Alexander,
JeffrEy
(1992): “Qué es la Teoría”, en
Alexander, J.: Las Teorías Sociológicas
desde la Segunda Guerra Mundial. Barcelona: Gedisa. Pp. 11-26.
Para la gente interesada en el
mundo real -y supongo que la mayoría de ustedes están aquí por esa razón- un
curso acerca de la teoría sociológica puede parecer carente de sentido. La
sociología está bien, desde luego. Trata sobre la sociedad, y por eso están
ustedes aquí. ¿Pero a qué viene la "teoría"? Tiene un aire demasiado
filosófico, el de las ideas por sí mismas. El estudio de la teoría parece ser
tan árido como el polvo.
Sin embargo, quiero señalar que
un curso sobre teoría no es tan árido ni abstracto como se puede creer. Desde
luego, las teorías abstraen a partir de los datos particulares de un tiempo y
un lugar determinados, así que a menudo hablamos abstractamente cuando las
analizamos. Pero hay un contrapeso importante para este impulso hacia la
abstracción. Las teorías son propuestas por personas, algo que nunca debemos olvidar.
Al estudiar teorías no examinamos abstracciones flotantes sino obras de
personas. Para conocer las teorías pues, debemos saber un poco acerca de las
personas que las escribieron; cuándo y cómo vivieron, dónde trabajaron y, lo
más importante, cómo pensaban. Tenemos que saber estas cosas para entender por
qué decían lo que decían, por qué no decían otra cosa, por qué cambiaban de
parecer. En general procuraré hallar respuestas a estas preguntas dentro de las
teorías mismas, pero trataré de no olvidar que detrás de estos textos teóricos
están las personas y sus mentes.
Más aun, este curso no trata
sobre cualquier teoría sociológica, sino sobre la teoría en la actualidad. Uno
de los atractivos de un curso sobre teoría contemporánea es que nos obliga a
hablar de nuestra época: hablamos de la vida contemporánea porque ha ejercido
una gran influencia en la teoría contemporánea. Durante el curso yo insinuaré,
por ejemplo, que la Gran Depresión de la década de 1930 y la guerra mundial que
estalló después afectaron decisivamente la teoría sociológica del período
contemporáneo. Las esperanzas utópicas de reconstrucción social en el mundo de
posguerra fueron vitales para modelar la naturaleza de la teoría que emergió al
principio. Estas esperanzas se frustraron en la década de 1960. La furia y la
decepción desempeñaron un papel decisivo en el trabajo teórico subsiguiente,
pues estimularon nuevas teorías que desataron las que predominaban en la
posguerra.
Sin embargo, hablaré de la
sociedad contemporánea no sólo porque ha afectado la teoría contemporánea sino
también porque la teoría contemporánea, a fin de cuentas, trata sobre la
sociedad contemporánea. Hay aspectos de la teoría que son atemporales, que generalizan
a partir de elementos particulares para establecer "leyes" o
"modelos" que pretenden ser válidos para siempre. Pero, precisamente
porque quienes crean las teorías sufren la influencia de su época, podemos leer
sus teorías como dirigidas hacia ella. Al comentar estas teorías, me desplazaré
continuamente de las abstracciones teóricas a las concreciones empíricas, a la
sociedad norteamericana que conocemos hoy, a los conflictos que nos amenazan y
nos inspiran, a las realidades mundanas de nuestra vida cotidiana. Si mi curso
no brinda un estímulo para pensar en cosas empíricas -en todo, desde lo sublime
hasta lo ridículo- de maneras nuevas y fascinantes, habré fracasado.
Pero antes de abordar el aspecto
"sociológico" de la teoría sociológica, debemos ingresar en el mundo
de la "teoría" misma. Por lo menos una clase tendrá que ser bastante
seca y abstracta, y es natural que ésta sea la primera. Para iniciar un curso
debemos ir primero a lo primero. Y en un curso sobre teoría, lo primero es
preguntarnos qué es la teoría.
