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En Padrón, J. (1997): Tres Críticas a las Doctrinas del Paradigma Emergente. Caracas: Centro de INVESTIGACIONES en Ciencias del Hombre, pp. 1-25

 

 

¿UNIDAD O DIVERSIDAD EN LA INVESTIGACIÓN UNIVERSITARIA?

El punto de vista de la Racionalidad

 

             

            Interviniendo en uno de los aspectos más concretos del actual debate sobre la investigación en Ciencias Sociales, mi intención aquí es precisar en qué medida la Investigación Universitaria ideal responde a la unidad o, en cambio, a la diversidad, poniendo de por medio las relaciones entre racionalidad y Ciencias Sociales y limitándome sólo a unos supuestos de entrada o “puntos de partida”.

La tesis central a favor de la cual voy a argumentar es que la Investigación ideal en Ciencias Sociales responde a una sólida y compacta unidad en la medida en que se trata de una acción racional, con alto grado de sistematización y socialización (términos que explicaré más adelante) y que, al mismo tiempo, pero siempre sobre esa base de unidad, reviste una gran diversidad en lo concerniente a temas, intereses, operaciones y demás modalidades de racionalidad.

El reverso de esta tesis es que la investigación que se aparta de esos parámetros de racionalidad carece totalmente de unidad para caer no en una diversidad sistemática sino, más bien, en una completa anarquía y en una verdadera charlatanería. Esta anarquía, lejos de ser inocente, responde a los intereses de la dominación y a los factores que promueven el atraso y el subdesarrollo de nuestros pueblos. Nada hay más oscurantista y antirrevolucionario que la anarquía epistemológica fundada en el relativismo solipsista y derivada en su consecuente verborrea retórica.

Para ello voy a dividir esta intervención en cuatro partes: la primera, será la de las definiciones necesarias, recordando aquello que sostuvo una vez Hillary Putnam (1990: 175): Podemos y debemos insistir en que existen hechos que están allí para ser descubiertos y no meramente legislados por nosotros. Pero esto es algo que se dice cuando ya se adoptó una manera de hablar, un lenguaje, un esquema conceptual. Hablar de ‘hechos’ sin antes especificar qué lenguaje se usará, es hablar de nada. La segunda parte estará dedicada a esbozar los supuestos clave de la investigación racionalista y sus principales mecanismos de desarrollo, por referencia a las necesidades de las Ciencias Sociales, argumentando allí mismo la tesis arriba mencionada acerca de la unidad y diversidad de la investigación universitaria. En la tercera parte analizaré algunos ejemplos de irracionalidad en nuestra actual investigación social universitaria, asumiéndolos no como casos aislados sino como tendencias disfuncionales sumamente peligrosas tanto para el desarrollo de nuestras universidades como para el progreso de las sociedades latinoamericanas. Terminaré, en la cuarta parte, con un breve comentario que intenta mostrar los alcances e implicaciones socialmente revolucionarios de la racionalidad y cómo la liberación y el desarrollo son posibles solamente mediante la razón y la crítica racional.

 

1. Unidad versus Rigidez y Diversidad versus Anarquía. El punto de vista de la racionalidad

Con bastante frecuencia hemos oído que la Unidad, en materia de Investigación  Social, es contraproducente y opuesta al pluralismo o al carácter inconmensurable de los conocimientos o al multifacetismo de los fenómenos sociales, cosas todas que conducen, en cambio, a una necesaria diversidad de la investigación. Casi siempre esta tesis va asociada al argumento según el cual existe una radical diferencia entre Ciencias de la Naturaleza, donde se ha advertido hasta ahora una monumental unidad,  y Ciencias del Espíritu, donde la diversidad es casi obligatoria y donde es imposible un tratamiento idéntico al de la física, biología, etc.

Este planteamiento lleva a muchas dudas. Una de ellas está en el supuesto implícito de que los objetos de conocimiento en Ciencias Sociales son, per se, más diversos y complejos que los de las Ciencias Naturales. Y entonces uno compara, por ejemplo, los casos del tiempo o del origen del universo con el del lenguaje o la comunicación y uno se queda perplejo ante la complejidad de ambos, sin poder decidir cuál de ellos es más complejo o más variado.

Sin embargo, no nos detengamos en críticas a este planteamiento. Observemos sólo que su dificultad está en la falta de definiciones previas. En efecto, ¿qué es unidad y qué es diversidad? Creo que es imposible hablar de ello sin antes establecer un criterio de unidad-diversidad. Las cosas pueden ser vistas como únicas (o unitarias) y múltiples (o diversas) sólo por referencia a un criterio previamente establecido. Los cuerpos humanos, por ejemplo, muestran una asombrosa unidad si nos referimos a su estructura biológica. Tanto es así que la expresión ‘los cuerpos humanos’ suena mal y, en cambio, solemos decir ‘el cuerpo humano’. Pero si nos referimos a los rasgos corporales, que es ahora otro criterio, la diversidad salta a la vista, como se ve en el hecho de que, según dicen, no hay dos huellas digitales idénticas. Todo esto muestra que no podemos plantear el problema de la unidad/diversidad sin antes establecer un criterio. De hecho, la función del conocimiento, precisamente, consiste en descubrir la unidad en medio de la aparente diversidad y, al revés, descubrir la diversidad en medio de la aparente unidad. Esto equivale a buscar criterios de unificación junto a criterios de diversificación, que es justamente donde radica el gran valor de las reglas, principios y leyes de la ciencia. Una ley o un principio que rige una estructura es, precisamente, el hallazgo de un criterio que define una unidad y que contiene los criterios relevantes de diversidad posible. Conclusión: es absurda cualquier discusión sobre la unidad o diversidad de la investigación universitaria si antes no precisamos a qué nos estamos refiriendo.

Ahora bien, muchas veces la palabra ‘unidad’ se asume como sinónimo de estereotipo rígido y de dictadura intelectual. Por más que se diga que los grandes epistemólogos del positivismo vienés lograron el control casi total sobre las maneras de hacer ciencia en la primera mitad de este siglo, en realidad su intención no era otra que poner orden donde había confusión y charlatanería (la cual parece haber resurgido últimamente) y, a pesar de sus errores en esa tarea, a ellos debemos agradecerles muchas más cosas de las que solemos achacarles. Pero de allí hasta esta fecha han tenido indudablemente una gran cantidad de seguidores que interpretaron de manera absurda sus planteamientos y que llevaron las cosas a límites ciertamente indeseables, sobre todo en el área de Ciencias Sociales. Allí tenemos, por ejemplo, a muchos profesores de Metodología que no admiten como investigación sino aquello que lleva tratamientos estadísticos sobre la base de hipótesis alterna e hipótesis nula, como si todos los problemas de conocimiento tuvieran una naturaleza probabilística. Tenemos también a los autores de manuales sobre técnicas de investigación social que insisten en obligar a todos a seguir un mismo esquema de trabajo. Tenemos también los mismos documentos institucionales de muchas universidades que convierten las tesis de grado en el seguimiento de una receta. Y tenemos, finalmente, a muchos miembros de jurados de tesis que asumen el rol de Torquemada en pleno fervor de la inquisición. Todos ellos, en general, asumen falazmente que la ciencia consiste en contar, medir y experimentar, hasta el punto de que quien no lleve a cabo experimentos, por ejemplo, no está haciendo ciencia.

