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LOS PROCESOS DE INVESTIGACIÓN

 

 

José Padrón - USR - Caracas (1992)

 

 

            Puede constatarse que el ser humano desarrolla, al lado de acciones espontáneas e irreflexivas, acciones intencionales o premeditadas y que éstas tienden a mejorar cualitativamente en términos de eficacia y efi­ciencia. Se ha determinado (Roca i Balasch, 1989) que la base de estas acciones (aquello que, precisamente, conduce a ese progreso cualitati­vo) es una especie de capacidad o  función según la cual el ser humano elabora representaciones abstractas (mentales) del  mundo circundante, lo cual permite, entre otras cosas, evaluar las acciones cumplidas y proponer nuevas ejecuciones:

         Lo cognoscitivo, como evento mental, aparece muy pronto en la especie humana. La oralidad, el re­cuento de sucesos y la comunicación verbal primiti­va ya hacen pensar que más allá del acto comunica­tivo en sí mismo había algo que lo controlaba (...). Desde que el hombre puede pensar se hace bífido: emerge la conciencia de sí y de cuanto le ro­dea (Navarro, 1989:2-3).

            Las evidencias empíricas de esta capacidad o función de elaborar re­presentaciones abstractas del mundo circundante (Cognición) están en todos aquellos hechos o manifestaciones a los que suele hacerse refe­rencia bajo términos tales como “memoria”, “comprensión”, “reconoci­miento de patrones”, etc., hechos que han constituido la base observa­cional de numerosísimos estudios en Psicología, Neurofisiología, Neuro­lingüística, etc. La asociación antes mencionada entre acción intencio­nal  y  cognición tiene evidencias en conceptos tanto de orden empírico -relativos al lenguaje y al conocimiento ordinario-  como de orden teórico  (“saber / hacer”,  teoría / praxis”,  competencia / ejecución”...).

            De manera especial, la expresión “resolver problemas” o “solución de problemas” implica una referencia a los hechos de cognición como base para la acción intencional (entre muchos otros, véase Puente, 1989). Todo esto lleva a un primer enunciado descriptivo:

(i) las acciones intencionales de los seres humanos se fundan en repre­sentaciones abstractas (mentales) de la realidad sobre la cual ellos actuan.

            Como se sugirió arriba, estas representaciones abstractas (Conoci­mientos, de aquí en adelante) tienden sistemáticamente a influir en el mejoramiento cualitativo de las acciones intencionales, de tal modo que a mayor grado de elaboración de conocimientos en los individuos tiende a suceder una mayor efectividad de sus acciones intencionales:

            El comportamiento animal tiende a unas superacio­nes (ampliación del medio ambiente y aumento de los poderes del organismo) que dan lugar a la creativi­dad de las conductas cognoscitivas humanas, incre­mentando ese comportamiento (subrayado nuestro). (...) Esto conduce a un estadio mejor en compara­ción con el estadio de partida y todo ello porque el mecanismo autorregulador ha permitido mejorarlo. LLamo, pues, “equilibración incrementante” a este progreso en la equilibración (Piaget, 1981: 19,33).                                     

            Por tanto, el ser humano ha puesto especial empeño en dotarse de co­nocimientos cada vez más elaborados, buscando de esa manera incremen­tar la efectividad de sus acciones. Esto resulta particularmente obser­vable cuando el ser humano se ubica en situaciones de grupo, en contex­tos so­ciales, cuando surgen las acciones intencionales colectivas con sus me­canismos de coordinación y control, aquéllas que tienden a repe­tirse bajo pautas reconocidas en dependencia de una función colectiva que se considera conveniente. Así, ante la necesidad de este tipo de acciones (que puede llamarse acción socializada sistemática), se genera también, como base para su mejoramiento cualitativo, un tipo de conoci­miento es­trictamente correspondiente, que puede llamarse conocimiento socializa­do sistemático (compartido y reproducible). Esto supone un proceso de producción de conocimientos, es decir, un tipo particular de acciones intencionales encaminadas a obtener datos cognitivos o repre­sentaciones abstractas que sustenten todas las demás acciones. Llama la atención, entonces, esa estrecha vinculación entre conocimiento y ac­ción: el pri­mero, en cuanto dato obtenido, elaboración final o produc­to, está en la base de toda acción intencional (incluyendo la de produ­cir conocimien­tos); y ésta, a su vez, en cuanto “ampliación del medio y aumento de los poderes del organismo” (v. supra), retroalimenta los co­nocimientos que la soportan.

            Cuando, por ejemplo, el hombre primitivo se proponía cazar, dispo­nía previamente (había ido construyendo) de un conjunto de representa­ciones abstractas acerca de la zona en que incursionaba, acerca del ti­po de presas y de su comportamiento, etc., en atención a lo cual fabri­caba sus instrumentos de cacería, ordenaba reglas de acción, las ejecu­taba, las ponía a prueba... y, finalmente, reajustaba sus conocimientos ante­riores en esquemas más ricos que luego servirían de base a nuevas cace­rías cada vez más efectivas y así, sucesivamente. En algún momento de­bió transmitir esos conocimientos a sus hijos, por ejemplo, o debió compartirlos con sus compañeros de faena. En el momento en que la ac­ción se tornó colectiva debió hacerse también coordinada, controlada, reproducible, es decir, sistemática. En correspondencia, también el co­nocimiento de base de la nueva acción debió hacerse igualmente organi­zado, creíble, confiable y comunicable. Fueron así surgiendo los siste­mas primitivos de conocimiento organizado, en torno a las diferentes actividades humanas: los mitos, las creencias, las explicaciones del mundo natural. Fueron también surgiendo los procesos de producción de este tipo de conocimientos socializados, como una acción diferenciada y cada vez más intencional. Por tanto, fueron naciendo, de alguna manera, ciertos métodos de descubrimiento, invención, construcción mental y comprobación que se revelaban  más efectivos que otros en la medida en que sus resultados fuesen más apreciables, esto es, en la medida en que el conocimiento logrado a través de ellos fuese más confiable, seguro y transmisible: las “artes y oficios”, así como las “técnicas” (tal como se conciben en Bunge, 1985a:683-709, y García-Bacca, 1977:456-468, si­guiendo los respectivos conceptos aristotélicos) pertenecen a esa tem­prana etapa. En diferentes autores se hallan referencias a la relación conocimiento-acción desde un punto de vista evolutivo. Apartando las referencias estrictamente teóricas acerca de la evolución del conoci­miento  (como la “epistemología genética” de Piaget, 1975), de la téc­nica (como la de “proyección de los órganos” de E. Kapp expuesta en Rapp, 1981), etc., la mayoría de las descripciones históricas coinci­den, más o menos, en lo siguiente:

         El pensamiento  indiferenciado es el que aborda la realidad. Que es geométrico, por ejemplo,  si su finalidad práctica consiste en determinar la exten­sión de un  área  de  terreno que un rey egipcio concede a uno de sus vasallos y la delimitación de ésta con respecto a las demás tierras. Que es arit­mético, cuando se hace necesario censar o contar un rebaño, en el cual contar es la forma aplicada de la abstracción basada en la correspondencia cuanti­tativa (...). El camino pasa por el “método” -si es que así se le puede llamar- de ensayos y errores. Este método de ensayos y errores es quizás el pri­mero en desbrozar el terreno de la ciencia primiti­va. Sus logros y desaciertos se transmiten por tra­dición oral en forma de preceptos plagados de su­persticiones y mitos. El mito y la superstición que acompañan a estos preceptos eran también en defini­tiva formas de explicación de los fenómenos natura­les y suplían la necesidad humana de dar respuesta a fenómenos que, de otra manera, hubieran permane­cido en el campo del misterio. Esta necesidad de darse una explicación, aún imaginativa, como en el caso del mito, consiste en reflejar la naturaleza o dibujarla con el pensamiento, la abstracción y la formación de conceptos (AA.VV, 1978: 14).

            La relación acción-conocimiento, en un enfoque descriptivo, queda sometida, según ya se sugirió, a varios grados de socialización y sis­tematización, desde lo más individual y desorganizado hasta lo más co­lectivo y organizado. La que se ubica en este último extremo es la que interesa para este estudio y será tratada más adelante. Por ahora, sólo para efectos de clarificar su diferencia, conviene aludir al conoci­miento no socializado y no sistemático, en general llamado “ordinario” o “vulgar” y también “empírico-espontáneo” (AA.VV, 1978:163-169) o de “sentido común” (Popper, 1982:41-105), etc.

            El conocimiento individual, en concreto, constituye uno de los ob­je­tos centrales de interés de la Psicología, en cuanto conjunto de re­pre­sentaciones ordenadas o “estructuras cognitivas” (Ausubel, 1968) específicamente vinculadas al desarrollo y comportamiento del individuo co­mo tal. Su relación con el conocimiento socializado sistemático se plantea, a nivel de discusión filosófica, en su papel o función como fuente de datos y como criterio de validación (empirismo, subjetivismo, etc.; véase Hume, 1962, por ejemplo). Sus más claras evidencias o mani­festaciones se dan en los contenidos lingüísticos del habla ordinaria cotidiana y, más indirectamente, en las acciones típicas de cada indi­viduo, las cuales, como ya se dijo, implican una base cognitiva que e­ventualmente puede ser expresada mediante las acciones. Las especula­c­iones y opiniones pertenecen específicamente a la esfera del conoci­miento individual, en tanto que son proposiciones no sometidas a con­trastación y carentes de garantía de confiabilidad (recuérdense las descripciones de los antiguos griegos en torno a “doxa” y “episteme” o, entre muchas otras, la ilustración que ofrecen Cohen/Nagel, 1976:9-12, acerca de la “tenacidad”, la “autoridad” y la “intuición”).

            Pero ocurre que el conocimiento individual, por vía del lenguaje y la interacción social, puede extenderse hasta grupos y grandes comuni­dades. Manteniendo esencialmente sus mismas características originales, puede llegar a ser compartido hasta tal punto que se convierte en un bien sociocultural. Los conceptos de “Artes y Oficios” y “Técnica” (Bunge, 1985a), así como el concepto ordinario de “sabiduría popular”, remiten a evidencias de este hecho. Se expresan, al respecto, dos áreas del conocimiento socializado no sistemático: el área de los “oficios prácticos” (Ziman, 1980) o de la “Práctica” (García-Bacca, 1977) y el área constituida por la tradición y el saber popular. Mientras la pri­mera tiene referencias ontológicas (casi siempre instrumentales), la segunda suele tener referencias axiológicas y éticas. La primera se ca­racteriza, además, por un ámbito muy concreto y restringido de referen­cia, sin una clara separación entre conocimiento e instrumentación y sin alcance explicativo ni generalizante (AA.VV, 1978). La segunda, se distingue por un ámbito de referencia demasiado extenso e indiferencia­do, así como por su bajo grado de organización y de contrastabilidad. Los refranes y proverbios son evidencias de este tipo de conocimiento (considérense ciertos pares de refranes como “el que madruga coge agua clara” vs. “no por mucho madrugar amanece más temprano”).

            Al lado de este tipo de conocimiento no sistemático (tanto indivi­dual como socializado), ha habido otro tipo de conocimiento que tiende a progresar hasta los mayores grados de socialización y sistematiza­ción, haciéndose cada vez más perfectible (como ocurre con toda acción intencional, según se dijo antes: “equilibración incrementante”) y lle­gando a los procesos de la `Ciencia’ (véase en Bunge, 1985a, el concep­to de “teorías profundas” vs. “poco profundas” o el de “teorías forma­lizadas” vs. “no formalizadas”, etc., con lo cual el mismo concepto de ciencia queda ubicado en un continuum).

            Resulta muy difícil, desde un punto de vista empírico de común a­cep­tación, establecer el límite entre “Ciencia” y “No-Ciencia”. De he­cho, el famoso problema de la “demarcación” (bien sea entre ciencia y meta­física, entre “doxa” y “episteme”, entre “interpretatio naturae” y “an­ticipatio mentis”, etc.) sigue estando lejos de una solución unáni­me. Lo más que se puede hacer, para efectos simplemente descriptivos, es registrar una clase de conocimientos que se distingue, muy en gene­ral (sin pretender la especificidad), por trascender al individuo, por pre­tender garantizar la efectividad de las acciones colectivas, por di­fe­renciar expresamente entre su producto (representaciones cognitivas) y sus operaciones de producción (procesos, métodos y lenguajes) y por es­tar organizado de tal modo que revele el funcionamiento de clases u­ni­versales de hechos reales.

            Este tipo de conocimientos parece haber ido evolucionando a partir de la “práctica” y la “técnica”, definiéndose cada vez más como una ac­ción diferenciada y específica que se esforzaba particularmente por proveer mecanismos de validación o contrastación (garantías), ya que, al pretender fundamentar las acciones socializadas sistemáticas, se es­peraban de ella resultados confiables y seguros. Numerosos documentos dan cuenta de esta evolución (entre otros, Mason, 1986; Pasolini, 1976; Bernal, 1979; Ziman, 1980; AAVV, 1978; Piaget/García, 1982..., hasta la célebre obra de Santon, 1927). Todo esto lleva a tres enunciados des­criptivos que se suman al anterior:

(ii) hay acciones intencionales socializadas y sistematicas, fundadas en conocimientos tambien socializados y sistematicos.

(iii) al lado de los conocimientos  socializados y sistematicos, hay tambien conocimientos  no  sistematicos, individuales o  no socializados.

