivos de la teoría deben ser
independientes (cfr. Secc. 7.6).
5. Fuerza: los supuestos
iniciales de la teoría deben ser tan fuertes como lo permita la verdad (cfr.
Secc. 5.7).
Las tres primeras condiciones
son inexcusables, mientras que las restantes son desiderata que deben
satisfacerse en la medida de lo posible.
CRITERIOS SEMÁNTICOS
6. Exactitud lingüística:
ambigüedad y vaguedad mínimas (cfr. Sección 3.1).
7. Unidad conceptual: la teoría
debe referir a un universo del discurso bien definido, y sus predicados deben
ser semánticamente homogéneos, conexos y cerrados (cfr. Secc. 7.2).
8. Interpretabilidad empírica:
la mayoría de los teoremas del nivel más bajo de la teoría deben ser
interpretables empíricamente, acaso con la ayuda de otras teorías (cfr.
Secc. 8.4).
9. Representatividad: cuanto
más representacional o "mecanicista" sea una teoría (cuanto menos
puramente fenomenológica), tanto más profundamente rebasará las
apariencias, tanto más efectivamente guiará la nueva investigación y tanto
más contrastable será (cfr. Secc. 8.5).
También las tres primeras
condiciones de este grupo son imprescindibles. La matematización puede
considerarse incluida en la condición 6, aunque también puede citarse
separadamente. La representatividad es un desideratum que no debe
prohibir la construcción de' teorías del tipo de la caja negra, las cuales
son indispensables en los estadios iniciales de la teoría y en la tecnología.
CRITERIOS GNOSEOLÓGICOS
10. Consistencia externa:
compatibilidad con el núcleo (no la totalidad) del conocimiento
razonablemente contrastado; si es posible, continuidad con él (cfr. Secc.
7.6). Este requisito amplía a las teorías la exigencia de fundamentación
formulada para hipótesis. Ejemplo: las teorías psicológicas deben ser
compatibles con la fisiología y, de ser posible, deben utilizar algunos de
los resultados de ésta, explícitamente o como presupuestos.
11. Alcance: la teoría debe
resolver con buena aproximación una parte considerable de los problemas que
estimularon su construcción (cfr. Secc. 9.6). La mejor teoría será la que
pueda dar respuesta a las preguntas más ambiciosas. Pero no debe intentar
resolver todo problema posible: eso es cosa de la pseudociencia.
12. Profundidad: las teorías
profundas, con mecanismos fundamentales y básicos, son preferibles, ceteris
paribus, a sistemas superficiales que no corran el riesgo de afirmar ningún
mecanismo inobservable (cfr. Secc. 8.5). Pero para tener un organismo en
desarrollo necesitamos las dos cosas, huesos y piel; la mecánica estadística,
por ejemplo, no nos permite prescindir de la termodinámica.
13. Originalidad: las teorías
audaces, con llamativas (pero no arbitrarias) construcciones de alto nivel,
con proyecciones antes inauditas y con capacidad de unificar campos
aparentemente inconexos, son más valiosas que los sistemas muy seguros y a
ras de tierra (cfr. Sección 10.4). Sin duda hacen falta teorías que
sistematicen lo ya sabido; pero las más fecundas revoluciones del
conocimiento han consistido en la introducción de teorías que, lejos de
limitarse a condensar lo sabido, nos obligaron a pensar de modo nuevo, a
formular nuevos problemas y a buscar nuevas clases de conocimiento: en
definitiva, teorías que eran originales.
14. Capacidad unificadora:
capacidad de reunir dominios hasta el momento aislados. Ejemplos: la mecánica
newtoniana (unificación de la mecánica terrestre y la mecánica celeste), la
teoría electromagnética de Maxwell (unificación de las teorías de la
electricidad, el magnetismo y la luz), y la teoría de la utilidad (aplicable
a la psicología, la economía y la dirección de empresas).