Evidentemente, asumido de se modo, el concepto de unidad degenera en el concepto de acartonamiento, rigidez y dictadura académica, lo cual implica una especie de ‘ceguera de la razón’. No podemos, por tanto, aceptar la unidad de la investigación universitaria en esos términos. Y esto por una razón muy simple: porque se trata de un planteamiento irracional. Más adelante ilustraremos el significado de este adjetivo, que es justamente donde quiero llegar.

Pero estos malos intérpretes del positivismo son ahora casi una especie en extinción. En su lugar, en los últimos tiempos ha surgido en las Ciencias Sociales otra especie todavía más peligrosa. Son los que conciben la investigación como cualquier cosa, es decir, como un espacio de libertinaje intelectual, a cuenta de la enorme complejidad y misterio que se encierran en las vivencias del ser humano y en el carácter inefable de los hechos sociales. En este sentido, la palabra diversidad se asocia con el significado de anarquía, que a su vez, desemboca en palabreo y solipsismo.

A propósito de esto, en mis años de docencia universitaria he llegado a tipificar a una cierta clase de estudiantes y académicos que se caracterizan por esa anarquía, asociada a desorden disimulado con retórica. Son típicos: rehuyen siempre de cualquier lectura o planteamiento que implique la captación de procesos lógico-formales, matemáticos y tecnológicos en general. Son incapaces de un pensamiento estructurado y muestran una gran pereza mental a la hora de seguir razonamientos rigurosos. A través de una gran cantidad de lecturas dispersas, casi todas de filosofía ligera, poemas, novelas y artículos de prensa,  han llegado a proveerse de un enorme lote de información que no logran organizar en función de necesidades concretas. Pero, eso sí, a la hora de intervenir en reuniones, encuentros o sesiones de clase, siempre se destacan por un discurso florido y dominguero en el cual abundan las menciones a autores y a pasajes textuales, los juegos de palabras, los términos impactantes, las redundancias y trivialidades bien disimuladas por un lenguaje formalmente bien organizado, pero semánticamente pobre. En criollo decimos que es gente con “labia” o “picos de plata”. Pueden presentarse a una entrevista o a una clase sin haber leído absolutamente nada de los materiales relacionados con el tema, pero les basta, a última hora, leer unas pocas líneas para lanzarse desde allí con todo un discurso que luce impresionante ante los ingenuos, pero que realmente es trivial y vacío.

Este es, precisamente, el tipo de estudiante y de académico que aboga por la diversidad de la investigación universitaria, por el rompimiento de cánones y por la inefable complejidad de las Ciencias Sociales. Como dije antes, hay una extraordinaria pereza mental por debajo de muchas de estas posturas, pero hay también una buena capacidad para el palabreo. Por tanto, lo que más les conviene es defender la diversidad, pero entendida como anarquía, como relativismo y subjetivismo, en la que queda malparado todo aquél que se acoja a los cánones positivistas[1], todo aquél que sea incapaz de hablar bien y aun todo aquél que muestre un discurso organizado. Siendo fieles  al refrán de que todo ladrón juzga por su condición, achacan a la ciencia sus propios males y hablan entonces de una supuesta “retórica de la ciencia”.

Me parece que no podemos admitir la diversidad de la investigación universitaria en el sentido de que sus referencias de validez estén in pectore, o sea, sólo en la conciencia del sujeto investigador. La diversidad de la investigación social universitaria es inaceptable en términos de anarquía, de que ‘cada quien eche su propio cuento’ o de que son las vivencias íntimas lo que cuenta como dato de análisis y de búsqueda. Y me parece sumamente deshonesto justificar esto en el hecho de que el propio investigador participa de la misma naturaleza de los hechos que investiga o de que los fenómenos sociales son particularmente complejos y variados[2]. Y todo esto resulta inaceptable por una razón muy simple, que es la misma del caso anterior: porque se trata de un planteamiento irracional, como veremos en seguida.

En suma, tanto la unidad, en términos de rigidez, como la diversidad, en términos de anarquía y charlatanería, constituyen posiciones inaceptables, porque implican una especie de ceguera de la razón.

 Pasemos ahora a analizar qué significan los términos racional y racionalidad, junto a sus antónimos, irracional e irracionalidad. Antes quiero advertir que no voy a manejarme dentro de conceptos filosóficos y académicos, sino más bien dentro de un enfoque intuitivo y completamente ingenuo, por lo cual no voy a distinguir entre diferentes tipos de racionalidad (racionalidad técnica, racionalidad instrumental...; o racionalidad occidental, racionalidad oriental, etc.).

Todos sabemos que entre los diversos mecanismos de adaptación que operan en el ser humano hay unos que son espontáneos e inconscientes y que constituyen automatismos, algunos de naturaleza fisiológica y otros de naturaleza psicológica. Ejemplos de estos mecanismos son el miedo, la alegría, los movimientos respiratorios y digestivos, etc. Hay también, por otro lado, mecanismos de captación de información o mecanismos sensoriales, ubicados en los sentidos, que funcionan como sensores -especies de antenas o radares- respecto a las señales del medio. Y, finalmente, hay también un centro o unidad de procesamiento y producción de información donde se ubica una asombrosa capacidad: la de pensar o razonar.  Podemos sintetizar diciendo que hay una triple actividad en el ser humano: la actividad inconsciente, donde se destacan los automatismos y los sentimientos; la actividad sensorial, donde se destacan los procesos de percepción y observación y la actividad racional, donde se destaca la producción de relaciones a partir de informaciones previamente adquiridas.

Esta triple distinción ha sido advertida por la gente común desde tiempos remotos, hasta el punto de que ha sido usada para caracterizar a las personas: “Fulano es muy sentimental”, “Sutano es cerebral”, “Mengano tiene los pies sobre la tierra”, son expresiones comunes. Al primero suele asociarse la imagen del artista, el soñador, el místico. Al segundo, la imagen del pensador, el lógico, el calculador. Y al tercero, la imagen del hombre práctico, el técnico, el escudriñador. Algunas hipótesis recientes y otras menos recientes podrían coincidir en alguna medida, tal vez, con esta triple distinción: recordemos las famosas biotipologías, como las de Sigaud, Kretschmer y Sheldon (viscero­tó­nico, somatotónico y cerebrotónico, por ejemplo) y, últimamente, la de los tres cerebros (reptil, límbico y neocortex). No sé cuán plausibles sean estas hipótesis y no es tampoco mi intención buscar este tipo de correspondencias. Sólo me interesa hacer ver que al lado de la actividad de la razón hay otros tipos de actividad bio-psicológica y que, a la hora en que el ser humano aborda el mundo circundante, unas veces predomina la actividad racional en este abordaje y otras veces predominan las otras actividades no racionales, como los sentimientos y las percepciones sensoriales. De hecho, son ya lugares comunes ciertas expresiones como “ciego de ira”, “obnubilado por los celos”, “llevado por la pasión”, etc. ¿Qué significan estas expresiones tan frecuentes? Precisamente, que en determinadas circunstancias en que el hombre aborda el mundo o el medio ambiente, unas veces  la actividad racional orienta ese abordaje mientras que otras veces los sentimientos o las percepciones interfieren y opacan la actividad de la razón. Esto lo saben muy bien los abogados y criminólogos, especialmente cuando se trata de buscar atenuantes para ciertos delitos. Con esto tenemos ya un primer acercamiento, muy intuitivo y muy poco sistemático, al concepto de racionalidad e irracionalidad. Profundicemos, entonces, un poco más.