(iv) la elaboracion o produccion de conocimientos socializados y siste­maticos constituye una accion particular, perfectamente  diferenciada  de  las  demas  acciones.

            Hasta aquí, a través de los cuatro enunciados anteriores, se tiene una visión muy global y preliminar del espacio empírico de este estu­dio. Conviene ahora fijar el alcance de algunos términos y organizar las descripciones que siguen. Se descartarán, en cuanto objeto más es­pecífico de este estudio, los hechos referidos a acción sistemática y a conocimiento no sistemático, tanto individual como socializado. El con­cepto descriptivo de producción de conocimiento socializado sistemático se identificará con el concepto de INVESTIGACION, en general, o de PRO­CESO DE INVESTIGACION (o proceso investigativo), que contiene los lími­tes más amplios del espacio de este estudio. La distinción terminológi­ca entre investigación, por un lado, y proceso de investigación, por o­tro, se hará explícita en este trabajo cada vez que haya que referirse por separado, o de forma específica, a la investigación entendida como producto (o conjunto de datos terminales) o como proceso (en cuanto ac­ción), respectivamente. Se seguirá hablando también de conocimiento, en cuanto representación abstracta (mental), en el mismo sentido en que se usó en los anteriores enunciados descriptivos. En otros casos se usará la palabra ciencia o científico, para referir el mismo sentido que co­nocimiento socializado sistemático o que investigación, pero con la connotación de institución social (esto es, conocimiento insti­tucionalizado). Por lo demás, se asumirán tres categorías descriptivas para profundizar en dicho espacio:

-CATEGORIA A: procesos investigativos de referencia ontológica, que parten de una incógnita en el mundo real (físico o social) y generan, a través de un método cualquiera, una representación abstracta de dicho mundo, en la cual se da la respuesta a la incógnita (v.gr.: el sistema heliocéntrico, el esquema conductista...).

-CATEGORIA B: procesos investigativos de referencia epistemológica, cu­yo objeto de búsqueda son los procesos de la Categoría A, que parten de una incógnita ubicada entre los mismos procesos investigativos de refe­rencia ontológica y generan una representación de dichos procesos, en la cual se ofrece una respuesta a esa incógnita.

-CATEGORIA C: procesos investigativos de referencia formal, cuyo objeto de indagación son las relaciones puras entre el pensamiento y la reali­dad y que generan representaciones del funcionamiento de tales relacio­nes (formas lógicas y matemáticas, en general).

            De estas tres, aquí se asume como espacio de estudio única y exclu­sivamente la categoría A. Una razón general para excluir las otras dos es que el interés de análisis está en las investigaciones educativas, las cuales pertenecen a la categoría A, como todo conocimiento factual. Otra razón es que las categorías B y C constituyen hechos operativos y cognoscitivos notoriamente diferentes a los hechos incluidos en A (sus objetos de investigación son sustancialmente distintos), con lo cual, al incluirlas todas, el estudio de las diferencias/semejanzas entre investigaciones (que ya no serían ‘educativas’, precisamente) se haría en extremo complejo. Una razón específica para desechar la categoría B es que este estudio pertenece a ella, con lo cual se haría complicado proscribir las conexiones normativas que puedan generarse y solventar así los problemas de metalenguaje. Más bien, los hechos de esta categoría B constituyen la base problemática más amplia de este estudio, así que serán revisados con mayor propiedad en la tercera sección de este capítulo. Por ahora, sin embargo, sólo a título de panorama general, todo ese gran espacio será brevemente reseñado en atención a A, B y C y a otros criterios que quedarán expresados en los enunciados descriptivos (iv) y (v), al final de la sección. Nótese que no se pretende, ni mucho menos, una descripción exhaustiva de los he­chos relevantes. Los que se mencionan tienen sólo el carácter de mues­tras y sus refe­rencias se hallan, en general, en las obras de carácter histórico indi­cadas en la bibliografía, por lo que no se especifican todas cada vez, sino las más convenientes.

            La vertiente histórica de las investigaciones del tipo A parece co­menzar de lleno, al menos en el mundo occidental, en la Grecia antigua, entre los siglos -IV y -III, cuando se lograron grandes taxonomías a­cerca del mundo natural (zoología, botánica, astronomía...) y alrededor de ciertos hechos humanos (lenguaje, psicología...), así como categorías de análisis y ordenamiento de los conocimientos humanos posibles. Salvo casos como las hipótesis dialéctica, de Heráclito, o atomista, de Demócrito, y el experimentalismo de Arquímedes, no hubo en ese lapso mayores investigaciones explicativas acerca del mundo natural, de la materia o de los hechos humanos, tal como se logró mucho tiempo des­pués, en la Europa del Renacimiento. Parece haber sido Arquímedes, pre­cisamente, el último productor de conocimiento explicativo en torno al mundo físico antes de la prolongada etapa de oscuridad medieval. Fueron más bien los niveles racionales del conocimiento lo que predominó en la Grecia antigua, aparte de los trabajos descriptivos y taxonómicos antes mencionados (tal como se refiere en AA VV, 1978:54-60, lo cual es muy ilustrativo, las paradojas de Zenón contra el movimiento no podían re­futarse en el terreno empírico, como quería Diógenes, sino en el terre­no lógico). En el área de las explicaciones del mundo físico, hubo al menos dos importantes hipótesis provenientes de uno de los más grandes investigadores de esa época, Aristóteles, que se mantuvieron prácticamente durante diecisiete siglos: la de la contraposición entre movi­mientos celestes y terrenos y la de la relación proporcional entre el peso de un cuerpo y su velocidad de caída. Hubo que esperar hasta el siglo XVI para que estos procesos de la categoría A, desligándose por fin de la especulación religiosa y retórica, dieran resultados de res­paldo a las acciones socializadas sistemáticas o de innovación de las mismas. Mientras tanto, era sólo el conocimiento técnico el que, de mo­do particularizado, respaldaba las acciones racionales. Siendo el co­mercio (junto a sus medios, expresiones e instrumentos) la acción ra­cional más socializada y sistemática de ese período, los conocimientos técnicos más desarrollados eran los que tenían que ver con tal acción (transporte, agricultura, metalurgia, guerra, etc.). Es importante ha­cer notar que estos conocimientos tenían muy poco grado de integración entre sí; eran dispersos, ligados a situaciones muy concretas y de al­cances circunstanciales. La investigación no había alcanzado un grado suficiente de sistematización y, paralelamente, no aparecía ligada a las esferas de dominio o control social. Aunque nacieron las primeras ‘sociedades’ de investigación (la Academia, el Liceo y el Museo de Ale­jandría), éstas no mostraron dependencia de los grupos que controlaban el comercio y tampoco constituyeron, como sucedería siglos después, una verdadera institucionalización del conocimiento. Es decir, también su grado de socialización era insuficiente. Sin embargo, el paso de este nivel al del conocimiento más socializado y sistemático aparece situado en una misma línea de desarrollo, como advertiría en el siglo XVI Ro­bert Boyle, el mismo de las leyes de los gases: “No sólo se puede hacer progresar a la filosofía experimental observando los oficios, sino que también estos mismos oficios pueden progresar bastante” (en Bernal, 1979:352).

