Brizzio de Lio, Rosa; Podesta, Roberto; Puyau, Hermes (1968): Prolegómenos a la Lógica Simbólica. Cap. 0. Pp. 33-48. Macchi, Buenos Aires.

 

CAPÍTULO 0

SEMIÓTICA

0.1. TEORIA DE LOS SIGNOS

Un perro de caza debidamente entrenado, responde con un tipo de conducta adecuada, a un cierto sonido, cuando se lo lleva a cazar. Este sonido es para el perro un signo que le revela la presencia de otro animal; él, a su vez, responde con una conducta. Este proceso que hemos descripto, en el cual cierta cosa -aquí un sonido- funciona como signo, se llama semiosis.

En toda semiosis se distinguen los siguientes factores: aquello que actúa como signo, aquello a lo cual el signo se refiere y la conducta o reacción de un intérprete en virtud del cual la cosa es un signo para ese intérprete.

El proceso semiótico consta, pues, de cuatro componentes: un vehículo señal, que es la cosa que funciona como signo; un desig­natum, que es la clase de cosas a las que el signo se refiere; un ínterpretante o conducta, en virtud del cual la señal se convierte en signo para un intérprete, que es el cuarto componente.

En Fundamentos de la teoría de los signos, Charles W. Morris caracteriza a un signo del siguiente modo: "S es un signo de D para I, en la medida en que tiene en cuenta a D, en virtud de la presencia de S”. Por ejemplo: una luz roja (S), es signo de detener el vehículo (D) para un conductor (I), en la medida que el conductor tiene en cuenta la instrucción de detener el vehículo en presencia de la luz roja.

La semiosis consiste en un proceso por el cual se tiene en cuenta una cosa por medio de una tercera, por ello dice Morris: "La semiosis es, por lo tanto, un tener en cuenta mediato. El media­dor es el vehículo señal; el tener en cuenta, el interpretante; el agente del proceso, el intérprete; aquello que se tiene en cuenta, el designatum." Estos términos signa, designatum e intérprete son signos semióticos interdependientes, porque representan fases de un mismo proceso donde se implican unos a otros. Así dice Morris: "Los objetos no necesitan ser señalados por signos, pero no hay designata sin haber tal referencia; algo es un signo sólo porque es interpretado como un signo de alguna cosa por algún intérprete; un tener en cuenta algo es un interpretante solamente en tanto es evocado por alguna cosa que funciona como un signo; un objeto es un intérprete sólo mientras tiene en cuenta algo me­diatamente. Las propiedades de ser un signo, un designatum, un intérprete o un interpretante, son propiedades relacionales que las cosas asumen al participar en el proceso funcional de la se­miosis." Un signo puede tener diversos designata, ello depende de la relación en que se encuentren el intérprete y la cosa referida por el signo. Hay que distinguir entre el designatum, que es la clase de los objetos a la cual se refiere el signo y los componentes o miembros de la clase. En particular el designatum puede ser una clase vacía o clase sin miembros. Los miembros de la clase no vacía se llaman denotata. Es así como es posible explicar una conducta como la de buscar en la heladera, una manzana que no está allí y hacer preparativos para habitar una isla que no existe o ha desaparecido bajo el mar.

La semiosis permite también explicar el comportamiento de la imaginación. El sujeto imaginante, puede tomar como vehículo señal un objeto real que lo remite a una cosa inexistente. La imagen de la fantasía es un designatum vacío, por ser irreal; por ejemplo, un niño que juega a los cowboys emplea como ve­hículo señal del caballo, un palo de escoba y ciertos sonidos como vehículos que representan disparos de armas de fuego inexistentes.

La lengua comprende de este modo tres planos de relaciones entre signos, designatum e intérprete. Estos planos son la dimen­sión sintáctica, la dimensión semántica y la dimensión pragmá­tica del lenguaje. A cada uno de esos planos corresponde uria fase de la semiosis, que se denomnia en los casos respectivos: sintaxis, semántica y pragmática.