Comenzaré con una definición sencilla. La teoría es una generalización separada
de los particulares, una abstracción separada de un caso concreto. Daré algunos
ejemplos de este proceso de abstracción. Los actores económicos son
particulares concretos. Por ejemplo, el presidente de Chrysler, la compañía
automotriz, es una persona específica, Lee Lacoca. Si quisiéramos describir la
actividad de Lee Lacoca en la Chrysler Corporation, no haríamos teoría. Por
otra parte, los "presidentes de compañías automotrices" constituyen
una clase de personas. Ahora estamos
abstrayendo a partir de un caso concreto. Si quisiéramos pensar acerca de las
actividades de los "presidentes" de compañías automotrices,
tendríamos que generalizar a partir de individuos particulares; estaríamos
elaborando teorías acerca de la conducta administrativa en las compañías
automotrices. Si quisiéramos estudiar a los “presidentes de las empresas
norteamericanas”, tendríamos un nuevo nivel de abstracción. Tomemos un ejemplo
más cercano. Si miramos a un niño que interactúa con sus padres, estudiamos un
caso concreto. Si quisiéramos muchos casos de niños interactuando con sus
padres, estaríamos generalizando a partir de casos concretos para elaborar
teorías sobre la interacción padre/hijo. Estaríamos teorizando sobre la
socialización.
Empero, en este curso no me interesa
sólo la teoría, sino la teoría general. En sociología abundan las teorías
especiales, por ejemplo teorías sobre la estratificación, la socialización, la
política y la administración. Se las puede estudiar en cursos más
especializados. Las teorías generales toman estas teorías especiales y las
unen. Las teorías generales son teorías de todo, acerca de las
"sociedades" en cuanto tales, acerca de la modernidad más que acerca
de una sociedad moderna en particular, acerca de la “interacción” más que
acerca de una forma particular de interacción. Hay teorías especiales sobre las
clases económicas en la sociedad, sobre la clase media, la clase trabajadora y
la clase alta. Pero una teoría general de las clases, como la teoría marxista,
combina todas estas teorías especiales sobre las clases en una sola teoría
sobre el desarrollo económico y las relaciones de clase en cuanto tales.
Ahora que he definido muy
provisionalmente qué es la teoría, hablaré acerca de su significación. Hoy
existe un gran debate acerca del papel de la teoría en las ciencias, y sobre
todo en las ciencias sociales. La posición que asumo aquí, decisiva para este
curso, es que la teoría es crucial. Más aún, la teoría es el corazón de la
ciencia. Aunque las teorías siempre se relacionan estrechamente con la
"realidad" fáctica, en la práctica de las ciencias sociales son las
teorías mismas las que generan los experimentos que verifican los datos: las
teorías son las que estructuran la realidad -los datos o “hechos”- que estudian
los científicos.
Daré un ejemplo. Las ciencias
sociales dedican hoy muchos trabajos al intento de hallar explicaciones del
éxito económico del Japón. En estos estudios los científicos sociales a menudo
descubren que los jóvenes estudiantes japoneses otorgan gran valor al logro, a
la "socialización para el logro", que eventualmente se traduce en
trabajo duro y disciplina en el mundo económico adulto. ¿Pero cómo se descubre
el "dato" de tal socialización? ¿Es porque la realidad de esta
socialización para el logro se impone sobre el observador científico? Pues no.
Se publican estudios sobre socialización porque muchos científicos sociales
están imbuidos, antes de llegar al Japón, de la idea teórica de que la
socialización en la infancia es decisiva para determinar el estilo laboral de
los adultos.
Continuemos con otro ejemplo
japonés. En Europa y los Estados Unidos hace furor el debate acerca de las
razones históricas del rápido desarrollo económico del Japón. Algunos
estudiosos arguyen que la situación militar protegida de que ha gozado el Japón
desde la Segunda Guerra Mundial le ha permitido prosperar; otros, en una vena
similar, han citado las políticas proteccionistas del gobierno japonés. Sin
embargo, otros estudiosos sostienen que estos factores no son decisivos, que
debemos prestar atención a la cohesión de los valores japoneses y a la
solidaridad que ata [¿vincula?] a los trabajadores y [¿con?] los capitalistas.