La razón -o el razonar- tiene mucho que ver con una estructura de procesos, en el sentido de que parte de unos insumos y elabora unos productos. Los insumos de la razón son datos portadores de información concreta, los cuales pueden ser expresados en términos de proposiciones lógicas. Uno de los más importantes procesos que parece llevarse a cabo con esos datos de información concreta es la vinculación, es decir, la búsqueda y hallazgo de relaciones, proceso dentro del cual caben subprocesos tales como la abstracción, la generalización, la clasificación, la conceptuación, etc. De estos procesos intermedios se derivan los productos de la razón, que pueden concebirse como información nueva y que pueden ser expresados también como proposiciones lógicas. Para muchos, el razonar tiene la estructura de un silogismo, en el que se parte de unas premisas (las cuales constituyen la información concreta de entrada) y se llega a una conclusión (que constituye la información nueva de salida), unas veces por vía inductiva y otras por vía deductiva. Es muy difícil negar la intervención de las emociones y actitudes en esta actividad, pretendiendo que sea un proceso silogístico puro e incontaminado. Sin embargo, esencialmente no se trata de una actividad emocional, sino de una actividad cognitiva que produce información nueva a partir de información previa, gracias a ciertos mecanismos de abstracción, particularización... y búsqueda de relaciones en general. La figura del silogismo y la equivalencia entre elementos de pensamiento y proposiciones lógicas no agota toda la descripción de la actividad de la razón, pero sí ayuda a concebir su estructura elemental.

Hay dos detalles importantísimos en lo dicho anteriormente, los cuales diferencian significativamente la actividad racional de las actividades no racionales. El primer detalle es que todo razonamiento (vale decir: todo proceso llevado a cabo por la razón) puede ser organizado, o sea, controlado, sometido a referencias. El segundo es que todo razonamiento, en principio, puede ser expresado, o sea, dado a conocer a los demás. No ocurre lo mismo, por ejemplo, con los sentimientos y vivencias emocionales, tales como el dolor, el sufrimiento, etc. Como dice Seiffert (1977) , un dolor de muelas sólo puede ser aprehendido por quien lo sufre en carne propia, no habiendo otro modo de “comprender” ese dolor más que viviéndolo. Tampoco es posible establecer controles o referencias sobre las actividades no racionales.

En resumen, la actividad racional se caracteriza, en primer lugar, por ser susceptible de ordenamiento sobre la base de referencias y, en segundo lugar, por ser comunicable, expresable. Dicho de otro modo, son los procesos racionales los únicos susceptibles de sistematización y socialización[3].

¿Y cuál es la importancia de esos dos rasgos? Básicamente, de ellos podemos inferir que la actividad racional es la clave de la intersubjetividad, es decir, de la posibilidad de tender puentes o vasos comunicantes entre las personas. De lo contrario, sin la intersubjetividad, cada sujeto quedaría encerrado sobre sí mismo, aislado dentro de su propia individualidad. No ocurre lo mismo, en cambio, con los sentimientos y las percepciones sensoriales. El hecho de que la actividad de la razón sea controlable y expresable hace que todos los seres humanos en un momento dado podamos ser partícipes de la actividad racional de cualquier otro ser humano, que podamos evaluar esa actividad y que podamos decidir si confiamos o no en ella. Podemos enterarnos de los razonamientos de cualquier persona y podemos someterlos a crítica, ya que la persona en cuestión puede comunicarnos su razonamiento, así como las referencias bajo las cuales dicho razonamiento tiene lugar. Es por eso que existen las discusiones y las argumentaciones. Es por eso que sin actividad racional no es posible la intersubjetividad ni es posible la crítica ni es posible la argumentación. En este sentido puede interpretarse el dicho de que entre gustos y colores no han escrito los autores. Es decir, la crítica no tiene cabida en los gustos, sentimientos, preferencias, motivaciones, etc. Sólo al producto de la actividad racional (o sólo por relación a él) podemos aplicar adjetivos tales como falso o verdadero, eficiente o ineficiente; conveniente o inconveniente. Pero no podemos, en cambio, estrictamente hablando, decir que una vivencia afectiva sea en sí misma verdadera o falsa, válida o inválida, eficaz o ineficaz, etc., a menos que sea por relación con algún razonamiento. Para terminar esta idea, diremos que la racionalidad está fundamentada en el ejercicio de la razón y no en la influencia de los complejos afectivos o sensoriales, de modo que es irracional todo aquello que obedece más a estos últimos complejos que al ejercicio de la razón.

Siempre ha habido corrientes de pensamiento que abogan por el valor de la actividad afectiva y emocional del ser humano y que confían en sus posibilidades para el desarrollo del hombre y la sociedad, por encima de la racionalidad. Algunas versiones del voluntarismo, por ejemplo, consideran que lo único seguro son los impulsos, deseos, emociones, etc. El psicologismo y el subjetivismo confían también en que el examen de las propias vivencias interiores es el método más acertado de llegar a la verdad. El concepto de fe, en cuanto creencia que es indiscutible aun por encima de los datos de la razón, es tal vez el mejor ejemplo de estas posiciones. También ha habido otras corrientes de pensamiento que defienden el valor de la sensorialidad y de la experiencia perceptible por encima de la razón. El empirismo, el fenomenalismo y el sensacionismo son las más conocidas. Y, como ya sabemos, el racionalismo defiende las posibilidades de la razón y aboga por ésta como el medio que menos inseguramente lleva al conocimiento verosímil.

Pero esto no significa que dentro de la producción de conocimientos la razón sea lo único que interviene. También la sensorialidad y la afectividad tienen su lugar dentro de la actividad racional, sin que queden excluidas. En efecto, sin la actividad de los sentidos no sería posible el suministro de datos de insumo para los procesos racionales ni sería posible tampoco la comparación de los datos de pensamiento con los datos de la realidad. Y sin la actividad emocional o sin lo que llaman ‘vida interior’, no serían posibles cosas como la disposición al trabajo, la imaginación, la intuición, la genialidad, la creatividad, etc., elementos que juegan un importante papel dentro de la producción de conocimientos. Lo que se postula, pues, dentro de un racionalismo muy ampliamente entendido, no es la exclusividad de la razón sino su función reguladora e integradora de las demás actividades del ser humano en torno a los procesos cognitivos y adaptativos.

 

2. Unidad y Diversidad sobre una base racional

Retomemos ahora la pregunta inicial, de si la Investigación Universitaria ideal en Ciencias Sociales obedece a una unidad o, en cambio, a una diversidad. Consideremos, ante todo, que estamos hablando de Investigación Universitaria y no de producción de conocimientos en la vida cotidiana, que algunos llaman ‘conocimiento común’. Nadie tiene por qué cuestionar el uso de la irracionalidad en la producción de conocimientos ordinarios, los que tienen lugar en la esfera cotidiana y personal. Nadie puede prohibirle a nadie que sus conocimientos estén basados en la fe o que hayan sido promovidos mediante empatías afectivas o mediante interiorizaciones profundas o mediante percepciones sensoriales exclusivamente, etc.