La dimensión semántica es la estructura de las relaciones de los signos con su designata; la dimensión pragmática es la estruc­tura de las relaciones entre los signos y sus intérpretes, y la di­mensión sintáctica es la estructura de las relaciones entre signos; ésta es previa a las otras dos dimensiones.

Puede haber un lenguaje de signos interconectados que no sea aplicable a designatum alguno; o bien, puede suceder que no haya intérprete que use el lenguaje, como ocurre en el caso de una lengua muerta. En el primer caso, faltaría la dimensión semántica del lenguaje, como ocurría antes de que Champollion descifrara el sistema ideográfico de la lengua egipcia. En el se­gundo caso, faltaría la dimensión pragmática del lenguaje, ya que no existiría un intérprete para el cual una señal funcionara como signo de algo. En ambos casos ocurriría algo semejante al hecho de tener un edificio deshabitado al cual, sin embargo, se le si­guiera llamando casa. Con esto queremos decir que en un len­guaje se puede prescindir de las dimensiones semántica y prag­mática, y no obstante se puede seguir llamando al mismo lenguaje. Este lenguaje conserva sólo la dimensión sintáctica (Lsin). Podría preguntarse si es posible prescindir de la dimensión sintáctica, es decir, de la relación formal entre los signos, con lo que el lenguaje se reduciría a un único signo. Si nos atenemos a la de­finición semiótica de lenguaje veremos que, al ser el mismo un sistema de signos intereonectados, no podemos aplicar tal defini­ción a un solo signo. "Aun en este caso -dice Morris- es instruc­tivo, porque, desde el punto de vista expresado (o sea, que todo signo tiene potencialmente relaciones sintácticas con aquellos signos que expresarían su designatum, esto es, la clase de situación a la cual es aplicable), aún un signo aislado tiene ciertas relá= ciones consigo mismo y, por lo tanto, una dimensión sintáctica; o si ésta es nula, se trata sólo de un caso especial de dimensión sintáctica."

Por lo tanto, no puede existir un lenguaje sin una estructura que conecte a los signos entre sí, aunque esos signos carezcan de designata y de intérpretes; así la lógica simbólica y la matemática pura son dos ejemplos de lenguaje sintáctico, cuyos signos pue­den ser interpretados de la forma más diversa. En general, un lenguaje completo, desde el punto de vista semántico, se define mediante la fórmula:

L:Lsin+Lsem+Lp

Tanto el lenguaje semántico (Lsem ), como el lenguaje pragmá­tico (L,), no pueden existir por separado, son, simplemente, dos formas semánticas según las cuales se considera al lenguaje for­malmente desde un punto de vista semántico o pragmático, res­pectivamente; en cambio -como hemos visto-, es posible des­arrollar un puro lenguaje sintáctico, que será, por oposición a los lenguajes de hecho empleados por ciertas comunidades de ha­blantes -lenguajes naturales-, un lenguaje artificial. Por ejemplo en computadoras electrónicas se emplean lenguajes adaptados al proceso de estos mecanismos, como el lenguaje ALCOL.

La distinción entre lenguaje sintáctico y semántico permite dife­renciar dos clases de ciencias: ciencias formales y ciencias Tác­ticas. El fin de las primeras es desarrollar lenguajes que si bien son arbitrarios, esto es, que sus oraciones derivan de otras oracio­nes del mismo lenguaje, en virtud de reglas síntácticas, que per­tenecen también al mismo lenguaje, no obstante son apropiados para comprender sistemáticamente procesos empíricos. Por su carácter arbitrario, los lenguajes sintácticos no están sujetos a la condición de que sus oraciones sean verdaderas o falsas; el teórico, mediante una adecuada estrategia de oraciones primitivas, incluye en ellas principios que, según su conocimiento, pueden ser apro­piados para explicar científicamente ciertas reglas llamadas reglas semánticas, según las cuales se establece en qué condiciones una señal o conjunto de señales, y en particular las oraciones, son aplicables a objetos o a situaciones. Es así como las ciencias for­males integran el sistema de la ciencia empírica, cuyo objeto es describir y predecir sistemática y exactamente los procesos na­turales.