Creo que estas fundamentales diferencias de opinión científica no se pueden
zanjar con una mera observación más atenta de los hechos, aunque por cierto
debemos observarlos atentamente. Estas diferencias nacen de las teorías
generales de los científicos acerca de lo que motiva a las personas para actuar
y de las fuerzas que mantienen unida una sociedad. Si creemos que las personas
son competitivas por naturaleza e invariablemente egoístas, enfatizaremos
factores materiales como el gobierno y la política militar; si creemos, por el
contrario, que los sentimientos y la moralidad son aspectos vitales del vínculo
social, enfatizaremos factores "ideales" tales como los valores y la
solidaridad.
Pero hay ejemplos más cercanos de
la significación de la teoría. La sociedad norteamericana ha sufrido la
revolución económica llamada Reaganomics
o "reagonomía". Es un programa práctico en el más práctico de los
mundos, el mercado. ¿Pero esta política práctica se generó simplemente como
solución científica para problemas económicos contemporáneos? En absoluto. La
"reagonomía" se basa en ideas, en primer lugar las de Milton
Friedman, pero, en un marco temporal más amplio, en ideas que se remontan a
doscientos años atrás, a las teorías de Adam Smith, y antes de él, a John
Locke. Fue John Maynard Keynes, el gran economista que se oponía a las teorías
del mercado libre, quien dijo que las ideas constituyen la fuerza económica más
poderosa.
¿Cómo se generan las teorías?
Muchos científicos admiten que las teorías son más generales que los hechos y
son igualmente importantes para la generación de ideas científicas. Pero eso no
responde a la pregunta más decisiva: ¿cómo se producen las teorías?
¿La teoría se introduce a partir
de datos empíricos? Según esta idea tendríamos que estudiar muchos casos
específicos y hacer generalizaciones graduales basadas en sus rasgos comunes.
Una teoría así generada, una "ley abarcadora", luego desempeñaría un
papel decisivo en nuevos trabajos empíricos. Esta idea de inducción suena
convincente, pero no es cierta. La
teoría no se puede construir sin datos, pero tampoco se puede construir
sólo con datos. Algunos filósofos de la ciencia reconocen que la teoría precede
a cualquier intento de generalización -que salimos al mundo de los hechos
munidos con teorías- pero sostienen que usamos datos ateóricos para verificar
la verdad o falsedad de nuestros conceptos teóricos generales. Pero esta
posición es tan poco atinada como la anterior, especialmente para las clases de
teorías generales que trataremos aquí. Tales teorías no se pueden someter a una
verificación definitiva y concluyente por medio de datos, aunque una referencia
a los datos es parte vital de toda verificación de una teoría. Los datos pueden
poner en jaque algunas proposiciones específicas de una teoría, pero un
cuestionamiento puramente fáctico tiene dos imitaciones.
Primero, los datos que usamos
para cuestionar una teoría están informados a la vez por teorías que no estamos
verificando en esta oportunidad. Segundo, aunque admitamos la falsedad de una
proposición específica, rara vez abandonaremos la teoría general de la cual
forma parte. En cambio haremos una revisión de la teoría general para alinear
sus proposiciones con estos nuevos datos "fácticos".
¿Cómo se generan pues las
teorías? Convengo, por cierto, en
que el
mundo real pone límites muy estrictos a nuestra teorización. Por
ejemplo, para un científico social
resultaría difícil sostener que la sociedad norteamericana está sufriendo una
revolución política, así como la “realidad” dificultaría proponer la teoría de
que la sociedad soviética es capitalista y no comunista. Sin embargo, algunos
científicos han afirmado que la sociedad norteamericana está sufriendo una
revolución política, y otros han intentado demostrar que Rusia es un país
capitalista y no comunista. Estos ejemplos extremos revelan que el razonamiento
teórico tiene una relativa autonomía respecto del "mundo real". De
hecho, me he visto en la obligación de poner esta expresión entre comillas.