Pero el caso de la Investigación Universitaria exige ya un compromiso con los demás, en el sentido de que no basta que descubramos algo nuevo, sino que, además, tenemos que mostrar cuán confiables fueron los procedimientos que nos llevaron a ese descubrimiento. En otras palabras, no basta con producir conocimiento nuevo. Por encima de eso, hay que mostrar la validez del descubrimiento. Si no hacemos eso, estaríamos exigiendo fe o crédito gratuito.

Lamentablemente, este compromiso, esta garantía de validez que se le exige a los conocimientos producidos por una investigación, sólo puede lograrse a través de la racionalidad. Los sentimientos, la vida afectiva, nuestras introspecciones y vivencias, etc., desafortunadamente no llegan a respaldar ningún hallazgo. Alguien puede decir, pongamos el caso, que luego de una investigación encontró una relación muy estrecha y significativa entre, por ejemplo, las actitudes de los líderes vecinales y la eficiencia de los servicios públicos en la respectiva zona. Muy bien, pero a la hora en que le preguntemos cómo logró ese hallazgo o cómo podemos estar seguros de ese resultado, no podríamos aceptarle respuestas como que él convivió con unos líderes vecinales en una determinada zona y percibió esa relación o que sus intuiciones e introspecciones lo llevaron a ese hallazgo, etc.

El compromiso de intersubjetividad que tiene la Investigación Universitaria obliga a que la acción del investigador sea regulable, controlable, sometida a referencias. Obliga además a que dicha acción sea expresable, comunicable, transparente y traspasable a otras personas, en el sentido de que pueda ‘estar a la vista’ de quien quiera constatarla. Y si algo no es regulable, si algo no es traspasable o no puede ‘estar a la vista’ de otros es precisamente el sentimiento, la vida interior y los productos de la introspección.

Dado que este compromiso se traduce en sistematización y socialización y dado que estos dos rasgos definen la racionalidad, entonces la Investigación Universitaria ideal en Ciencias Sociales responde a la unidad en términos de racionalidad. En definitiva, sí hay una unidad, una sólida y bien compacta unidad, de la que racionalmente no podemos apartarnos. Apartarnos de ella equivale, como dije antes, a la más completa anarquía, a que cada quien haga y diga lo que se le antoje, como parece ser el caso en estos últimos años.

Esta unidad de la Investigación Universitaria conduce, a su vez, a una diversidad sistemática, que es opuesta a una diversidad en que las investigaciones aparecen dispersas e inconexas.

Un primer principio clave para esta diversidad sistemática es el de la existencia de Programas de Investigación, principio que se deriva del concepto de redes de problemas: el investigador no es un individuo aislado, sino que forma parte de grupos, familias o tradiciones investigativas. Una de sus primeras tareas al abordar un problema consiste en averiguar quiénes han estado y están trabajando en el mismo problema o en problemas adyacentes o complementarios, cuál es el estado de avance en las soluciones a ese problema y cuál puede ser su mejor ubicación dentro del programa de trabajo.

Siempre dentro de la idea de programa de investigación y de redes de problemas, un segundo principio de diversidad es el del progreso diacrónico de la producción de conocimientos: los estudios comienzan por una fase descriptiva, siguen a una fase explicativa, pasan a una fase de contrastaciones o validaciones y terminan en una fase de aplicaciones o búsqueda de tecnologías de acción, para luego identificar nuevos problemas y volver al comienzo de ese ciclo diacrónico. Los múltiples trabajos que se van produciendo en torno a un problema van encadenándose progresivamente, acumulando avances, desde las simples descripciones hasta las aplicaciones que puedan transformar la realidad. No se concibe, por ejemplo, una investigación individual que pretenda producir aplicaciones prácticas cuando todavía no se ha agotado la fase de descripciones de la realidad que se pretende transformar.

Un tercer principio de diversidad sistemática es el de la pluralidad de enfoques operativos en el abordaje de los problemas. No se trata de algo tan superficial como postular ‘nuevas metodologías’ o ‘paradigmas emergentes’ y luego dedicarse a las discusiones estériles y a los proselitismos. Se trata de ensayar enfoques operativos cada vez mejor adaptados y luego, sobre la base de los resultados obtenidos, evaluar la potencia del enfoque bajo ensayo. Serán los resultados y no las discusiones especulativas lo que permitirá decidir la bondad de una técnica, de un esquema de trabajo, de una metateoría, de un procedimiento o de una instrumentación particular.

En fin, la Investigación Universitaria ideal parte de la unidad bajo el criterio de racionalidad y, sobre ese mismo criterio, crea su propia diversidad sistemática que, al mismo tiempo que permite el pluralismo, permite también la cohesión y los vínculos entre investigadores.

Resumiendo todo lo dicho hasta ahora y añadiendo algunos elementos no mencionados todavía, podemos decir que la Investigación basada en la racionalidad se orienta por los siguientes supuestos básicos:

i) La acción de investigar es altamente sistemática y socializada. Sistemática en el sentido de que sus procedimientos y mecanismos operativos forman una secuencia estable, repetible y transparente. Socializada, en cuanto que es una acción comprometida con las comunidades académicas y con la sociedad y, por tanto, no queda encerrada en la conciencia del sujeto investigador sino que trasciende sus intereses y ámbitos personales para llegar a ser patrimonio colectivo. Es, por tanto, claramente comunicable, transparente y expresable. De ambas características se infiere que la referencia fundamental de la investigación es la intersubjetividad.

ii) De lo anterior se deduce que los resultados de la investigación deben estar respaldados por garantías de confiabilidad. Es decir, deben ser susceptibles de crítica y evaluación. Debe poder decidirse acerca de su validez o invalidez. Los resultados que no puedan ser falseados por pruebas lógicas o por pruebas empíricas quedan excluidos del ámbito de la investigación. La investigación busca verdades, pero estas supuestas verdades que se obtienen deben estar formuladas de tal modo que todos podamos descubrir en ellas el error. La investigación busca verdades, pero la crítica no busca verdades. Busca errores. Y éstos, si los hay, deben poder ser descubiertos, no deben ocultarse.

iii) Los problemas de investigación no son aislados, sino que forman redes de problemas que, a su vez,  constituyen programas de investigación. Estos programas progresan secuencialmente a través del tiempo, desde las más sencillas descripciones hasta las más productivas aplicaciones a la transformación de la realidad. En último término, la función de las investigaciones es la transformación de la realidad.

iv) Las investigaciones son acciones encaminadas a resolver problemas de máxima universalidad y no a resolver problemas singulares, específicos de una época o de una región. Los problemas particulares se resuelven mediante derivación de las soluciones a problemas universales.

v) Una cosa es investigar o producir conocimiento y otra cosa es intervenir sobre la realidad. Nadie puede transformar lo que no conoce previamente. Aunque en la práctica ambas cosas coincidan en una misma persona, la figura del investigador es totalmente diferente de la figura del interventor social. En tal sentido, las investigaciones y los conocimientos son un pre-requisito indispensable para actuar sistemáticamente sobre el mundo.

vi) El método general de trabajo para la fase de construcción de teorías es el deductivo. Más se logra partiendo de lo que ya sabemos que de la observación de regularidades y repeticiones. Las percepciones sensoriales son engañosas, igual que los sentimientos y las vivencias interiores. Los datos sensoriales y vivenciales sólo tienen sentido si ayudan a configurar hipótesis de base racional y si son validados por la razón.

vii) La investigación se lleva a cabo mediante mecanismos representacionales o lenguajes que deben estar claramente predefinidos. Hay lenguajes del pensamiento, como dice Fodor (1985)  y lenguajes de comunicación. Los primeros ayudan a construir conceptos, operaciones y modelos, mientras que los segundos ayudan a difundir socialmente los resultados de trabajo. Las estructuras lógicas y matemáticas son un recurso de primer orden para los lenguajes del pensamiento, bajo el supuesto de que hay una correlación significativa entre las estructuras lógico-matemáticas y las estructuras del mundo.