 

0.2. LA SINTAXIS

El objeto formal de la sintaxis es el estudio de los signos, en orden a sus relaciones formales; por lo tanto, es necesario estable­cer qué combinaciones o cadenas de signos son admisibles dentro de cierto lenguaje, y las reglas que establecen qué cadenas son admisibles como oraciones se llaman reglas sintácticas.

"La sintaxis lógica -dice Morris- prescinde deliberadamente de lo que se ha llamado dimensiones semántica y pragmática de la semiosis, para limitarse a la estructura lógico-gramatical del lenguaje, es decir, a la dimensión sintáctica de la semiosis. En este tipo de consideración, un lenguaje (por ejemplo Lsin) es un conjunto de cosas relacionadas de acuerdo con dos clases de reglas: reglas de formación, que determinan combinaciones permisibles, independientes de miembros del conjunto (combi­naciones llamadas enunciados -oraciones-), y reglas de trans­formación, que determinan los enunciados que pueden obtenerse a partir de otros enunciados (oraciones). Éstos pueden reunirse bajo el término regla sintáctica.

"La sintaxis es, entonces, la consideración de los signos y com­binaciones de signos, en tanto están sujetos a reglas sintácticas. No se interesa por las propiedades individuales de los vehículos señales o por cualesquiera de sus relaciones determinadas por las reglas sintácticas."

Un lenguaje sintáctico es entonces un sistema o estructura de signos ligados por dependencias mutuas, y lo que cada signo es dentro del sistema, depende de los demás, de tal manera que los signos están ínterconectados por una dependencia funcional, según la cual uno de ellos determina a otros en su función.

Morris distingue signos señaladores, caracterizadores y univer­sales. La función de los señaladores es la de denotar un solo objeto, como la palabra aquel en la frase aquel caballo, donde denota un único objeto; un signo puede denotar una pluralidad de cosas, debe entonces caracterizar a una clase, como la palabra caballo, y entonces es combinable con otros signos que expliquen o restrinjan su aplicabilidad. Éstos son llamados signos caracteri­zadores. Por último, hay signos que pueden denotar cualquier cosa, por ejemplo la palabra algo. Éstos son llamados signos universales.

Desde el punto de vista semántico -es decir, atendiendo a su significación y dicho estrictamente-, atendiendo al designatum de su signo, pueden distinguirse signos señaladores, caracteriza­dores y universales. Un signo señalador denota un solo objeto, como cuando decimos este hombre; un signo caracterizador de­signa las condiciones según las cuales él es aplicable a ciertas cosas, por ejemplo cuando utilizamos la palabra perro, es inapli­cable a una mesa, en tal caso decimos -como es el caso de los sustantivos comunes- que un signo connota a su objeto, o sea, que el signo caracterizador incluye las propiedades del objeto designado como elementos abstractos de su definición; un signo universal es aquel que puede designar cualquier cosa, por ejem­plo la palabra cualquiera o algo o todo, etc.