Como los límites que la realidad impone a la ciencia siempre sufren la
mediación de compromisos anteriores, nos resulta imposible saber en cualquier
momento específico, qué es exactamente la realidad.
La teorías son, pues, generadas
tanto por los procesos no fácticos o no empíricos que preceden al contacto
científico con el mundo real como por la estructura de este "mundo
real". Con procesos no fácticos me refiero a cosas tales como los dogmas
universitarios, la socialización intelectual y la especulación imaginativa del
científico, que está basada tanto en su fantasía personal como en la realidad
externa. En la construcción de las teorías científicas, el mundo real modifica
estos procesos, pero nunca los elimina. Existe, pues, una relación doble entre
las teorías y los hechos.
Llamaré elemento apriorístico a
la parte no empírica de la ciencia. Este elemento no depende de las
observaciones sino de las tradiciones. Esta afirmación puede parecer extraña.
La ciencia, prototipo de racionalidad y modernidad, parecería opuesta a la
tradición. A mi juicio, sin embargo, la ciencia -aunque sea racional- depende
vitalmente de la tradición. La sociología es una ciencia social empírica,
comprometida con la verificación rigurosa, con los datos, con la disciplina de
la verificación. No obstante, estas actividades científicas se desarrollan, a
mi entender, dentro de las tradiciones que se dan por sentadas y no están
sometidas a una evaluación estrictamente empírica.
¿Qué son estas tradiciones
científicas? Podemos convenir, sin lugar a dudas, en que están integradas por
los componentes básicos de la ciencia social. El problema es que las personas
conceptualizan estos componentes básicos de diversos modos. Es justo decir que
estos modos diversos, a menudo antitéticos, de conceptualizar los componentes
básicos de las ciencias sociales son el núcleo del debate teórico
contemporáneo. Aun así, debemos identificar los componentes básicos, pues sólo
así podremos identificar las tradiciones básicas que informan la base no
empírica de una disciplina.
La tarea es más ardua de lo que
parece, pues en las ciencias sociales hay una importante gama de elementos no
empíricos. El legado de cada generación de sociólogos a la siguiente no
consiste sólo en las creencias acerca de cuáles son dichos elementos, sino en
cuáles son entre ellos los más importantes. Me gusta considerar estos elementos
como parte de un continuo del pensamiento científico.
Las diversas tradiciones de la
teoría social suelen enfatizar un nivel este continuo más que otros. A menudo
sostienen que tal o cual nivel es de importancia extrema. En consecuencia, las
diversas comprensiones teóricas del componente que se considera decisivo
constituyen la base de las principales tradiciones sociológicas.
Muchos teóricos arguyen como, por
ejemplo, que el nivel ideológico es decisivo. Sostienen que las creencias
políticas de los científicos constituyen el elemento no empírico que determina
la sustancia de los hallazgos de las ciencias sociales. Consideran pues que la
sociología está dividida entre traducciones conservadoras, liberales y
radicales. Aunque esta perspectiva de la teoría sociológica -así como las demás
que luego comentaré- nos ha acompañado durante siglos, resurgió en el período
de postguerra con los conflictos sociales de la década de 1960. Los sociólogos
críticos llegaron a encarar la sociología académica como una disciplina
"sacerdotal", propia del establishment,
una teoría ideológica cuestionada por la sociología revolucionaria o profética
de la Nueva Izquierda.
Otros científicos sociales
sostienen, con igual vehemencia, que el modelo determina la naturaleza
fundamental del pensamiento sociológico. Los modelos son imágenes
deliberadamente simplistas y muy abstractas del mundo. Hay modelos, por
ejemplo, que describen la sociedad como un sistema en funcionamiento, como el
sistema fisiológico del cuerpo o el sistema mecánico de un motor de combustión
interna. Otros modelos consideran que la sociedad está compuesta por
instituciones separadas sin ninguna relación integral y sistémica entre ellas.