            A partir del siglo XVI, y antes del XIX, pueden referirse, entre o­tras, las investigaciones implícitas en el sistema heliocéntrico de Co­pérnico, en los hallazgos astronómicos a favor de este sistema por par­te de Galilei, así como sus conceptos de inercia y relatividad (retoma­do luego por Newton y Einstein), el principio de atracción gravitatoria sol-planetas junto con las investigaciones sobre la luz y las leyes del movimiento planetario de Kepler (a partir de las cuales Newton, un si­glo después, deduciría su ley de gravitación universal), la teoría de los gases de Boyle, el magnetismo de Gilbert, la teoría de la circula­ción sanguínea de Harvey, etc.

            En conjunto, toda esta explosión de los procesos de investigación durante esos trescientos años puede ya relacionarse con una representa­ción del mundo que, aún en términos muy globales e inespecíficos, re­sulta bastante compacta: a la representación especulativa y gratuita de la Edad Media se opone una representación experimental, contrastable, basada en los hechos; a un universo en que la tierra es el centro y en que sus relaciones son de carácter divino, se opone un universo en que la tierra es uno más entre otros planetas y en que sus relaciones son leyes y principios naturales explicables; a una imagen espiritualista y ambigua, se opone una imagen mecanicista y precisa.

            Coincidencialmente, hay un hecho social general que, de algún modo, traduce esta nueva re­presentación del mundo: la nobleza, la ‘sangre azul’, como clase domi­nante, cede el paso a la burguesía e, igual que la tierra con respecto al sol y los demás planetas, es desplazada de las esferas de control, justamente por la fuerza de aquella acción que se venía apoyando en los conocimientos técnicos: el comercio y la naciente industria.

            Esta acción comienza, siempre en mayor medida, a promover la siste­matización del conocimiento y, por tanto, a aprovecharla. Por ejemplo, la cuestión de los movimientos planetarios ya dejó de importar como doctrina religiosa: resultó más relevante como dato para la navegación comercial. La interrelación entre acción e investigación, dentro de una línea de progreso en socialización y sistematización, queda patente en la gran producción de instrumentos generados por dicha interrelación: el telescopio, el microscopio, los lentes, el péndulo, el cronómetro, la brújula, los mapas, el barómetro, el micrómetro, etc., hasta llegar a los aparatos industriales, tales como la máquina hiladora, los altos hornos y, por supuesto, la máquina de vapor. Esos instrumentos, en cuanto productos de investigación, no sólo se convirtieron en medios de acción comercial (navegación, guerra, agricultura...), sino también en medios para nuevas investigaciones. Y, así como crecía la interrelación entre conocimiento y acción dentro de un mismo eje de socialización y sistematización progresivas, del mismo modo los conocimientos dejaban de ser particulares y aislados entre sí para ir entrecruzándose cada vez más y compactándose en una misma entidad: la ciencia. Los métodos y los lenguajes fueron tal vez el área en la que más se hizo patente esa creciente integración.

            Adicionalmente, el conocimiento socializado sistemático comenzó a institucionalizarse, lo cual, además de relacionarse con la creciente integración que se acaba de mencionar, se relaciona también con los típicos hechos de organización, control y dominio, no sólo en el plano de la acción investigativa, sino también en el plano más elevado de las relaciones de producción (económicas) en general. Así, quienes contro­lan la producción material de una sociedad querrán controlar también la producción de conocimientos, especialmente si se considera la función de apoyo que éstos tienen con respecto a la acción. Entre las primeras evidencias de esta institucionalización, están la “Royal Society” de Londres, desde 1662, y la “Académie Royale des Sciences” de París, desde 1666 (a propósito de la relación entre grupos de poder e institu­cionalización del conocimiento, llama la atención el adjetivo Royal o Royale en ambos casos). Una vez institucionalizado el conocimiento, y ya con su estatuto de “Ciencia”, pasaba a ser transmitido y divulgado a través de otras instituciones, de las cuales la Educación resultó la más significativa.

            De ese modo, una acción como la Educación, que antes del siglo XVI mostraba un grado más bien bajo de socialización y de sistematización, incrementa de forma considerable ese grado una vez que, previamente, lo hace la producción de conocimientos y una vez que es adoptada para hacer efectiva la institucionalización de los conoci­mientos producidos, llamados ahora, con una gran carga social, “cien­cia”. En definitiva (considerando los objetivos de este estudio), desde un ángulo histórico se evidencia una vinculación subyacente, mucho más significativa de lo que podría parecer, entre Educación y Ciencia (ha­ciendo un adelanto hacia el plano problemático de este estudio, cabe plantearse los impactos que sobre esa vinculación tendrían, en caso de no ser superados, los recientes desequilibrios entre “ciencias de la na­turaleza” y “ciencias del espíritu”, incluyendo en éstas a la Educa­ción, que sigue obligada a transmitir a aquéllas).

            Alrededor del siglo XIX ocurre una expansión aún mayor de estos pro­cesos de conocimiento sistemático: se logran tratamientos experimen­ta­les de las sensaciones, percepciones y actividades nerviosas de hom­bres y animales, se establecen categorías de análisis de los hechos so­ciales y del lenguaje natural, etc., como casos absolutamente distintos a los del período anterior. Nombres como Wundt, Pavlov, Watson..., Com­te, We­ber, Durkheim..., Saussure, Peirce, Hjelmslev..., por citar  sólo algu­nos, son referencias obligadas de esta expansión que trascendió los límites de la investigación sobre la naturaleza física. Entre los casos que fueron particularmente determinantes para la innovación de las ac­ciones racionales posteriores, conviene mencionar los siguientes: la ley periódica de los elementos químicos de Mendeléiev (que se considera una teoría del desarrollo de la sustancia orgánica), el sistema de Marx y Engels (que constituye, cuando menos, una integración de hechos mate­riales y humanos y una explicación de fondo acerca de las relaciones que subyacen a las mismas acciones socializadas sistemáticas) y la teo­ría evolucionista de Darwin que, junto a las leyes de Mendel, expandió la representación del universo generada en el período anterior. Por lo demás, las correlaciones entre las investigaciones de este siglo y sus respectivos contextos evidencian una continuación con respecto a las mismas correlaciones de los años 1500-1800, antes aludidas, esta vez en torno a los rasgos de la era industrial y el capitalismo.