Es destacable la diferencia entre designar, expresar e implicar. Un signo designa a una clase de objeto o designatum (y denota a un objeto del designatum). Un signo implica a otros signos, y por último expresa una cierta conducta e interpretante. Por ejem­plo, el signo banco designa una clase de objetos que sirven para sentarse, pero se dice que implica las palabras objetos que sirven para sentarse. Finalmente, la palabra banco expresa para un sujeto cansado una sensación de alivio. Los signos señaladores, caracterizadores y universales se refieren los unos a los otros y forman complejos de signos que lla­mamos oraciones, cuando se combinan de manera adecuada a las reglas sintácticas de un lenguaje. En toda oración hay un signo dominante -que es caracterizador- y hay otros signos caracte­rizadores y señaladores que los explican o bien que restringen su significación. Por otra parte, hay signos que conectan a los de­más. Los signos caracterizadores eran llamados por los lógicos me­dievales signos categoremáticos -que significa caracterizadores o connotativos-, y los signos para unir a los categoremáticos (por ejemplo, las conjunciones y preposiciones) eran llamados sin.cate­goremáticos. Desde el punto de vista sintáctico los signos forman una estructura tal que uno de ellos implica al otro; el recono­cimiento de esta estructura del lenguaje es la idea central de la gramática. estructural, tal como la desarrolla la escuela danesa y en particular Hjelmslev.

 

0.3. LA SEMÁNTICA

Según Morris, la semántica "trata de la relación de los signos con sus designata y, así, con los objetos que ellos denotan o pueden denotar".

Hay que subrayar la diferencia entre designatum y denotatum. El designatum es una clase de objetos y el denotatum está for­mado por los miembros de esa clase, si la misma no es vacia.

El designatum es un objeto semiótico, o sea, un objeto de la teoría lingüística; no es una cosa como aquéllas que designan las palabras en el lenguaje cosa. Por ejemplo, la palabra gateo de­signa en el lenguaje cosa a un cierto animal, la palabra gato en semiótica es una clase, pero no un gato. Una clase, como el desig­natum, puede ser vacía, esto es, carecer de miembros; o sea, que puede haber un designatum sin denotatum, al igual que un edi­ficio deshabitado sigue siendo llamado casa. Por ejemplo, si deci­mos centauro, designamos una clase de animal mitológico; los centauros no existen, sin embargo entendemos a qué se refiere la palabra, y, por lo tanto, el signo centauro es objeto de un pro­ceso semiótico.

La semántica incluye reglas que determinan en qué condiciones un signo es aplicable a un objeto o situación; tales reglas corre­lacionan signos y situaciones denotables por signos. Estas reglas se llaman reglas semánticas. "Un signo -dice Morris- tiene di­mensión semántica en tanto hay reglas semánticas (no importa que hayan sido formuladas o no) que determinan su aplicación a ciertas situaciones, en ciertas condiciones."

Cuando se aprende a hablar una lengua se supone que se ad­quiere dominio del vocabulario, en cuanto ello significa saber cómo emplear una palabra para designar ciertas situaciones. En algunos idiomas, como el chino, la regla semántica está dada por la correcta entonación de la palabra y por la estructura o con­texto dentro del cual la misma funciona. El contexto es, en gene­ral, el elemento decisivo en toda lengua, porque toda lengua es una estructura de signos interdependientes.

Pertenece también a la semántica la clasificación de signos según su modo de designar -como se ha visto: señaladores, carac­terizadores y universales-. Entre los caracterizadores se distin­guen los iconos y los símbolos. Icono es una palabra que etimo­lógicamente significa imagen (eíkonos). Por ejemplo, cuando alguien representa un rayo con una flecha quebrada, hace uso de un icono. Según Morris un icono exhibe en si mismo las propiedades que debe tener un objeto para ser denotado por él. Diremos que entre el icono y el objeto denotado existe cierta semejanza, según la cual hay entre ambos algo en común reali­zado en distinta forma; a este tipo de semejanza lo llamaremos analogía. Un icono es también el modelo de un átomo, tal como el conocido modelo de Bohr, los nombres de las constelaciones estelares o las fotografías. Un símbolo es todo aquello que no es un icono, por lo tanto no hay semejanza o analogía entre el signo y el objeto denotado. Un símbolo debe ser objeto de una regla que lo explique en términos de otros símbolos conocidos o primi­tivos. Este tipo especial de reglas semánticas para símbolos, es una definición.