Para quienes enfatizan el nivel del
modelo, la opción entre modelos funcionales e institucionales es
responsable del tono de una teoría social. El enfoque ideológico sostiene que
la decisiones políticas del científico generan modelos, pero este segundo grupo
de teóricos argumenta que la opción entre modelos funcionales e institucionales
genera compromisos ideológicos. A menudo han sostenido, por ejemplo, que los
modelos funcionalistas llevan a una ideología conservadora. Los teóricos
ideológicos, en cambio, a menudo han sostenido lo inverso, es decir, que las
creencias políticas conservadoras conducen a la adopción de modelos
funcionales.
Otro nivel del continuo
sociológico que a menudo se considera decisivo es el metodológico. Se sostiene
que la opción entre técnicas cuantitativas y cualitativas, o entre el análisis
comparado y los estudios de casos, son cruciales para estructurar teorías
sociológicas generales. En un nivel menos técnico, las controversias
metodológicas se concentran en el papel de la teorización abstracta, en
contraste con la compilación de datos empíricos. Se trata, por cierto, de la
disputa en la que yo mismo acabo de embarcarme. Quienes adhieren a diversos
bandos de estos debates metodológicos suelen compartir la creencia, a la cual
yo no me adhiero, de que los compromisos con determinados modelos e ideologías
surgen de estas opciones metodológicas, y no al contrario.
Por último, muchos científicos
sociales de la actualidad sostienen que lo más determinante para un sociólogo
consiste en decidir si el mundo está en equilibrio o en conflicto. La
"teoría del conflicto", por ejemplo, afirma que si damos por sentado
que la sociedad es consensual, adoptaremos modelos funcionales, tomaremos
posiciones ideológicas sistemáticas conservadoras, y emplearemos metodologías
empiristas y antiteóricas.
Ustedes habrán notado una pizca
de escepticismo en mi exposición. Pero, no quiero sugerir que estas discusiones
me parecen irrelevantes. A mi juicio, cada uno de estos supuestas no empíricos
es vital para la teorización sociológica. Ya tendré ocasión de concentrarme en
cada uno de estos niveles -modelo, método, ideología, conflicto empírico,
consenso- y comentar su importancia en la determinación de la forma de una
actitud o cambio teóricos.
Al mismo tiempo, señalaré que
cada una de estas vehementes posiciones teóricas es reduccionista. Aunque todos
estos niveles son relevantes, ninguno de ellos tiene el poder que a menudo se
le atribuye. La Ideología es importante, pero es erróneo tratar de reducir la
teoría a la influencia de los supuestos políticos. De hecho, no es inusitado
que teóricos con Ideas políticas muy diferentes produzcan teorías que son
significativamente similares. Asimismo, es erróneo pensar que los modelos son
tan decisivos. Los modelos son importantes, pero no pueden determinar los otros
supuestos de los teóricos. Los modelos funcionales, por ejemplo, cuentan hoy
con la aprobación de radicales marxistas así como de conservadores. Algunos
funcionalistas consideran que los requerimientos del sistema son
contradictorios y en última instancia autodestructivos; otros consideran que
son complementarios y autorreguladores. De la misma manera, hay funcionalistas
empiristas y funcionalistas que aprecian la independencia del aspecto no
empírico de la teoría. Por tomar otra reducción típica, parece tremendamente
obstinado atribuir poder decisivo a los compromisos metodológicos. En la
historia de sociología, la misma metodología ha respaldado las posiciones más
encontradas. Por ejemplo, hay teorías cuantitativas marxistas acerca de la
formación de clases y teorías liberales cuantitativas que reemplazan la clase
por el status. Los compromisos metodológicos son los mismos, pero las teorías
son muy diferentes. Por último, la posición de un teórico acerca del conflicto
no puede, en mi, opinión, determinar las otras características de su teoría.
Marx consideraba que la sociedad estaba en conflicto, y también Hegel, pero
pocos pondrían ambas teorías en el mismo campo.