            Pero fue después de 1900, aproximadamente, cuando los procesos de investigación alcanzaron una extensión y profundidad, (dentro de la línea de socialización y sistematización progresivas) cuyas dimensiones sobrepasan las de cualquier período anterior. Las evidencias son muchas y complejas. Max Planck, por nombrar una, al tratar de aplicar uno de los principios de la termodinámica a la investigación de la distribu­ción de la energía en una cavidad cerrada (“cuerpo negro”), llega a concebir el “quantum” para explicar la forma discontinua, concentrada en puntos, en que se propaga la energía. A partir de tal idea de dis­continuidad, la naciente `Física Cuántica’ se dedica a construir una nueva representación de la realidad material sobre la base de las es­tructuras microfenoménicas (Schroedinger, Heisemberg, Born, Yukawa, Dirac, Einstein...), hasta llegar a las teorías “General” y “Especial” de la “Re­latividad”, con el importante concepto de velocidad de la luz y el enorme impacto ya conocido por todos. Por los años cincuenta, Francis Crick y James Watson producen los conceptos de “DNA” y “RNA” y obtienen la explicación biocelular basada en el código o programa genético de los seres vivos, con grandes consecuencias en el plano de las acciones racionales. Poco antes de la segunda guerra, Norbert Wiener publica el libro “Cybernetics or control and communication in the ani­mal and machine”, basado en el problema (de interés militar norteameri­cano) de cómo prever los movimientos de un avión en vuelo para poder abatirlo con un cañón. Desde entonces comenzó a desarrollarse la “Teo­ría Cibernética” (Ashby, Shanon, Weaver, etc.), con todas sus implica­ciones en las demás parcelas de conocimiento, incluyendo la de los hechos sociales. En ésta última, Noam Chomsky, valiéndose de las más avanzadas producciones lógicas y matemáticas de la época, construye su “Modelo de la Competencia Lingüística”, naciendo así la “Teoría de los Lenguajes” con fuertes repercusiones en la acción racional (computa­ción, traducción automática, psicoterapia...) y en otras áreas de cono­cimiento (Lógica, Psicología, Neurología, Sociología, Instrucción...).

            En fin, en este siglo tiene lugar toda una reinterpretación del mundo material y social bajo ópticas completamente nuevas y bajo esquemas de interdisciplinaridad y cruce de áreas (Biofísica, Bioquímica, Neurolin­güística, Astrofísica, Ecoenergética...) que se acercan cada vez más a una interpretación unificada e integrada del universo material y so­cial, aún cuando, desde los ámbitos de pensamiento humanista, se decla­ra o propugna con creciente divulgación la propuesta de distanciamiento entre “Ciencias de la Naturaleza” y “Ciencias del Espíritu”. Entre aquella tendencia a la interdisciplinaridad total y esta otra tendencia al distanciamiento entre dos tipos de realidad, quedaría por averiguar, pasando a un plano problemático, en qué medida cada una de las dos está más asociada a las relaciones contextuales de dominio social (conve­niencias) o, en cambio, a las condiciones “filogenéticas” (Piaget, 1975) propias del conocimiento humano (procesos naturales). A pesar del larguísimo período de improductividad medieval (en lo que se refiere a “Ciencia”, al menos), la actual representación del universo dista radi­calmente de aquélla construida por el hombre primitivo. A pesar de eso, la estrecha interrelación entre conocimiento confiable y acción efecti­va parece haber vuelto a ser la misma que en esa época primitiva, con­siderando que en los períodos dominados por la especulación y la inob­jetividad, esa relación entre confiabilidad y efectividad no sólo se debilita sino que, probablemente, se hace antagónica.

            Abordando ahora los hechos de la categoría B (esta vez de modo muy referencial, según lo dicho al comienzo), es importante advertir una diferencia entre ellos: unos son investigaciones de propósitos explica­tivos, que sólo intentan representar los procesos bajo ocurrencia; o­tros intentan normar, regular o controlar los procesos que pueden ocu­rrir. Pero tal diferencia es sólo metodológica y apenas puede delimi­tarse estableciendo cuál de ambos propósitos es el inicial u original. Efectivamente, en la práctica resulta que ambas cosas se solapan: si se explica el proceso bajo el cual ocurre la producción de conocimientos, se obtiene una representación del mismo y, por tanto, una manera de cómo repetirlo y controlarlo (o sea, una normativa, aunque tenga carácter tecnológico); si, en cambio, se norma o prescribe dicho proceso, es porque se concibe previamente una representación que lo explica (aunque sea inadecuada o confusa). Para abordar una descripción de estos hechos del tipo B eludiendo los vicios que ocasiona esa diferencia, la solu­ción que aquí se elige consiste en discriminarlos sólo en atención de la representación explicativa que esté en la base, independientemente de los aspectos normativos asociados. Es decir, los hechos de propósito normativo sólo serán considerados en relación con su explicación de fondo y no en relación con tales propósitos. Igualmente, los hechos de propósito explicativo sólo serán atendidos en relación con esa explica­ción y no en relación con sus implicaciones normativas. Como se verá después, esta diferenciación es esencial para organizar el ámbito pro­blemático amplio en que se sitúa el presente estudio.

            En el período de la Grecia antigua los procesos de producción de co­nocimiento se concibieron bajo el esquema axiomático y, más en gene­ral, bajo un esquema de condiciones lógicas de construcción y prueba de re­sultados. Arquímedes, como se sabe, parece haber sido uno de los po­cos que concibió vías empíricas en tal esquema al experimentar su famo­so principio y construir su teoría hidrostática sobre la base de evi­den­cias observacionales (siempre después de haber construido su modelo por vía axiomática, tal como se ve en testimonios autobiográficos). En el Renacimiento, Galilei concibe una forma matemática para las teorías, como producto de la investigación (del tipo F = m.a, etc.). Según Pop­per (1983), tanto las teorías de Galilei como las de Kepler, en las que luego se basó Newton, fueron inductivas, de donde aduce un argumento más contra las representaciones inductivas mostrando cómo, en ese caso, las generalizaciones obtenidas de hechos particulares, aún cuando pare­cían válidas en el mundo observable, de las bajas velocidades, resulta­ron falsas al enmarcarlas en los micro y macromundos, de las altas ve­locidades, tomando en cuenta la obra de Einstein. Es decir, según el citado autor, aunque el proceso de Newton era impecable, sus resultados fueron teóricamente cortos por derivarse de datos inductivamente obte­nidos. Y, en efecto, Newton proponía un modelo de “inducción primaria”, según una de sus cartas:

         El método  mejor y más seguro de filosofar parece ser inquirir primero diligentemente las propiedades de las cosas, estableciendo esas propiedades me­diante experimento y después proceder más despacio a buscar hipótesis para su explicación. La hipóte­sis debe servir tan sólo para explicarnos las pro­piedades de las cosas, pero no debe pretender de­terminarlas a no ser que nos conduzcan a nuevos ex­perimentos (...) Y no hay que olvidar la costumbre que hay ahora de llamar hipótesis a todo lo que se explica en filosofía (en AA VV, 1978: 82).