 

3. Tendencias irracionales en la actual Investigación Universitaria en Ciencias Sociales

Pasemos revista a algunas de las principales disfunciones de la actual Investigación Universitaria, desde el punto de vista de una postura racional como la que hemos intentado describir en las secciones anteriores.

i) La Anarquía

La tendencia más grave actualmente es la anarquía tanto epistemológica como programática. La anarquía programática se evidencia en el hecho de que cada investigador anda por su propio camino y también en el hecho de que las investigaciones aparecen desconectadas entre sí. Aunque las llamadas líneas de investigación ayudan a disminuir esta dispersión, no existen mecanismos institucionales capaces de gestionar globalmente todos los procesos particulares ni de hacer seguimientos como los que se mencionaron arriba a propósito de los Programas de Investigación.

La anarquía epistemológica se evidencia en la casi innumerable lista de métodos y ‘paradigmas’ que recuerda el diccionario de sectas religiosas surgidas a raíz de la Reforma, con el cisma de Lutero y Calvino. Por ejemplo: investigación etnográfica, etnometodología, interaccionismo simbólico, observación participante, investigación militante, investigación clandestina, investigación acción, dialéctica, fenomenología, hermenéutica, hermenéutica profunda, investigación holística, investigación naturalista, etc., etc. Este ‘big-bang’ de propuestas (que quizás no es de propuestas verdaderas sino de palabras) ha llegado a alarmar incluso a algunos de sus defensores. Wittrock (1989 : 11), por ejemplo, dice textualmente:

Estos modelos híbridos suscitan nuevos desarrollos en la investigación, pero presentan también serios riesgos. Pueden llegar a convertirse en un verdadero caos si no están informados por una comprensión de los tipos de conocimiento producidos por estos diferentes enfoques.

  En la epistemología de las Ciencias Sociales cada día surge un término nuevo, una palabra impactante, que al principio despierta miles de simpatizantes y prosélitos y luego, al poco tiempo, desaparece repentinamente, igual que ocurre con las modas. Nadie se ocupa de examinar si la nueva terminología es realmente consistente, si es relevante, si no está repitiendo un concepto viejo... Así, van surgiendo palabras y más palabras que poco a poco nos van conduciendo a una verdadera Torre de Babel. La lista de ejemplos es interminable, pero recordemos algunos. Ya existían las disciplinas y las expresiones de “Psicología de la Cognición” y “Sociología del Conocimiento”, las cuales eran suficientes para hacer referencia a los estudios sobre los procesos cognitivos y de aprendizaje. Pero aun así se inventan los impactantes términos de “Metacognición”, “Meta-aprendizaje”, “Aprender a aprender” y otros por el estilo que brillan por su inconsistencia y trivialidad. Morin (1986)  llega al colmo cuando propone el término de “Meta-Punto de Vista”, en un trabajo titulado precisamente “El Conocimiento del Conocimiento”, donde parece olvidar los abundantes trabajos de los lógicos de este siglo, especialmente los referidos a Meta-Teoría o Meta-Lógica, y aun los aportes producidos dentro de la gnoseología.

Pero, a pesar de que los epistemólogos sociales impugnan todo lo que sabe a lógica formal y a ciencias naturales, no ocultan su fascinación por las palabras técnicas usadas en esas disciplinas, tal como puede verse en su especial predilección por el sufijo “meta” y en palabras importadas como “entropía”, “sinergia”, “cuántica”, “isomorfismo”, etc.

Se habla también de las “nuevas epistemologías”, para hacer referencia a cosas como la percepción extrasensorial, la medicina holística, la astrología, las regresiones, la religión, etc., olvidando que la palabra “Epistemología” agrupa única y exclusivamente a los estudios sobre el conocimiento científico y no a los estudios sobre el conocimiento en general ni, mucho menos, a cosas que son totalmente ajenas a la noción de conocimiento, como es el caso de la religión. Si “Biología”, por ejemplo, ha sido tradicionalmente el campo de estudio de los organismos vivos, no es justo que ahora venga alguien a incluir estudios sobre el zapato o el sombrero dentro de la Biología. Del mismo modo, “Epistemología” ha sido tradicionalmente el campo de estudio sobre la ciencia y resulta totalmente arbitrario y anárquico que ahora se incluyan  allí estudios que no tienen nada que ver ni con conocimiento ni con ciencia.

Asociada a esta anarquía, tenemos entonces una gran dosis de palabreo que puede describirse como el uso de palabras nuevas para conceptos viejos junto a palabras viejas para conceptos nuevos. “Triangulación”, por ejemplo, es una palabra nueva para una técnica que es muy vieja y que consiste en comparar entre sí los datos suministrados por diferentes vías. “Conversación Ideal” es también una expresión nueva para un concepto que anteriormente había sido postulado como “reglas de cooperación”. “Neurolingüística” es una palabra vieja que se toma de la lingüística y la neurología para crear un concepto nuevo, totalmente desconectado, igual que “Pensamiento ontológico”, que comienza a ponerse de moda en algunos medios organizacionales.

En fin, parece que cada quien puede usar los términos que quiera y cambiarles el sentido a libre arbitrio. De ese modo los conceptos, las teorías y las disciplinas llegan a trivializarse, a relativizarse de tal modo que ya dejan de tener sentido. Así, epistemología es ahora cualquier cosa e investigación es también todo lo que uno quiera incluir allí. La regla parece ser algo así como ‘Dado x, luego x es todo’, de donde a su vez se deriva lógicamente que ‘x es nada’. 

Cualquiera podría argumentar que este tempestuoso boom de palabras no tiene nada de malo y que, al fin y al cabo, por tratarse sólo de palabras, resulta un mal menor. Pero creo que ese problema es un síntoma de algo grave, aparte de la dificultad que crea a la hora de entendernos (como el caso de la Torre de Babel), ya que en la inmensa mayoría de los casos las palabras se introducen sin definiciones e, incluso, algunos parecen ser partidarios de que los términos no se definan, como el caso de Guba (1991 : 17), cuando se refiere a la palabra paradigma:

Algunos consideran que la falta de claridad en esa definición es algo inconveniente. Pero yo creo que es importante dejar el término en ese limbo problemático en que se halla, ya que entonces será posible irlo moldeando a medida que mejore nuestra comprensión de sus múltiples implicaciones.