Pero el problema de estos debates
contemporáneos no radica sólo en su reduccionismo, sino en la mezcla de niveles
relativamente independientes. Además, la mayoría de estos debates
contemporáneos ignoran el nivel empírico más general de todos. Lo llamaré el
nivel de las "presuposiciones". En la segunda parte de esta clase,
describiré las presuposiciones y sugeriré que forman las tradiciones
predominantes en el pensamiento social. En mi conclusión, regresaré al tópico
de la teoría sociológica contemporánea. Llevaré este comentario abstracto
acerca de las tradiciones a un plano más concreto, comentando las fuerzas
intelectuales y sociales que trajeron el centro del debate teórico a los EE.UU.
en el período inmediatamente posterior a la Segunda Guerra Mundial.
Con presuposiciones me refiero a
los supuestos más generales de cada sociólogo en su enfrentamiento con la
realidad. Creo que es obvio que lo primero que un estudiante de la vida social
presupone es la naturaleza de la acción. Cuando pensamos cómo es la acción,
habitualmente nos preguntamos si es racional o no. El "problema de la
acción", pues, consiste en dar por sentado que los actores son racionales
o no racionales. Aquí no me refiero al uso habitual que identifica racional con
bueno y listo, y no racional con malo y estúpido. No quiero decir, en otras
palabras, que un acto racional sea "irracional". En la teoría social,
esta dicotomía alude a si las personas son egoístas (racionales) o idealistas
(no racionales), si son normativas y morales (no racionales) en su enfoque del
mundo o puramente instrumentales (racionales), si al actuar les interesa
aumentar la eficiencia (racionalmente) o si están regidas por emociones y deseos
inconscientes (no racionalmente). Todas estas dicotomías se relacionan con la
vital cuestión de la referencia interna o externa de la acción. Los enfoques
racionalistas de la acción consideran que el actor recibe impulso de fuerzas
externas, mientras que los enfoques no racionales implican que la acción está
motivada desde dentro.
Al hablar de presuposiciones,
sugiero que cada teoría social y cada trabajo empírico toma una posición
apriorística sobre el problema de la acción. Sin embargo, ello no significa que
tenga que adoptar una actitud excluyente. Se puede considerar -aunque no es lo
habitual- que la acción tiene elementos racionales y no racionales.
Pero no basta con responder la
pregunta central acerca de la acción. Existen presuposiciones acerca de una
segunda cuestión relevante, la que denominaré el "problema del
orden". Los sociólogos son sociólogos porque creen que la sociedad respeta
patrones, estructuras independientes de los individuos que la componen. Pero,
aunque todos los sociólogos creen esto, a menudo tienen grandes desacuerdos
acerca del modo en que se genera este orden. Diré que se trata de una
controversia entre los enfoques individualistas y colectivistas del orden.
Si los pensadores presuponen una
posición colectivista, entienden que los patrones sociales son previos a todo
acto individual específico, y son, en cierto sentido, producto de la historia.
El orden social es un dato "externo" que enfrenta al individuo recién
nacido. Ahora bien, si escriben sobre los adultos, los colectivistas pueden
reconocer que el orden social existe tanto dentro como fuera del individuo; de
hecho, es un punto importante al cual retornaremos. Lo que aquí importa es que
la perspectiva colectivista, ya conceptualice el orden social como interior o
exterior a un actor, no considera que sea producto de consideraciones de este
momento. Todo acto individual, según la teoría colectivista, va impulsado en la
dirección de la estructura preexistente, aunque esta dirección sea sólo una
probabilidad para los colectivistas que reconocen que la acción tiene un
elemento de libertad. Así, para la teoría colectivista, la economía determina
la dirección de los actores económicos individuales, y no son los empresarios
quienes crean la economía; el sistema religioso determina la conducta de un
creyente individual, y no es la fe la que permite surgir una iglesia; las
organizaciones partidistas producen políticos y no son los políticos quienes
constituyen los partidos.