            Más en general, durante toda la época moderna y hasta los inicios de la Física Cuántica, la explicación de los procesos de investigación es­tuvo ligada al componente de la búsqueda empírica activa, marcada por la observación y la experimentación. Parece haber sido Paul Dirac, en este siglo, quien rompió ese esquema al concebir otro de deducción pu­ra: partiendo sólo de la estructura matemática de toda raíz cuadrada obtuvo la idea de “masa negativa” (hasta entonces, sólo se conocía la energía negativa, tal como la de los electrones, o la energía positiva, tal como la de los protones; pero el otro componente de las partículas, la masa, parecía irreductible al concepto de “carga”). De allí en ade­lante, en casi todo el desarrollo de la Física Cuántica prevaleció el modelo hipotético-deductivo. Igual cosa ocurrió en Biología, Química y, en general, en todas aquellas áreas en que se obtuvieron importantes resultados y de los que se derivaron casi todos los recursos tecnológi­cos de que se dispone hoy en día. Este cambio, propio del siglo XX (después de los griegos), en que se sustituye el modelo empírico-induc­tivo por el modelo racional-deductivo, fue lo que llamó la atención de Popper (1985) cuando propuso el concepto de “ciencias teóricas de base empírica”, sobre una representación de corte racionalista. A su vez, este modelo popperiano fue determinante para los subsiguientes hechos de la categoría A. Hablando sólo del campo social, que resulta signifi­cativo, la teoría “generativo-transformacional” de Chomsky (1965) tuvo su modelo base en esta explicación popperiana vinculada a la Física. Algo así ocurrió en la moderna Economía y en ciertos sectores de la Psicología, respecto a lo cual comenta Piaget (1982:85-87):

         La Lingüística ofrece el admirable ejemplo de una ciencia en que la experimentación es prácticamente imposible (...) y en que el análisis sistemático de los datos observables ha bastado para construir métodos cuyo rigor debe servir de ejemplo para otras ciencias del hombre. Y sin embargo, en este domi­nio, lo mismo que en Psicología, no es posible lle­gar a elaborar sistemas de medida, salvo en el caso de unidades locales. La búsqueda se lleva a cabo mediante el modelo de los funtores lógicos y, en particular, en el de la implicación. Podemos ver a­quí cómo una ciencia humana, privada de casi todos los medios de experimentación y también del empleo de unidades de medida de carácter general, llega, no obstante, a construirse una metodología lo sufi­cientemente precisa como para permitir progresos constantes y casi siempre ejemplares. (...) Los mo­delos teóricos utilizados por la Economía son cada vez más sutiles: la Lógica matemática, los modelos mecánicos y estocásticos, la teoría de juegos..., etc.                         

            Además de lo ya reseñado, son sumamente importantes dos conjuntos globales de hechos pertenecientes a esta categoría B: el modelo del llamado “Círculo de Viena” y el modelo de la llamada “Escuela de Frank­furt”. Ambos han tenido considerable influencia en las acciones inves­tigativas y, particularmente el último, agrupan muy variados y comple­jos casos de reinterpretación subsiguiente. Por razones de síntesis, ya que se reseñan con cierto detalle en la tercera de estas secciones, se omite su descripción en esta oportunidad. No se olvide, en todo caso, que, siendo una misma información, en esta sección adopta un carácter descriptivo y delimitante, mientras que en aquélla adopta un carácter problematizante. La aparente coincidencia proviene de lo dicho en el capítulo 1 con respecto a metainvestigación e investigación-objeto.

            En esta descripción no puede pasarse por alto, aunque sólo sea a título de contextualización, el conjunto de críticas e impugnaciones a los modelos más institucionalizados de producción de conocimientos y a la ciencia. Tales críticas se orientan hacia dos flancos: uno, el uso y abuso del conocimiento por parte de las clases dominantes; otro, el ca­rácter cerrado, a veces dogmático, con que se han formulado los modelos de investigación. Los medios humanísticos y sociohistoricistas, en ge­neral, liderizan las críticas al primer flanco (Lanz, 1980, por ejem­plo, en Venezuela), mientras que los sectores del anarquismo metodológico (Feyerabend, 1975 y 1985, a la cabeza) representan las críticas al segundo flanco. El movimiento de mayo francés, como episodio represen­tativo, fue escenario de significativos ataques al modelo de la cien­cia. De particular interés es el texto siguiente:

La Ciencia ha creado su propia ideología, que tie­ne mucho de las características de una nueva reli­gión que podríamos llamar el cientifismo. Se enseña obligatoriamente en todos los niveles educativos y está difundida en todas las clases sociales, si bien resulta más poderosa en los países más desa­rrollados y en las profesiones intelectuales (...).                                   

Mito 1: sólo el conocimiento científico es un cono­cimiento; es decir, sólo lo que puede ser expresado cuantitativamente o ser formalizado o ser repetido a voluntad bajo condiciones de laboratorio, puede ser el contenido de un conocimiento verdadero.                                

Mito 2: todo lo que puede ser expresado en forma coherente en términos cuantitativos, o puede ser repetido en condiciones de laboratorio, es objeto de conocimiento científico y, por lo mismo, válido y aceptable. En otras palabras, la verdad es idén­tica al conocimiento, es decir, idéntica al conoci­miento científico.                            

Mito 3: átomos, moléculas y sus combinaciones pue­den ser enteramente descritos según las leyes mate­máticas de las partículas elementales; la vida de las células en términos de moléculas; los organis­mos pluricelulares en términos de poblaciones celu­lares; el pensamiento y el espíritu, en términos de circuitos de neuronas; las sociedades animales y humanas, las culturas humanas, en términos de los individuos que la componen.                                              

Mito 4: (...) Para cualquier cuestión pertene­ciente a un determinado campo, sólo corresponde la opinión de los expertos en ese campo particular.               

Mito 5: la ciencia, y la tecnología surgida de la ciencia, y sólo ellas, pueden resolver los pro­ble­mas del hombre.

Mito 6: sólo los expertos están calificados para participar en las decisiones, porque sólo los ex­pertos ‘saben’”.  (En Echeverría, 1989: 225-228).                                                        

            Finalmente, se tienen ahora los hechos de la categoría C, aquéllos cuyo propósito consiste en producir conocimientos formales o represen­taciones de relaciones puras entre entidades variables. Dado que abun­dan las reseñas de este tipo de hechos (Bochenski, 1976, y  Kneale/Kne­ale, 1980, por ejemplo, son obras extensas), aquí no se considerarán los casos típicos de una cronología (como los orígenes en Euclides y A­ristóteles o como el famoso “problema de los fundamentos”, etc.) sino sólo algunos de aquéllos que revelan dos aspectos que son interdepen­dientes entre sí y que resultan relevantes para el enfoque de este estudio: uno es el carácter mediador que tienen estos procesos con respecto a todos los demás procesos de producción de conocimientos; el otro es la tendencia expansiva que ellos han seguido en torno a las crecientes necesidades del razonamiento y del lenguaje aplicados a la acción sistemática.