 

0.4. LA PRAGMÁTICA

Esta parte de la semiótica designa la ciencia de la relación de los signos con los intérpretes. Así cuando se dice que un signo es natural o convencional, se piensa en la naturaleza de la rela­ción entre el signo y los usuarios, porque en un caso se supone que hay un vínculo ajeno a la voluntad del intérprete, según el cual cierto signo se presenta regularmente con el objeto que denóta, o bien, que la relación entre ambos es el resultado de un acuerdo explícito entre los miembros de una comunidad de intérpretes o hablantes. En función de lo indicado, resulta la fiebre el signo natural (no convencional) o síntoma de una irregularidad en el organismo; en cambio, la palabra fiebre es un signo convencional, perteneciente a una lengua. Cuando decimos que un signo es objeto de una convención explícita, queremos decir que existe un acuerdo formulado en palabras, entre un grupo de personas, como cuando se construye una clave.

Es por la relación que estudia la pragmática dentro de la semió­tica que se adjudica a la misma el análisis de los aspectos vitales de la teoría de los signos; a saber: fenómenos psicológicos, bioló­gicos y sociológicos. Según esta perspectiva le es posible a Morris reajustar la enunciación de los elementos que integran el proceso semiótico: "el intérprete de un signo es un organismo; el inter­pretante es el hábito del organismo de responder, debido al ve­hículo señal, a objetos ausentes que son relevantes para una situación problemática dada, como si ellos estuvieran presentes... Dado el vehículo señal como un objeto de respuesta, el organismo espera una situación de tal o cual clase, y sobre la base de tal expectativa puede prepararse parcialmente, anticipándose a lo que pueda ocurrir". El hecho de ser la semiótica un tener en cuenta mediato, facilita el proceso biológico en el cual los sen­tidos de la distancia predominan sobre los de contacto, al nece­sitar los animales superiores orientar su conducta a situaciones distantes de su medio ambiente. El signo se proyecta así lejos de su designata. La dimensión pragmática aporta su estricto pún­to de vista: la relación vehículo señal -designatum es observada ahora a través de la conducta del intérprete en virtud de su reacción ante el vehículo señal.

Hemos indicado más arriba que la regla semántica determinaba en qué condiciones un signo era aplicable a un objeto; ligada a esta regla podemos citar la correspondiente regla pragmática, la que para Morris: ". ..(es) el hábito del intérprete de usar el vehículo señal en ciertas circunstancias, y, recíprocamente, de es­perar una situación determinada cuando se use el signo." Supon­gamos, en términos de ejemplo, que el signo lápiz produce en un intérprete la correlación con actividad intelectual, diremos que tanto esta actitud será evocada cuando recibe el signo mencio­nado, como cuando él, intencionalmente, lo produce.

Por su parte las reglas sintácticas de formación y transforma­ción se corresponden a nivel pragmático con las combinaciones reales de signos que el intérprete usa. Una estructura lingüística, desde el punto de vista pragmático, es, para Morris, un sistema de conducta. Enumera también en esta dimensión signos: señalado­res y caracterizadores. Agregando que, si se efectúa conjunta­mente la función señaladora y la caracterizadora, por medio de tal combinación de signos se emite un juicio. Si se produce un acuerdo entre la combinación de signos y el ámbito (designatum) al cual los signos van dirigidos, estamos en el caso de la verdad pragmática, que se reduce a satisfacer o no la expectativa del usuario.