Pero el grave mal que subyace a ese torrente de palabras es, básicamente, que en Ciencias Sociales carecemos de teorías intersubjetivas, compartidas, que hayan pasado a ser patrimonio común de nuestras comunidades académicas. En otras disciplinas existen léxicos comunes, porque tienen teorías compartidas. En física todos usan con el mismo sentido términos como electrón, fuerza, etc. En língüística todos usan con el mismo sentido palabras como sintaxis, semántica, frase verbal, frase nominal, etc. Pero en Educación, por ejemplo, ¿cuántos términos teóricos son usados con el mismo sentido por los investigadores? Entonces, el palabreo no es una dificultad trivial. Es más bien alarmante.

 

ii) El rechazo al análisis y a las segmentaciones conceptuales

Otra tendencia notoria que contradice los principios de racionalidad en la actual investigación social universitaria  es el rechazo a las distinciones, cierta propensión a mezclar unas cosas con otras. Voy a citar unos pocos ejemplos.

Primero. Algunos atacan el concepto de ciencia, porque supuestamente es instrumento de dominación o, en otros casos, porque es una institución elitesca movida por prejuicios e intereses mezquinos. Por una parte, confunden el instrumento con las intenciones de quien lo usa o el instrumento con la acción. Es como emprenderla contra las armas de fuego porque son usadas por los atracadores o emprenderla contra el automóvil porque muchos perecen en accidentes viales. En consecuencia, si alguien nos ataca con un arma, tendríamos que quitársela y destruirla, dejando tranquilo al atacante. O tendríamos que eliminar los carros y demás automotores en vez de pedirle a la gente que los use adecuadamente. Y, por otra parte, confunden la ciencia en cuanto institución con la ciencia en cuanto proceso racional, en cuanto patrimonio y privilegio del ser humano. Todo ser humano tiene el derecho a producir conocimiento sistemático y socializado, es decir, científico, y ello en virtud de las potencialidades de la razón humana. El que los científicos lleguen a agruparse en círculos impenetrables y elitescos, cercanos al poder de quien mejor les pague, no tiene absolutamente nada que ver con el proceso esencial de producir conocimiento científico. Me parece que ambas cosas deben analizarse por separado. Pero, aduciendo un supuesto holismo, se niegan a la segmentación y al análisis, contradiciendo entonces el mismo concepto de holismo, según el cual no debe excluirse ninguna de las facetas del hecho bajo estudio.

Segundo ejemplo. En algunos textos he leído que la racionalidad ha incumplido sus promesas de bienestar, igualdad y desarrollo. Y se ha repetido insistentemente en que bajo el manto de la racionalidad se han cobijado todos los males de nuestra época. Esto significa confundir el concepto de racionalidad con quien dice seguirlo. Significa confundir racionalidad con política internacional, con colonialismo e imperialismo, con manipulaciones macroeconómicas, etc. Me parece un supuesto totalmente gratuito e injustificado asociar racionalidad con las acciones y actitudes de quienes han dirigido el mundo en los últimos tiempos o con quienes a nivel mundial han configurado las cosas a su propia conveniencia. El hambre, la miseria, las enfermedades y la injusticia son algo totalmente extraño al concepto de racionalidad. Muy al contrario, los grandes dictadores, por ejemplo, se han valido siempre de la emotividad, de los sentimientos y de los afectos -y no precisamente de los argumentos y de los razonamientos- para convencer, persuadir, subyugar y dominar. Recordemos los himnos, los slogans, las marchas y desfiles, los ritos, los uniformes, los logotipos, la publicidad y el discurso retórico. Es con ese tipo de elementos con que se han logrado las penetraciones ideológicas, los fascismos, las dictaduras, las invasiones, las guerras... Nadie con honestidad intelectual puede sostener, por ejemplo, que las bombas atómicas de agosto del ‘45 obedecieron a la racionalidad o que las torturas y desapariciones de Chile y Argentina fueron obra del racionalismo. ¿Por qué se olvida tan fácilmente que las ejecuciones de la Inquisición o las miserias del feudalismo o la aniquilación de nuestros indígenas fueron promovidas en nombre de la fe, del espíritu y de la conciencia, del mismo modo que las enfermedades y la pobreza de nuestros pueblos en la actualidad responden también a una manipulación de los sentimientos y de la vida afectiva? ¿Quién es entonces el causante de nuestros males, la racionalidad o, más bien, la irracionalidad? Una vez más aquí se descubre el rechazo al análisis y a las segmentaciones conceptuales que recientemente se defiende mediante una epistemología anarquista.

Tercer ejemplo. Se confunde los males del positivismo con males de la ciencia. La gran parte de las críticas lógicas a la ciencia son críticas al ‘empirismo analítico’, como dice Habermas (1978) , creyendo que toda la ciencia es ‘empirista-analítica’. Pero tales críticas no tienen nada que ver con la ciencia actual, que no es empirista sino teórica. Muchos sotienen que la ciencia se equivoca porque parte de las observaciones, mediciones y experimentaciones o porque se basa en la percepción de los sentidos, que son engañosas. Aquí, en esta misma universidad, he oído decir cosas como ésta: “Popper no fue ningún científico, porque no hizo ningún experimento”. Si hiciéramos caso a estas confusiones, tendríamos que concluir que Einstein no hizo ciencia, o sea, no produjo ningún conocimiento científico, como tampoco Chomsky ni Aristóteles, ni Euclides, porque no hicieron ningún experimento ni trabajaron sobre la base de la percepción sensorial ni fueron empiristas. Uno podría decir que por detrás de estas críticas a la ciencia hay una gran ignorancia en materia de historia de la ciencia. Pero no es eso. Es más bien que esta anarquía epistemológica rechaza las distinciones y rechaza el análisis.

Cuarto ejemplo. Dentro de esta anarquía y libertinaje, ya no se sabe cuál es el rol o la figura del investigador. A pesar de los males del positivismo, había al menos una imagen concreta, aunque equivocada, del investigador. Pero ahora se borraron los límites entre la figura del investigador y la del predicador, el artista, el profeta, el activista social, el político, el apóstol y el ideólogo. No se distingue entre los distintos momentos y papeles que una persona puede asumir alternadamente en su vida. Si un investigador aparta sus inclinaciones políticas, por ejemplo, en el momento en que se dedica a un análisis o a un experimento, entonces se le acusa de reaccionario, de indolente o de defensor de los dominantes, sin pensar en las cosas a las podría dedicarse en otros momentos. Se le exige de todo al mismo tiempo: que incluya sus emociones, que atienda a los problemas de los demás, que actúe, que tenga sensibilidad, que luche, etc. A la ciencia se le achacan cosas como la asepsia, la incontaminación, la neutralidad y la objetividad, como si el científico no tuviera otros momentos u otras inclinaciones además de la ciencia. No estaría mal que quienes piensan así leyeran las cartas de Einstein, por ejemplo, o los escritos políticos de Chomsky o la autobiografía de Carnap y Popper, por sólo citar a algunos.

Estos cuatro ejemplos que he citado a modo de ilustración revelan, como dije, un notable rechazo al análisis, a las distinciones y a las segmentaciones conceptuales. Me parece que todo ello se debe a una absurda comprensión del concepto de holismo y de totalidad, tan preconizado por las recientes epistemologías anarquistas. Creo que vale la pena que nos detengamos brevemente en una crítica a este concepto.