15. Potencia heurística: una
nueva teoría debe sugerir o guiar nueva investigación en su mismo campo o en
campos vecinos. La fecundidad es a menudo un producto inesperado de la
representatividad y de la profundidad, pero, en cambio, no está
necesariamente vinculada a la verdad: teorías verdaderas pueden ser estériles
por superficiales o sin interés, y teorías falsas pueden ser fecundas por
dar lugar a la formulación de problemas interesantes y a la proyección de
experimentos instructivos: piénsese en la fecundidad de los modelos
mecanicistas de la vida y de la mente, y en la esterilidad de las doctrines
vitalista y espiritualista al respecto.
16. Estabilidad: la teoría
no debe derrumbarse ante el primer dato nuevo, sino que debe ser capaz de
crecer, hasta cierto punto, a lo largo de una misma línea: debe ser capaz de
"aprender" de la nueva experiencia que no haya sido capaz de
predecir. Pero las teorías rígidas tienden a sucumbir ante la primera
evidencia desfavorable, porque se proyectaron para explicar servilmente ex
post facto un manojo de datos. Ahora bien: la elasticidad o estabilidad de las
teorías tiene sus límites: las teorías no deben ser insensibles a la nueva
experiencia ni demasiado acomodaticias respecto de ésta; en particular, no
pueden ser compatibles con fragmentos de evidencia que no lo sean entre sí.
Las buenas teorías, como los Buenos automóviles, no son las que no pueden
chocar, sino las que tienen alguna protección.
Los dos primeros requisitos
-la consistencia externa y el alcance-son necesarios. Los restantes son desiderata
sólo satisfechos por las grandes teorías. La capacidad proyectiva no es una
propiedad independiente: resulta del alcance y la originalidad.
CRITERIOS METODOLÓGICOS
17. Contrastabilidad: la teoría,
sus presupuestos a incluso las técnicas utilizadas en su contrastación deben
ser susceptibles de ésta; todos esos elementos tienen que ser accesibles al
examen, el control y la critica. La teoría en su conjunto tiene que ser
confirmable y refutable, aunque puede contener algunas pocas hipótesis que,
tomadas sueltas, sean sólo confirmables (cfr. Secc. 5.6).
18. Simplicidad metodológica:
si las contrastaciones propuestas para la teoría son tan complicadas que no
hay posibilidad de que sea refutada en un futuro previsible, entonces no será
posible juzgar el alcance ni la estabilidad de la teoría. Pero la simplicidad
metodológica no debe entenderse en un sentido absoluto: quiere decir
meramente viabilidad tecnológica (en principio) de las contrastaciones empíricas.
La primera condición es
necesaria; obsérvese que, a diferencia de lo que ocurre con hipótesis
sueltas, exigimos que las teorías en su conjunto sean confirmables
(aplicables) y refutables (de posible discrepancia con los datos, aunque no se
conozca ningún caso refutador). En cambio, el criterio de simplicidad metodológica
no debe imponerse sino en medida limitada, porque una innovación tecnológica
inesperada puede reducir los tiempos; además, la teoría misma puede
presentar afirmaciones lo suficientemente exigentes como para estimular nuevos
desarrollos tecnológicos dirigidos a contrastarla o aplicarla.
CRITERIOS METAFÍSICOS
19. Parsimonia de niveles: la
teoría debe ser parsimoniosa en sus referencias a niveles distintos del
directamente afectado. En particular, no debe apelarse a los niveles
superiores de la realidad si basta con los inferiores, ni tampoco hay que
introducir niveles lejanos, de ser posible, sino a través de otros
intermedios (cfr. Sec. 5.9).
20. Consistencia desde el
punto de vista de la concepción del mundo: compatibilidad con la visión
dominante o, al menos, con el núcleo común a las sostenidas por los científicos
más competentes de la época.