Resulta conveniente aclarar que la pragmática no puede ser reducida a la semántica, por el hecho de ser los intérpretes y sus respuestas objetos naturales. Al respecto, es imprescindible evitar el frecuente error de confundir los niveles de simbolización. I. M. Boeheiísld, en Los métodos actuales del pensamiento, dice: " ... hay que distinguir el lenguaje sobre las cosas, del lenguaje sobre el mismo lenguaje". Agregando más adelante, al desarro­llar su doctrina de los grados semánticos: "toda proposición en la que se habla de la misma proposición, carece de sentido ... tal proposición pertenecería simultáneamente a dos grados semánti­cos, al lenguaje-objeto y al meta-lenguaje"." Por idénticas razo­nes, al estudiarse en la semiótica problemas particulares a cual­quier dimensión, es imprescindible hacerlo desde un nivel semán­tico. Reiteramos, entonces, que la relación signo-designatum, delimita la dimensión semántica de la semiosis y que otro tipo de relación del signo (no considerada por la semántica) es la que determina el suyo a la pragmática: signo-intérprete. Con tales elementos resultaría imposible incluir la pragmática en la se­mántica.

Con los fundamentos previos, puede Morris acotar el término regla a partir de la definición de regla pragmática: ". . . las mismas enuncian las condiciones que deben encontrarse en los intérpretes para que el vehículo señal sea un signo. Cualquier regla, cuando está realmente en uso, opera como un tipo de conducta, y, en este sentido, hay un componente pragmático en toda regla". Nos puede sorprender el hecho de suponer componentes prag­máticos en toda regla, aún en las sintácticas, que pertenecen a un campo de elevado grado de autonomía dentro de la semiótica. Pero lo que aquí se vuelve a destacar, es que si bien las tres grandes ramas que integran esta ciencia pueden ser analizadas separadamente con criterio de análisis, son las mismas tributarias de un proceso semiático que en su desarrollo acomoda los distin­tos tipos de reglas enunciadas al usuario que las pone en marcha. También da Morris el ejemplo de algunos vehículos señales, que, en ciertos lenguajes, regidos por reglas pragmáticas, se elevan por sobre sus correspondientes semánticas y sintácticas; ellos son in­terjecciones (¡Ohl), órdenes (Venga aquí), términos de valor  (afortunadamente), expresiones (Buenos días) y otros recursos retóricos y poéticos.

Como conclusión, una vez examinadas las distintas dimensiones de la semiótica, Morris ofrece la caracterización completa de un lenguaje de la siguiente forma: "Un lenguaje, en pleno sentido semiótico del término, es cualquier conjunto intersubjetivo de ve­hículos señales, cuyo uso está determinado por reglas sintácticas, semánticas y pragmáticas." Aquí intersubjetivo significa común a distintos sujetos, en el sentido de que cada uno de ellos refiere las mismas señales a los mismos designata. En igual sentido es empleado por Bocheúski al enunciar el principio de la intersub­jetividad, mediante el cual es posible sostener el principio de verificabilidad; no es suficiente que existan métodos para verificar complejos de signos, es necesario que tales métodos sean comunes a varios investigadores; tal es la significación dada a esta expre­sión por los metodólogos neopositivistas.

Entender un lenguaje es no violar las reglas que determinan las combinaciones lícitas en él, es poder denotar objetos y situa­ciones, tener las expectativas propias de los vehículos señales em­pleados y poder expresar estados particulares.

G. Mead distingue en Mind, Sel f and Society el gesto vocal del signo no gesticular; el primero sería, por ejemplo, el gruñido de un perro; el segundo, un trueno. La ventaja del gesto vocal es que el mismo cuando se integra en actos sociales, permite a los individuos tener un designatum común, puesto que quien emite el sonido también lo oye, lográndose así que los gestos emitidos estimulen tanto a su productor como a los otros individuos que lo perciben. Es por ello que el signo lingüístico se puede usar voluntariamente, eligiendo su usuario signos que establecerán una cierta forma de actuar.