La palabra holismo ha intervenido en varias confrontaciones dentro de la ciencia y la filosofía, habiendo sido usada en casos no relacionados con las actuales tesis de la Escuela de Frankfurt a propósito de las discusiones sobre las Ciencias Sociales. ‘Holista’ se denominó, por ejemplo, a la hipótesis antimecanicista sobre la relación entre los fenómenos biológicos y los físico-químicos, en el terreno de la evolución. ‘Holismo pragmático’ fue denominada también la tesis de Quine sobre la contrastación de teorías, en el sentido de que es la totalidad del lenguaje del conocimiento lo que responde como un todo a la experiencia y no cada uno de los enunciados particulares que lo conforman. Existe también en lógica formal una teoría de las relaciones parte-todo, dentro de lo que se ha llamado el cálculo de individuos, cuyos axiomas han sido convencionalmente diseñados para abordar el análisis epistemológico y en atención a aplicaciones particulares. Finalmente, en modo más cercano a las disputas en Ciencias Sociales y tal como es analizado por Popper (1987) , el término holismo suele coincidir con la tesis de que el todo es más que la suma de sus partes y que las relaciones entre las mismas. Es así, con este uso, como el término ha pasado a ser una de las banderas del anarquismo epistemológico: se le achaca a la ciencia normal el abordaje de un fenómeno en términos del análisis de sus partes y se predica que los hechos deben ser analizados como un todo.

La principal objeción a este concepto, así entendido, está en la imposibilidad ontológica de un ‘todo’. El todo es producto de un corte analítico a algún nivel de abstracción, es producto de una estrategia mental, pero los ‘todos’ no existen en la naturaleza. La mente agrupa cosas mediante el establecimiento de alguna propiedad o relación y forma estructuras que ayudan a describir y explicar cosas. Por tanto, el todo es un límite convencional más acá del cual se sitúan unos elementos y más allá del cual se colocan los elementos excluidos del análisis. Por tanto, es contradictorio proponer el holismo como opuesto al análisis segmentador, porque también el holismo implica un análisis o segmentación del mundo.

El único principio relevante en este sentido es que, cuando delimitamos un conjunto de hechos (que viene a ser el ‘todo’ relativo), no es válido excluir elementos que resultan significativos para el estudio, de modo que un análisis que excluya elementos relevantes para un cierto objetivo deja de ser un análisis válido. Esto es en realidad lo único significativo respecto al concepto de holismo o totalidad y es también lo único que desde ese punto de vista habría que achacarles a los análisis inválidos: que no toman en cuenta factores, aspectos o elementos relevantes para lo que se pretende estudiar.

Decir, por ejemplo, que carecen de un enfoque holístico o que son acríticos o ahistóricos los estudios que concluyen, por ejemplo, en la interdependencia entre niveles de aprendizaje y hábitos de estudio, es un error. No sólo es un error porque se le niega al investigador el derecho a enfocar un aspecto particular que a él le interesa bajo ciertas circunstancias o para ciertas aplicaciones (es decir: se le niega el derecho lógico a delimitar un ‘todo’ en un determinado nivel de perspectiva).  Más que eso, es un error porque, si admitimos que en el aprendizaje intervienen otros factores, de orden socioafectivo, por ejemplo, que afectan la relación entre aprendizaje y hábitos de estudio y que por esa razón el estudio resulta pobre, entonces la falla del análisis no está en su carencia de holismo sino en haber excluido factores significativos, de orden socioafectivo. No es entonces una falla ‘holística’. Es una falla de análisis y de segmentación conceptual. Y exactamente la misma falla ocurre, por ejemplo, cuando dicen que la ciencia pertenece,  per se, a las esferas de la dominación o que la ciencia es, per se, ideológica. Allí se excluye la consideración de la ciencia como hecho lógico-racional, psicológico o epistemológico. Siendo coherentes con el anarquismo, diríamos que hay una falla holística, pero no es así. En realidad es una falla de análisis, que no toma en cuenta factores relevantes para una explicación del fenómeno ‘ciencia’.

El concepto de ‘todo’ y ‘partes’ es totalmente relativo a las perspectivas de análisis. Es imposible hablar de ‘todo’ en términos absolutos e imposible hablar de ‘todo’ al mismo tiempo. Puede demostrarse fácilmente que aun al más rico estudio ‘holístico’, tal como se entiende comúnmente en la epistemología anarquista, se le pueden señalar elementos que quedaron excluidos. Sólo si fijamos unos límites previos podemos determinar qué cosas pertenecen al todo y qué cosas no. De hecho, una de las condiciones de la validez lógica de las teorías es la llamada ‘completitud’ dentro de un sistema: un sistema teórico se torna inválido cuando podemos añadirle axiomas o postulados sin que el sistema se torne inconsistente. Conclusión: el concepto de holismo, así entendido, es trivial. No aporta nada a la solución de los problemas investigativos. Nadie ha dicho que la investigación progresa sumando partes y el mismo concepto de ‘estructura’ en lógica y en matemática es mucho más dinámico y complejo que el de una suma de partes, así que no viene al caso proponer que el ‘todo es más que la suma de sus partes’. La investigación progresa estableciendo relaciones de interdependencia entre hechos y no de suma entre partes.

 

4. Comentario final: Anarquía epistemológica, Racionalidad y desarrollo de nuestros pueblos

El gran mal de estas posturas anárquicas y charlatanas está en su irresponsabilidad con respecto a las necesidades de liberación, crecimiento y desarrollo de nuestros países. Por diversas razones, éstos han sido víctimas del colonialismo y el imperialismo tanto político y económico como científico y tecnológico. Y si algo requieren nuestras sociedades tercermundistas es educación, ciencia y tecnología en todas aquellas áreas asociadas a sus propias posibilidades y oportunidades, sobre la base de actitudes críticas y liberadoras.

Pero nuestros falsos epistemólogos, al mismo tiempo que hacen banderas en torno al holismo y la interdisciplinariedad, predican contradictoriamente una radical separación entre ‘Ciencias del Espíritu’ y ‘Ciencias de la Naturaleza’, volviéndose contra éstas y contra todo lo que sea lenguaje preciso, técnica, ciencia, tecnología y racionalidad. Su humanismo es sumamente estrecho y mutilado: se reduce al énfasis en la conciencia individual, en los valores del espíritu y sus vivencias,  etc., pero desecha todo aquello que tenga sabor a desarrollo tecnológico e industrial. Olvidan que nuestros pueblos han llegado a ser sometidos y controlados precisamente mediante la manipulación emocional, mediante la fe y las creencias irracionales y, sobre todo, mediante las situaciones de desventaja científica, tecnológica e industrial.

La solución no puede ser el cultivo de estas mismas condiciones y desventajas, sino la promoción de competencias que nos igualen a los más poderosos y que nos brinden bases de negociación y competitividad. La epistemología anarquista, por el contrario, predica el desprecio por los instrumentos con los que nos han sometido y exalta las mismas condiciones de desventaja en virtud de las cuales se ha constituido el atraso de nuestros países. 