Los teóricos individualistas a
menudo reconocen que parecen existir tales estructuras extraindividuales en la
sociedad, y por cierto reconocen que hay patrones inteligibles. Pero aun así
insisten en que estos patrones son producto de la negociación individual y
consecuencia de la opción individual. No sólo creen que los individuos son
"portadores" de las estructuras sino que los actores producen las
estructuras en los procesos concretos de la interacción individual. Para ellos,
no es sólo que los individuos tengan un elemento de libertad, sino que pueden alterar
los fundamentos del orden social en cada punto sucesivo del tiempo histórico.
Los individuos, según esta perspectiva, no portan el orden dentro de sí mismos.
En cambio, siguen el orden social o se rebelan contra él -e incluso contra sus
propios valores- según sus deseos individuales.
No creo que los problemas de la
acción y el orden sean "opcionales". Creo que cada teoría toma alguna
posición sobre ambos. Pero no insistiré sobre esto. Quiero señalar que las
permutaciones lógicas entre las presuposiciones integran las tradiciones
fundamentales de la sociología. Hay teorías racional-individualistas y teorías
racional-colectivistas. Hay teorías normativo-individualistas y
normativo-colectivistas. La historia del pensamiento social también registra
algunos intentos -muy pocos y espaciados- de trascender estas dicotomías de
manera multidimensional.
Estas
presuposiciones trascienden la mera inquietud académica. En cualquier posición
que se adopte, hay en juego valores fundamentales. El estudio de la sociedad
gira alrededor de las cuestiones de la libertad y el orden, y toda teoría sufre
la atracción de ambos polos. A mi entender, es un dilema típicamente occidental
o, mejor dicho, típicamente moderno. Como hombres y mujeres modernos, creemos
que los individuos tienen libre albedrío -en términos religiosos, que cada ser
humano tiene un alma inviolable- y por ello creemos que cada persona tiene
capacidad para actuar de manera responsable.
En mayor o menor grado, estas creencias culturales se han
institucionalizado en cada sociedad occidental. El individuo constituye una
unidad especial. Se han realizado complejos esfuerzos legales para protegerlo
del grupo, del Estado y de otros organismos culturalmente
"coercitivos", como la Iglesia.
Los teóricos de la sociología han
tomado estos desarrollos muy en serio,
y al igual que otros ciudadanos de la sociedad occidental han procurado
proteger esta libertad individual. De hecho, la sociología surgió como
disciplina a partir de esa diferenciación del individuo en la sociedad, pues la
independencia del individuo, el crecimiento de su capacidad para pensar
libremente acerca de la sociedad, permitió que la sociedad misma fuera
concebida como objeto de estudio. La independencia del individuo vuelve
problemático el "orden”, y esta problematización del orden vuelve posible
la sociología. Al mismo tiempo, los sociólogos admiten que hay patrones aun en
este orden moderno y que la vida cotidiana de los individuos está profundamente
estructurada. Esto es precisamente lo que vuelve tan preciosos los valores de
“libertad” e “individualidad”. La tensión entre la libertad y el orden brindan
una justificación intelectual y moral a la sociología: la sociología explora la
naturaleza del orden social en gran medida porque le interesan sus implicaciones
para la libertad individual.
Las teorías individualistas son
atractivas y poderosas porque preservan la libertad individual de manera
abierta, explícita y total. Sus postulados apriorísticos dan por sentada la
integridad del individuo racional o moral, y entienden que el actor es libre de
su situación, ya se la defina como coerción material o influencia moral. Pero,
a mi juicio, la posición individualista paga un alto precio teórico por esta
libertad. Otorga un voluntarismo poco realista y artificial al actor en la
sociedad. En este sentido, la teoría individualista no presta un verdadero
servicio a la libertad. Ignora las amenazas reales que la estructura social
plantea a menudo a la libertad, y también el gran sostén de la libertad que
pueden brindar las estructuras sociales. A mi entender, el diseño moral de la
teoría individualista alienta la ilusión de que los individuos no necesitan de
otros ni de la sociedad en su conjunto.