La importancia del enfoque conductista que sigue Morris, con intención de continuar la orientación de Mead, radica en que no limita el campo de estudio de la semiótica a un tipo particular de lenguaje (como sería el vocal). Dice Morris en Signos, leng;uaje y conducta: "Para apreciar adecuadamente cómo operan los signos en la conducta individual y social, es necesario reconocer explícitamente la importancia de aquellos otros sonidos que no son producidos por las cuerdas vocales ni percibidos por el oído... Los signos hablados y oídos han llegado casi a dominar el interés de los semióticos. A menudo, a ellos solamente se da el nom­bre de lenguaje, y puesto que el hombre ha sido considerado como el animal lingüístico, ha parecido lo más natural el concentrarse sobre ellos.". Continúa más adelante: " ... tal lenguaje no cubre todos los signos derivados de sonidos, ni ha logrado suplantar a su gran rival: los signos visuales".

Podemos inferir entonces que la riqueza. científica de la semió­tica radica en la generalidad de situaciones lingüísticas que pueden ser estudiadas mediante su empleo.

Ya señalamos cómo pueden ser abordados estados de imagi­nación. Generalizando, digamos que el psicoanálisis dentro de la psicología, el pragmatismo en la filosofía y la sociología del conocimiento entre las ciencias sociales operan sobre los signos con fines de visualizar estructuras más amplias, en las que los mismos se hallan integrados. Es por tal motivo, que no interesa particularmente el contenido semántico de verdad de los comple­jos de signos analizados tanto como la coherencia que ellos guar­dan con otras dimensiones semióticas. Inclusive puede resultar útil producir combinaciones de signos obviamente opuestas a los usos normales, regidos por reglas semánticas y pragmáticas, con fines investigativos; por ejemplo, psicoanalíticos. Aquí es preciso subrayar que este tipo de experiencias separan el interés del ló­gico (por su temor a las contradicciones) del interés del semiótico, a quien no sólo le interesan las proposiciones confirmables, sino todas las posibles situaciones que las estructuras de signos ge­neran.

 

0.5. LA UNIDAD DE LA SEMIOTICA

El análisis realizado, parcializando la atención sobre las sub­divisiones principales a que puede ser sometida la semiótica, puede habernos alejado de la unidad real que la misma posee.

"En un sentido amplio -dice Morris-, cualquier término de sintáctica, semántica o pragmática es un término semiótico; en un sentido restringido, sólo lo son aquellos términos que no pue­den definirse en ninguno de los campos componentes por sepa­rado." Tal afirmación es hecha para introducir una pregunta: "¿Qué diremos del término significado?" Anticipemos que dicho término ha sido históricamente un recurso explicativo en distin­tos enfoques semióticos. Y que, ya desde los estoicos se acostum­braba a distinguir entre designar y significar; el primero era refe­rido a la extensionalidad del concepto, llamada por Morris desig­natum (clase) y el segundo a la intensionalidad, que Morris denomina denotatum (individuos de la clase). La fertilidad ope­rativa de la semiótica es puesta de manifiesto al realizar Morris el análisis de los signos o análisis lógico de los ingredientes semió­ticos que componen este problema.

El término significado, ha sido, como vimos, reemplazado por otro. Se producía con el mismo una confusión de niveles semió­ticos, especialmente al hablarse de significado del significado y, el mismo, podía entenderse como: designata, denotata, interpre­tante; en algunos usos se referían a lo que el signo implica, en otros al proceso de semiosis como tal. La semiótica, para Morris, no se apoya en una teoría del significado; el término significado debe ser, más bien, aclarado por la semiótica. Este término pasa ahora a integrar un proceso y en función del mismo recibirá sus propiedades, dejará entonces de ser una entidad en sí mismo, no será una esencia, ni tampoco un estado psíquico. Al igual que vehículo señal, designatum e interpretante, integrará un proceso y mantendrá ciertas relaciones funcionales, que indicarán sus propiedades.