La condición 19 es deseable,
pero la parsimonia en la multiplicación de niveles no significa reducción a
uno solo: puede ser necesario apelar a varios niveles para explicar un solo
hecho, como la explosión de una bomba atómica o la composición de una buena
noveIa. Por su parte, la consistencia desde el punto de vista de la concepción
del mundo no es un desideratum, porque la concepción del mundo no es
una entidad científica. Si se aplica rígidamente, este requisito puede matar
la actividad teórica (y hasta a los teóricos personalmente) cuando no se
conforma con una determinada concepción, especialmente si esta concepción es
la de una escuela sostenida por el poder político. Pero este criterio elimina
algunas teorías infundadas y, para bien o para mal, interviene en la estimación
de las teorías científicas. El remedio no consiste en pedir la neutralidad
de la ciencia respecto de las concepciones del mundo y las filosofías. En
primer lugar, porque es imposible extirpar en los científicos los puntos de
vista generales. En segundo lugar, porque las concepciones del mundo y las
filosofías se encuentran entre los estímulos de la construcción de teorías
-aunque muchas veces también entre sus inhibidores. No parece haber más que
un modo de evitar que las concepciones del mundo y las filosofías
desnaturalicen la ciencia: insertar coherentemente las teorías científicas
en concepciones del mundo y en filosofías bien precisadas, controlar estas últimas
mediante las primeras y evitar la cristalización interna y la guía externa
(principalmente la politica).
Los anteriores criterios no
son todos independientes. Así, por ejemplo, la profundidad depende de la
fuerza lógica y la potencia heurística depende de la profundidad, la
representatividad, la originalidad y la capacidad unificadora. Tampoco son
todos esos criterios puramente compatibles. El alcance es sin duda mayor en
las teorías fenomenológicas y tradicionalistas que en las representacionales
y revolucionarias. En tercer lugar, ninguno de aquellos requisitos puede
probablemente satisfacerse de un modo completo. Por ejemplo, la corrección
sintáctica y la exactitud lingüística pueden no ser perfectas en los
estados iniciales; lo importante es que puedan mejorarse. En cuarto lugar,
algunos de los anteriores requisitos tienen dos caras, sobre todo la
simplicidad metodológica y la consistencia desde el punto de vista de la
concepción del mundo. Por todas esas razones la estimación de las teorías
se parece mucho a la estimación moral de las personas: en los dos casos
encontramos desiderata que son recíprocamente dependientes, otros que son
incompatibles, otros que son ideales inalcanzables, y otros, por ultimo, que
son ambiguos. Ésta es una de las razones que permiten dudar de que algún día
se inventen procedimientos de decisión (contrastaciones sin más
valores finales que verdadero y falso) mecánicamente aplicables para
practicar elecciones categóricas entre teorías rivales o modos diversos de
proceder, como no sea en casos triviales. En este campo, las decisiones se
toman sin el apoyo de reglas de decisión.
Tal vez en la mayoría de los
casos de rivalidad entre teorías científicas, la decisión puede requerir
juicio científico y "sano juicio" filosófico, y no de un hombre ni
de una comisión de sabios, sino de generaciones de especialistas y críticos
competentes. Sería estúpido lamentarse de esa situación porque, en el
fondo, la ciencia es una empresa social en la que no se trata de ir a la caza
de la teoría perfecta y definitiva. No puede haber teoría factual perfecta:
así lo muestran el proceso de construcción de las teorías, con sus
necesarias simplificaciones y sus audaces saltos más allá de la experiencia,
y la complejidad de la batería de procedimientos de contrastación de las
construcciones teóricas. Dicho positivamente: siempre habrá lugar para teorías
nuevas y mejores. No permitamos que ningún ismo non impida intentar
construirlas ni tampoco criticarlas.
Hemos discutido un conjunto
de principios metacientíficamente que cumplen don funciones: (i) restringen
el número de las teorías dignas de consideración en cada estadio y (ii)
constituyen una batería de contrastaciones no empíricas. Lo que buscan esas
contrastaciones es la verdad factual, o sea, la conformidad con los hechos. No
hay contrastación única -y aún menos empírica- de la verdad factual: cada
uno de los requisitos anteriores es un criterio no-empírico de la verdad
factual. Para estimar el grado de verdad de las teorías factuales tenemos que
usarlos todos, junto con contrastaciones empíricas múltiples (numerosas y
variadas) y duras.