            En relación con el primer aspecto, estos procesos del tipo C mues­tran una cierta orientación hacia las correspondencias entre construc­tos formales (lógicos y matemáticos) y estructuras dinámicas de la realidad. En Física, por ejemplo, suele decirse que todo aquello que es posible en un constructo matemático será un hecho real en el mundo empírico, por más tiempo que medie entre el hallazgo formal y el expe­rimento. Planck, por ejemplo, estaba convencido de que las leyes según las cuales se desenvuelven los fenómenos de la naturaleza coinciden con las leyes lógicas según las cuales se desarrolla el pensamiento (en Pasolini, 1976:61). Prácticamente todos los descubrimientos empíricos de la teoría cuántica se han derivado de bases isomórficas formuladas en sistemas lógico-matemáticos.

            Los ejemplos históricos son constantes y ampliamente divulgados: Paul Dirac, cuando examinaba la relación entre la masa y la energía de un electrón, expresada bajo el signo de una raíz cuadrada, reflexionó sobre la misma naturaleza formal de toda raíz cuadrada. A simple vista parecía irrelevante tomar en cuenta el signo (positivo o negativo) de los dos elementos de descomposición de la raíz (en efecto, el resultado es el mismo tanto para 4(+4) como para -4(-4)). Lo menos pertinente de todo era, a primera vista, asignar un signo negativo al valor o magni­tud de la “energía” o de la “masa” de un cuerpo (de ciertas propieda­des, como la de un saldo bancario, puede decirse que son positivas o negativas, pero suena absurdo hablar, por ejemplo, del precio positivo o negativo de una mercancía). Sin embargo, al considerar esa otra posi­bilidad (-4 (-4)), Dirac concibió un tipo particular de electrones que tuviera invertida toda su estructura interna, el “antielectrón”, pasan­do luego a postular el “antiprotón”..., y, en conjunto, las “antipartículas”. Casi al año, los experimentos comenzaron a darle la razón, hasta quedar empíricamente respaldada su idea de la antimateria. De igual modo, las nuevas estructuras algebraicas (“grupo”, “monoide”...), y los “sistemas formales” en general, fueron de valiosísima utilidad no sólo en Física sino también en investigaciones humanas tales como So­ciología, Economía, Lingüística, Antropología y Psicología.

            Pasando al segundo de los aspectos arriba mencionados, puede notar­se que, cada vez en mayor medida, los productos de las investigaciones de esta categoría C tienden a desligarse de las condiciones numéricas o cuantitativas que caracterizaban la aritmética y la geometría de hace siglos para enfatizar un concepto mucho más amplio: el de “orden” o el de “relaciones ordenadas”. Construcciones como la Topología, las teo­rías de Juegos, Colas, Catástrofes, Lenguajes, Grafos... y, en general, los adjetivos “discreta”, “finita”, “mecánica” o “cualitativa”, que se le han endilgado a ciertas nuevas áreas de la Matemática, evidencian claramente esta tendencia de expansión hacia los límites más anchos de las necesidades de razonamiento y de operación. En el terreno de la Lógica, y a partir de aquellas construcciones llamadas “básicas” o “clásicas” (cálculos de enunciados, predicados, etc.), que se hallaban li­mitadas a las exigencias del lenguaje científico de corte positivis­ta-empírico, se han desarrollado muchísimos sistemas nuevos, cada vez más abiertos a demandas que también son cada vez más amplias y diversas en el ámbito del razonamiento y del lenguaje sistemáticos: las nuevas lógicas polivalentes; los sistemas modales; las lógicas de acción, nor­mas, valores...; la lógica del tiempo, la de cualidades, etc. Todas es­tas construcciones no sólo cubren ahora vastos espacios operativos y expresivos sino que, además, su grado de flexibilidad permite crear, para necesidades muy específicas, constructos formales y simbólicos parciales de gran funcionalidad. Ante las impugnaciones que parten de la insuficiencia de los productos lógico-matemáticos para operar y ra­zonar acerca de hechos sociales (como aquélla de Habermas, 1978:55: “(en el) área de influencia de la lógica formal, la dialéctica misma no puede ser considerada sino como una quimera”), todos esos desarrollos actuales de la Lógica y la matemática evidencian sobre todo, por encima de sus limitaciones, una capacidad para superarlas. Más que instrumen­tos hechos, se han convertido en sistemas para elaborar instrumentos, como bien lo demostraron Einstein y Piaget (entre muchísimos otros) al crear sus propias herramientas lógicas y matemáticas. Ante aquellas im­pugnaciones, los más recientes avances de la investigación formal impo­nen, cuando menos, la duda acerca de si en realidad las objeciones re­velan una limitación e incapacidad intrínsecas de los sistemas forma­les o si, en cambio, todo es cuestión de circunstancias momentáneas y de que aún no están disponibles los instrumentos oportunos (tal como quedó demostrado en ocasión de los ataques al principio del “tercero exclui­do” y en relación a la sucesiva aparición de las lógicas n-valen­tes).

            Este breve enfoque descriptivo revela que los hechos del tipo C conducen, mucho más que a los conceptos de “cantidad” (para la Matemática) y de “atomismo” (para la Lógica), a los conceptos de “ordenamien­to”, de “relaciones subyacentes”, de “isomorfismos” o funcionamientos asociables, de “esencias” estructural-funcionales y de “acuerdo” inter­subjetivo. En todo esto parece estar mucho más implícita la idea de globali­dad que la de segmentación y mucho más la idea de “cualidad” que la de “cantidad”. Si es­te enfoque descriptivo es adecuado, entonces deberá desecharse, a nivel de datos empíricos, aquella otra descripción que, al dividir los procesos investigativos en “cualitativos” (orienta­dos a la búsqueda de cualidades) y “cuantitativos” (orientados a la búsqueda de cantidades y atomizaciones), asocia éstos últimos a la Ma­temática y la Lógi­ca y los primeros a la hermenéutica, la fenomenolo­gía y la dialéctica. La principal falla de esta distinción empírica, en cuanto registro observacional, radica probablemente en pasar por alto el dato histórico que aquí se ha querido destacar: el progresivo des­plazamiento de la Matemática desde el concepto de cantidad hacia un concepto de relaciones ordena­das que incluye las cualidades (desplaza­miento que viene manifestándose mucho antes de Hegel, Dilthey, Husserl, Rickert y del historicismo, la etnografía, el naturalismo o el interac­cionis­mo simbólico); y, análogamente, el desplazamiento de la Lógica desde el concepto de proposiciones atómicas/moleculares  y de los dos valores de verdad, hacia el concepto de sistemas de razonamiento, vali­dación y lenguaje en cualquier contexto.