La teoría colectivista, por otra
parte, reconoce que los controles sociales existen, en consecuencia, puede
someter dichos controles a un análisis explícito. En este sentido el
pensamiento colectivista tiene ventajas sobre el pensamiento individualista,
tanto en lo moral como en lo teórico. Desde luego, debemos preguntarnos si no pagamos
un precio inaceptable por esta ventaja. ¿Qué pierde la teorización
colectivista? ¿Cómo se relaciona la fuerza colectiva que ella postula con la
voluntad individual, el voluntarismo y el autocontrol? Antes de responder esta
pregunta decisiva, debemos ser claros acerca de un hecho vital: las
presuposiciones sobre el orden no implican ninguna presuposición específica
acerca de la acción. Dada esta indeterminación, hay muchas clases de teoría
colectivista.
A mi juicio, el crucial
interrogante de si la teoría colectivista vale su precio gira alrededor de la
presuposición de que la acción sea instrumental o moral. Muchas teorías
colectivistas entienden que las acciones son motivadas por una forma estrecha
de racionalidad que sólo atiende a la eficacia técnica. Cuando ello ocurre, se
describen las estructuras colectivas como si ellas fueran externas a los
individuos en un sentido físico. Se dice que estas estructuras aparentemente
externas y materiales, como los sistemas políticos o económicos, controlan a los
actores desde fuera, les guste o no. Lo hacen disponiendo sanciones punitivas y
recompensas positivas para un actor que se limita a calcular el placer y el
dolor. Como se entiende que el actor responde objetivamente a influencias
externas, los "motivos" desaparecen como preocupación teórica. La
subjetividad queda excluida del análisis colectivista cuando éste adopta una
forma racionalista, pues se entiende que la respuesta del actor se puede
predecir a partir del análisis de su ámbito externo. Lo crucial es dicho
ámbito, no la naturaleza del actor ni el grado o la índole del compromiso del
actor. Afirmo, pues, que las teorías racional-colectivistas explican el orden
sólo a expensas del sujeto, eliminando la noción de yo [self]. En la sociología
clásica, las formas reduccionistas de la teoría marxista representan el ejemplo
más contundente de este desarrollo, pero también impregnan la sociología de
Weber y la teoría utilitarista.
En cambio, si la teoría
colectivista concede que la acción puede ser no racional, percibe a los actores
como guiados por los ideales y la emoción. Los ideales y emociones están situados dentro y no fuera. Desde
luego, este reino interno de la subjetividad está estructurado inicialmente con
encuentros con objetos "externos": padres, profesores, hermanos,
libros, toda la variedad de portadores culturales y apegos objetales
enfrentados por los pequeños "iniciados sociales". Pero, según la
teoría colectiva no racional, tales estructuras extraindividuales se
internalizan con el proceso de socialización. La subjetividad y la motivación
se vuelven tópicos fundamentales para la teoría social sólo si reconocemos este
proceso de internalización, pues si aceptamos la internalización entendemos que
existe alguna relación vital entre el "interior" y el
"exterior" de cualquier acto. La volición individual se convierte en
parte del orden social, y la vida social real implica negociaciones no entre el
individuo asocial y su mundo, sino entre el yo social y el mundo social. Tal
pensamiento lleva a lo que Talcott Parsons llamó un enfoque voluntarista del
orden, aunque debo advertir que esto no es voluntarismo en un sentido
individualista. Por el contrario, se puede decir que el voluntarismo está
ejemplificado por teorías que ven a los individuos como socializados por los
sistemas culturales.
Las presuposiciones acerca de la
acción y el orden son las “pistas” por donde corre la sociología. Sean teóricos
o no, los sociólogos optan por ciertas presuposiciones y deben convivir con las
consecuencias. Dichas presuposiciones y sus consecuencias serán mi punto de
partida durante este curso. La elección de ciertas presuposiciones determina no
sólo las posibilidades teóricas en un sentido positivo, sino también las
restricciones y vulnerabilidades. Cada presuposición cierra ciertos caminos
aunque abra otros. Los teóricos a menudo se arrepienten de excluir ciertas
posibilidades y en este sentido sus presuposiciones son chalecos de fuerza de
los que intentan escapar. El problema es que, si escapan demasiado, sus teorías
se alteran radicalmente.