En vez de ilustrar y arrojar claridad sobre nuestros problemas de desarrollo, los falsos epistemólogos de la anarquía y la irracionalidad promueven el misterio y el oscurantismo. Hablan de una ‘teoría crítica emancipadora’, pero recurren a un discurso enrevesado, lleno de ambigüedades, trivialidades y altisonancias que nadie entiende[4]. Una ‘teoría crítica’ debería comenzar por buenas definiciones, por identificaciones y delimitaciones bien concretas y luego seguir hacia orientaciones precisas, indicando quién debe emanciparse de quién, cuáles son las direcciones de esa emancipación, cuáles son los medios e instrumentos más eficientes, etc. Pero, a cambio de eso, redundan en generalidades y trivialidades como aquéllas de que el todo es más que la suma de sus partes o de que conocimiento es poder o de que la función de las Ciencias Sociales es la transformación y no el conocimiento, etc. En la medida en que nos concentremos en atacar la ciencia, el lenguaje científico y el desarrollo tecnológico e industrial, resaltando la verborrea y la retórica, en esa medida estaremos siendo enemigos de nuestros propios pueblos y aliados de quienes los subyugan. Como dije en otro trabajo, “estas posturas anárquicas, disfrazadas de crítica epistemológica, son el más reciente e inteligente artificio de las clases dominantes para confundir y subyugar” (Padrón, 1994: 39).

A todo esto hay que añadir la total improductividad de las falsas epistemologías. Critican al positivismo y al racionalismo, pero no pueden negar sus hallazgos y, sobre todo, no pueden ocultar su complacencia con un buen automóvil, por ejemplo, o con el aire acondicionado, los ascensores, las computadoras, la medicina, y, en general, con todo aquello que nos ha legado la demoníaca ciencia empirista y racionalista. Atacan la ciencia y la tecnología, pero se benefician generosamente de sus productos. En cambio ¿dónde están los productos de la ‘nueva racionalidad’ y de los ‘paradigmas emergentes’, sus aportes al ser humano y sus contribuciones al desarrollo? Pero, más que eso, ¿dónde están sus investigaciones? ¿Y qué hay de sus teorías? Admitamos que no se interesan en producir conocimientos, sino transformaciones de la realidad. Pero entonces, ¿qué cosas han logrado transformar hasta ahora?

La racionalidad, entendida intuitivamente como propiedad aplicable a la integración y regulación de los mecanismos sensoriales y afectivos en función de la producción de información explicativa a partir de información descriptiva, todas traducibles en proposiciones lógicas evaluables, implica un alto grado de análisis, de abstracción, de particularización y, en general, de hallazgo de relaciones. Son estos mecanismos de la racionalidad lo único que nos permite descubrir el engaño, la manipulación y el encubrimiento en la esfera del control social, de la alienación, de las ideologías y de las relaciones de dominación. El atraso de nuestros pueblos viene a ser, a la postre, atraso de racionalidad. El crecimiento y desarrollo social, así como las necesarias revoluciones liberadoras, vienen a ser, en principio, conquistas de racionalidad.

A propósito de esta última idea, cerraré esta intervención con una oportuna cita de Morris (1962 : 264), uno de los pioneros en proponer la Semiótica como mecanismo de análisis racional en contra del engaño proveniente del uso de los signos y del lenguaje:

Desde la cuna hasta la tumba, desde que se levanta hasta que se acuesta, el individuo de hoy se halla rodeado por una interminable red de signos, mediante los cuales procuran los demás adelantar sus propios objetivos. Se indica lo que ha de creer, lo que debe aprobar o desaprobar, lo que debe hacer o evitar. Si no se pone en guardia se transforma en un verdadero robot manipulado por signos, pasivo en sus creencias, sus valoraciones, sus actividades (...) El desarrollo de la radio, la prensa y el cine permite la enorme extensión de una influencia que en lo esencial no difiere de la hipnosis. La conducta se torna así estereotipada, monótona, compulsiva y patológica. La semiótica puede servir como antídoto contra esta explotación de la vida individual. Cuando el individuo hace frente a los signos que se le presentan con un conocimiento de cómo operan los signos, le es más fácil defenderse contra la explotación por parte de los demás, así como está mejor capacitado para colaborar con ellos, cuando tal cooperación se justifica. Si se pregunta qué especie de signo le sale al paso, con qué propósito se lo emplea, qué pruebas hay de su verdad y adecuación, su actuación se transformará de respuesta automática en conducta crítica e inteligente (...) EI individuo que se problematiza la verdad y la adecuación de sus signos, los fines a que lo guían sus signos favoritos, y las zonas de su vocabulario de signo, que se resisten especialmente a dejarse explotar, está al menos mejor capacitado para señalarse sus propias técnicas de auto-explotación, con lo que hasta cierto punto logra infundir a sus procesos una flexibilidad que refleja la salud individual y la promueve.

 

 

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REFERENCIAS

Fodor, J. (1985): El Lenguaje del Pensamiento. Madrid: Alianza

Guba,  (1991): The Paradigm Dialog. California: Sage.

Habermas, J. (1978): "Teoría Analítica de la Ciencia y Dialéctica", en Popper y Otros: Lógica de las Ciencias Sociales. México: Grijalbo.

Morin, E. (1986): La Connaisance de la Connaissance. Paris: Editions Du Seul.

Morris, Ch. (1962): Signos, Lenguaje y Conducta. Buenos Aires: Losada.

Padrón, J. (1992): Aspectos Diferenciales de la Investigación Educativa. Caracas: USR.

________ (1994): “Elementos para el Análisis de la Investigación Educativa”, en Revista de Educa­ción y Ciencias Humanas, Año II, Nº 3, 13-39.

_________(1996): Análisis del Discurso e Investigación Social. Caracas: Publicaciones del Deca­nato de Postgrado de la USR.

Popper, K. (1987): La Miseria del Historicismo. Madrid: Alianza.

Putnam, H. (1990): Representación y Realidad. Barcelona: Gedisa.

Seiffert, H. (1977): Introducción a la Teoría de la Ciencia. Barcelona: Herder.

Wittrock, M. (1989): La Investigación de la Enseñanza, I. Buenos Aires: Paidós.



[1] Para ellos, por cierto, todo lo que es estructurado es positivismo; de hecho toda la historia epistemológica la dividen simplemente en positivismo y postpositivismo, algo así como si dividiéramos el mundo sólo en dos partes: “yo y todo lo que no soy yo”.

[2] Conste que no estoy hablando en contra de todo lo que han llamado investigación cualitativa, dentro de la cual conozco algunos trabajos serios y a intelectuales muy respetables. Estoy refiriéndome a toda una ola de anarquismo, frivolidad y charlatanería que ha logrado penetrar al área de la investigación universitaria por la misma puerta que han abierto las posiciones sociohistoricistas, hermenéuticas y fenomenológicas a raíz de los recientes debates epistemológicos en Ciencias Sociales.

 

[3] Un proceso es sistematizado cuando obedece a un orden o secuencia operativa estable y repetible, en función del logro de un objetivo. Un proceso es socializado cuando trasciende la conciencia del individuo para ubicarse en el dominio de las grandes colectividades. Ambos términos aparecen en varios trabajos anteriores (por ejemplo, Padrón, 1992) .

[4] Para una tipificación de este tipo de discurso desde el punto de vista de una Teoría del Texto, véase Padrón, 1996 : 299-309.

 

 

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