            Igual que en los hechos de la categoría A, también en los hechos de esta categoría C se manifiesta la expansión de las relaciones de inter­disciplinaridad y acercamiento entre las ciencias, así como la cohesión entre conocimientos confiables y acciones efectivas:

(...) `El Algebra’ se convirtió en `las álgebras’, de la misma manera que `la Geome­tría’ se había con­vertido en `las geometrías’. La cuestión condujo a una  comprensión más amplia y profunda de la teoría abstracta, al mismo tiempo que proporcionaba un me­dio agradable y fértil para ulteriores desarrollos de la mecáni­ca cuántica. La aritmética y el análi­sis fueron proyectados, por decirlo así, y conver­ti­dos en algo más abstracto. Es notable que con esta tendencia hacia la generali­za­ción en cada una de las cuatro grandes ramas de la matemática pura, éstas pier­dan algo de sus cualidades distintivas y se asemejen más. La descripción de Whitehead de la geometría como la ciencia de las clasificaciones cruzadas conti­núa siendo profundamente cierta. Las aplicaciones de la matemática continúan ampliándose (...) (Turnbull, 1984:8-9).

            En cuanto a sus aspectos sociales, se evidencia un altísimo grado de institucionaliza­ción de este tipo de conocimiento, junto a muy esca­sos mecanismos socia­les de acceso a él por parte de las masas, todo lo cual podría sugerir la idea de su gran capacidad y grado de confiabili­dad para la acción, incluyendo la acción desideologizante y subversiva, de donde podría derivarse también su alto grado de riesgo. Es cierto que los procesos y productos investigativos de esta categoría han esta­do sistemáticamente vinculados a las ciencias “pesadas” o “duras” (de la naturaleza) y más bien distanciados de las “ligeras” o “blandas” (del espíritu), aún cuando, como ya se hizo notar antes, desde mediados de este siglo ha habido cambios significativos en esa relación (de he­cho, el significado de las palabras  `humanidades’ y `ciencias’  (pues­tas en relación con las disciplinas formales y con la difusión tecnológica o masificación de los usos electrónicos computacionales,  comuni­caciona­les, etc.) parece tener actualmente alcances mucho más relativos e imprecisos que antes. También es cierto que esos procesos y productos investigati­vos del tipo C tienen muy poco o nada que ver con los inte­reses, expresiones y lenguaje cotidianos del público o las masas. Sin embargo, es igualmente cierto, y muy significativo, que se hallan radi­calmente alejados del discurso público ideológico, a través del cual se conduce la persuasión comercial y política, la información preconfigu­rada, el acondicionamiento ético y estético, la simbolización motivado­ra y, en suma, todo aquello que lleva a actuar irracionalmente. 

            A través de la anterior reseña de estas tres categorías de hechos, quedan claros los datos que se sintetizan en los siguientes enunciados descriptivos:

(v) la investigacion (o accion de producir conocimientos socializados sistematicos) se caracteriza por apoyar las acciones socializadas sis­tematicas en general. vale decir: la confiabilidad de los conocimientos producidos mediante la accion de investigar se relaciona con la efecti­vidad de las acciones generales apoyadas en esos conocimientos.

(vi) la naturaleza de las acciones socializadas sistematicas, asi como sus circunstancias y modalidades, estan asociadas a los rasgos especi­ficos de las investigaciones.

(vii) la medida en que accion y conocimiento crecen en socializacion y sistematizacion tiende a coincidir con la medida en que las investiga­ciones se aproximan unas a otras y se hacen mas integradas entre si.

(viii) las investigaciones -o acciones caracteristicas de produccion de conocimientos- aparecen diferenciadas  entre  si  de  acuerdo a:

a) el ámbito sociohistórico, cultural y físico, 

b) los rasgos individuales y personales de sus ejecutores,  

c) el área u objeto de interés, el tipo de acción que demanda conoci­mientos de apoyo,

d) las concepciones predominantes acerca de la naturaleza del conoci­miento y de sus vías para lograrlo,

e) los métodos, estrategias, instrumentos y operaciones para la eje­cución,

f) los conocimientos o representaciones abstractas obtenidas, es de­cir, el producto teórico del proceso,

g) la expresión,  el lenguaje o código de representación y comunica­ción del proceso ejecutado.    

            Cada uno de los criterios de diferenciación que se especifican en este último enunciado (viii) constituye un conjunto de múltiples ele­mentos que se manifiestan estrechamente relacionados entre sí. Infor­malmente, y con base en las descripciones precedentes, pueden llamarse sistemas. Sólo para efectos de rápida identificación, el primero de e­llos, a), se llamará sistema social. El segundo, b), se llamará sistema psicológico. El tercero, c), será el sistema objeto. El siguiente, d), se llamará sistema filosófico. El quinto, e), sistema operativo. El sexto, f), será el sistema teórico. Y el último, g), será el sistema textual. Cada uno de estos términos descriptivos pretende sintetizar y organizar un conjunto específico de datos entre todos los que aparecen en las descripciones precedentes. Por supuesto, todos y cada uno de e­llos sólo tienen sentido por referencia a los ocho enunciados descrip­tivos, a través de los cuales se condensa y ordena la información que antecede.

            Al mismo tiempo, ciertos conceptos claves de los enunciados (i-viii) permiten abordar las descripciones que siguen, referidas esta vez a los procesos de investigación educativa (IE). En particular, es nece­sario recordar los siguientes conceptos descriptivos:

accion (o transformación de situaciones).

conocimiento (o representación abstracta, asociado a los conceptos de producción de conocimientos, proceso de investigación e investigación, cuyas diferencias fueron establecidas al principio).

ciencia (o conocimiento institucionalizado; el término se usa aquí para hacer referencia al carácter altamente socializado de los conocimientos sistemáticos, es decir, conocimientos en cuanto institución social).

socializacion y sistematizacion (dos propiedades clave aplicables a la acción y al conocimiento, las cuales definen -cada una en el sentido explicado antes- un grado de estructuración, elaboración e integración).

confiabilidad y efectividad (dos propiedades, la primera aplicable al conocimiento y la segunda a la acción, que entre sí definen la interre­lación entre acción y conocimiento: mayor grado de confiabilidad del conocimiento, mayor grado de efectividad de la acción).

sistema (o conjunto de propiedades aplicables a la producción de cono­cimientos o procesos investigativos, cada uno de los cuales describe un sector de diferenciación de unos procesos con respecto a otros: se con­sideran aquí los siete sistemas indicados en (viii).

 

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