A igual análisis semiótico somete Morris dos términos que han sido motivo de disputa filosófica: universal y universalidad, des­integrando los distintos componentes del problema para clarificar sus relaciones. Escoge la distinción introducida por Peirce entre sinsigno, "algo particular que funciona como signo" y legisigno, "ley que funciona como un signo". El sinsigno es una señal a marca única, por ejemplo, `casa'; en tanto que el legisigno es un hábito de uso que al reproducirse indefinidamente, engendra una ley, por ejemplo, la palabra castellana casa, que es una palabra, pero con numerosos ejemplos reales, tan variados como los usos a que puede ser sometida. Para especificar mejor el motivo de errores, citemos a Morris: "En general -dice-, hay un elemento de universalidad o generalidad en todas las dimensiones, y tal confusión resulta aquí, como en cualquier parte, cuando éstas no se distinguen y Guandos los enunciados en el metalenguaje se con­funden con enunciados en el lenguaje cosa. " Variando dentro de ciertos límites, es irrelevante el aspecto formal del vehículo señal, siempre que el mismo refiera a idén­ticos procesos semióticos. Los cambios tonales que la palabra hablada casa pueda sufrir, al ser pronunciada por un correntino, un cuando o un porteño, o la diferencia gráfica entre las palabras escritas: casa, CASA y c asa, no afectan la propiedad que todos estos vehículos señales poseen en común, que es la de ser objetos de una misma clase; se le puede llamar a cada objeto universa en la medida que comparte con otra infinidad de objetos de su clase las funciones de despertar ciertas expectativas, combinarse con otros vehículos señales de una determinada manera y denotar ciertos objetos, conjunto de propiedades que hace que se aplique con cualquiera de ellos las mismas reglas de uso. "En cualquier caso específico de semiosis -dice Morris-, el vehículo señal es, por supuesto, algo particular determinado, un sinsigno; su univer­salidad, su ser legisigno, consiste sólo en el hecho enunciable en metalenguaje de que es un miembro de una clase de objetos capaz de desempeñar la. misma función signífera."

Veremos que en cada dimensión semiótica, los términos anali­zados modifican sus condiciones de aplicabilidad, por ser ellos determinables según la relación que desempeñan en el proceso semántico.

En la dimensión semántica, universalidad se refiere a la poteh­cialidad de denotar más de un objeto o situación. También puede enunciarse como que los objetos tienen la propiedad de univer­salidad cuando son denotables por el mismo signo. Hay cierta correlación entre regla semántica y universalidad, ya que en am­bos casos se alude a la relación entre un signo y el conjunto de objetos que el mismo denota. Destaquemos que la universalidad de aplicación de un signo, que es lo que acabamos de describir, restringe el uso del signo a los objetos de la clase a que el signo se refiere y que este hecho no es el mismo que el descripto al clasificar los signos en: señaladores, caracterizadores y universa­les; un signo universal, según el ejemplo usado, algo, puede deno­tar objetos de cualquier clase; su regla semántica le da un ámbito de extensión mucho más grande que al término universalidad

analizando a nivel semántico.

Desde el punto de vista sintáctico, también una combinación particular de signos puede alcanzar universalidad formal o sintác­tica al verificarse que, según las reglas de formación y transfor­mación, hay otras combinaciones de vehículos señales que operan de igual manera.

Por último, a nivel pragmático son relevantes dos considera­ciones. Una, derivada de la situación semántica vista, según la cual un signo denota varios objetos de una misma clase. Esto implica decir que pueden ser varios los objetos que satisfacen una expectativa, la que evidentemente no es muy precisa. Por lo tanto, el interpretante, en situaciones en que no es requerida una respuesta especifica, tiene un carácter de universalidad al poder satisfacer respuestas similares por similares vehículos seña­les. Otra, referida a la universalidad del signo, compartible por varios intérpretes.

En mérito a lo expuesto, enumera Morris cinco tipos de gene­ralidad de signos, advirtiendo que es conveniente reemplazar la palabra universalidad por generalidad, ya que la misma se adapta mejor a los fines semióticos. Ellos son: generalidad de vehículo señal, generalidad de forma, generalidad de denotación, genera­lidad de interpretante y generalidad social.