Cuando se averigua que una
teoría es aproximadamente verdadera (aspecto semántico), se adopta o acepta
normalmente (aspecto pragmático) y, por tanto, se cree (aspecto psicológico)
en alguna medida. Pero también pueden adoptarse teorías aproximadamente
falsas para dominios restringidos o con fines tecnológicos, aunque sin
creerlas, por lo menos si se sabe que son aproximadamente falsas. Las teorías
se aceptan faute de mieux. Y esto explica por qué el uso o la aceptación
-que es una categoría pragmática- no se presenta entre los anteriores
criterios de la verdad de las teorías.
Un análisis más sutil debería
descubrir más criterios de estimación, y el progreso de la ciencia y de la
metaciencia corregirá probablemente algunos de los criterios habituales e
introducirá otros nuevos. El gran número de criterios de estimación puede
parecer confuso al estudiante acostumbrado a leer versiones de manual con
simples condiciones veritativas pensadas para proposiciones aisladas. Pero la
realidad es que esas manualescas "condiciones veritativas" no
existen, no se dan para los sistemas de hipótesis que se presentan realmente
en la ciencia real: por tanto, no hay criterios de decisión, ni indicaciones
que permitan sospechar que pueda haberlos. Lo más que puede garantizarse es
la existencia de algún conjunto de controles numerosos y casi independientes,
los cuales son, cada uno de ellos, insuficientes para asegurar la verdad
completa, pero pueden, juntos, detectar la verdad parcial. Lo importante a
propósito de esos criterios o contrastaciones no es que suministren reglas de
decisión sobre la aceptación o recusación de las teorías científicas,
como si éstas fueran huevos frescos o ya pasados: aquellos criterios no
pueden dar un rendimiento de esta naturaleza. Lo que sí pueden hacer, y hacen
en efecto, es mostrar la medida en la cual tiene éxito una teoría factual, y
la medida en la cual fracasa. Con eso pueden ocasionalmente indicar nuevas líneas
de investigación verosímilmente rentables.
Así llegamos al final de
este libro. Los anteriores puntos de vista acerca de la contrastación de teorías
discrepan de la idea, muy difundida, de que las teorías se contrastan más o
menos como los fertilizantes agrícolas, lo que tiene como consecuencia el que
la entera metodología de la ciencia se considere reducible a la estadística.
También están en conflicto esos puntos de vista con las diversas escuelas
filosóficas, ya por el mero hecho de que cada escuela se aferra a un conjunto
de tesis fijas, y no a la búsqueda de un objetivo cada vez más ambicioso,
pero alcanzable, y a un método autocorrectivo. Sin embargo, no hay duda de
que para construir la imagen de la investigación científica presentada en
este libro hemos utilizado unas cuantas contribuciones clave y capitales de
varias tendencias filosóficas incompatibles entre ellas. Hemos tomado del
realismo las tesis de que existe un mundo externo, de que la investigación
científica aspira a refigurarlo y de que ésa es una tares infinita, porque
toda refiguración del mundo ignora algunos rasgos de él y le añade otros
que son ficticios. Hemos tomado del racionalismo las tesis de que esas imágenes
son simbólicas, no icónicas, y, por tanto, creaciones originales, no
fotografías; que la lógica y la matemática son a priori, y que los signos
carecen de significación cuando no representan ideas. Y del empirismo hemos
recogido las tesis de que la experiencia es una piedra de toque de las teorías
y los procedimientos factuales, que no puede haber en ellos certeza, y que la
filosofía debe adoptar el método y los criterios de la ciencia.
La posición alcanzada es por
tanto una especie de síntesis del realismo, el racionalismo y el empirismo,
pero (esperamos) sin el extremismo ni la rigidez que caracterizan toda escuela
filosófica. Es mejor que no bauticemos la posición construida en este libro:
los ismos filosóficos son el cementerio de la investigación, porque
ellos tienen ya todas las respuestas, mientras que la investigación, científica
o filosófica, consiste en luchar con problemas rechazando las constricciones
dogmáticas. Y demos la bienvenida a toda otra opinión que facilite una
exposición más cuidadosa de la investigación científica in vivo o
que la promueva más eficazmente, porque tales son las contrastaciones últimas
que debe superar toda filosofía de la ciencia.