4. Dependencia y colonialismo (imitación, réplica y subordinación)

Las relaciones entre las esferas nacional e internacional en lo concerniente a producción de conocimiento científico es una perfecta réplica de esas mismas relaciones en lo concerniente a producción económica global y a regulaciones de dominación socio-política. Así como somos países tercermundistas, colonizados y dominados desde un punto de vista político-económico, así también somos investigadores tercermundistas, colonizados y dominados desde un punto de vista científico-tecnológico e investigativo.

El liderazgo en las producciones teóricas está en manos de los países industrializados, mientras que en nuestros países nos limitamos a investigar sobre las huellas trazadas a partir de ese liderazgo. Allá se hacen las teorías y aquí se hacen los chequeos, las seguidillas, las imitaciones y las aplicaciones. Nuestras investigaciones no suelen ser bien vistas si no citamos a los ‘grandes’ autores, que, por supuesto, no son autores criollos: nuestros propios jurados y evaluadores a menudo consideran poco interesante cualquier trabajo que construya teorías propias con independencia de las teorías de los grandes centros investigativos de los países industrializados, de modo que nuestra única opción consiste en producir conocimientos y tecnologías obedientes a las pautas y lineamientos de la investigación del  primer mundo. Es en los grandes centros investigativos internacionales donde se arma el piso académico de control científico y de influencia al cual sólo acceden los autores que ejercen ese control.

Ha sido así cómo en el área de las Ciencias Sociales, por ejemplo, numerosísimos estudios de gran valor científico producidos en los países subdesarrollados han muerto en el anonimato total, mientras que abundantes trivialidades y grandilocuencias de ciertos autores han recorrido el mundo como todo un boom intelectual (recuérdense los planteamientos de Sokal y Bricmont, el llamado “caso Sokal”). Preguntémonos si hay algún investigador tercermundista que sea internacionalmente reconocido sin haber salido de su país y sin haberse inscrito en alguno de los centros académicos internacionales influyentes. O preguntémonos si hay en el tercer mundo algún centro de producción científica que tenga el mismo rango de influencia y prestigio que el estándar de los centros científicos de los países del primer mundo.

Algo de esto fue sugerido hace años por Thomas Kuhn. Lástima que éste no llegó al fondo del asunto, al de las relaciones socio-políticas de dominación y al de la filosofía del individualismo, que es la misma filosofía de la ley de la selva.

En el tercer mundo muchos investigadores “bailan al son que toquen” los investigadores del primer mundo. Cuando en el primer mundo se hablaba, por ejemplo, de “Conductismo”, aquí nos vimos obligados a estudiar e investigar sobre lo que escribían Skinner, Bloom, Gagné, etc. y toda la planificación educativa para nuestros pobres pueblos se fundamentó absolutamente en los diseños instruccionales conductistas. Después cayó el conductismo y se impuso el mal comprendido “Cognitivismo” y entonces todos en el tercer mundo tuvimos que seguir a Ausubel y compañía. Después vino el inefable “Constructivismo”, el gran enredo, y entonces nos perdimos en una gran estopa intelectual y ahora nos hallamos mucho más enredados que nunca con el Postmodernismo y la Fenomenología radical.

Este gran pecado capital no radica en el ventajismo de los poderosos ni en su ejercicio de dominación. La culpa es menos de ellos y mucho más de quienes son sus víctimas. Es más bien la falta de nacionalismo a la hora de abordar la ciencia y la investigación, la falta de visión de los horizontes de dominación dentro de los cuales se manipula la ciencia y la investigación. Lo malo no está sólo en las ansias de sometimiento del poderoso sino también en la sumisión del oprimido quien, en vez de buscar liberarse y fortalecerse, se empeña en parecerse al dominante. He aquí el gran pecado capital: al vernos sometidos y dominados, no buscamos liberarnos mediante nuestras propias fortalezas, sino que admiramos al dominante e intentamos negociar con él e imitarlo, buscando pasarnos a su propio bando. Ese parece ser el esquema de la llamada “superación personal” dentro de esa filosofía individualista y subdesarrollada que domina también casi todo el panorama de la investigación científica en nuestros países tercermundistas.

La investigación medicional, de base probabilística, que prevaleció en nuestros países hasta hace alguna década, es un ejemplo adicional de este pecado capital: nuestros investigadores y epistemólogos siempre creyeron que ese era el modelo de investigación “positivista”: chequear las relaciones entre una variable independiente y un determinado efecto, mediante procedimientos correlacionales o causales de mecánica estadística y cuantitativa. No se dieron cuenta de que en realidad ese no era el modelo positivista sino apenas el esquema parcial de la fase contrastivo-experimental de todo el programa de investigación, que comenzaba en planteamientos generales diseñados en los grandes centros de liderazgo investigativo. Nadie vio a Skinner, por ejemplo, haciendo análisis de varianza ni regresión múltiple. Él y su equipo diseñaban ciertas suposiciones y luego toda una pléyade de sus propios estudiantes y seguidores inmediatos allá mismo, más los investigadores tercermundistas de acá, realizaban el trabajo mecánico de chequeo medicional que luego retornaba a la cúpula líder de la investigación, que era donde estaba el control de todo el asunto y que se aprovechaba del trabajo de las hormiguitas. Éstas, por su parte, jamás se enteraron de que existía la noción de “programa de investigación” ni, mucho menos, fueron capaces de diseñar alguno de esos programas dentro de su propia región. Nuestros profesores de metodología de esa época se encargaron de hacernos creer que investigar era medir relaciones entre variables: la “operacionalización del problema”, la “delimitación del problema”, las “variables”, las “muestras”, etc., constituyeron las claves de esa enseñanza. Es decir, no nos enseñaron a investigar, sino a hacer el trabajo de hormiguitas que se solicitaba en el mundo industrializado.

Y luego, más recientemente, con el auge de la mal llamada “investigación cualitativa”, se nos quiere hacer ver que aquel era el nefasto modelo positivista, ocultándonos que era más bien el nefasto modelo de dominación científica, con lo cual algunos de los “nuevos paradigmas” se hacen pasar por avances epistemológicos cuando en realidad repiten ese mismo modelo de dominación, esta vez con un disfraz más colorido y variopinto. Ahora enseñan a nuestros investigadores a trabajar para los mismos patronos, pero con un cierto “nuevo” esquema que, por cierto, también es totalmente importado.

El hecho es que continuamos sin diseñar grandes programas de investigación que cohesionen nuestros esfuerzos individuales en función de unos objetivos de investigación autónomos, líderes en sí mismos, ajustados a nuestras propias necesidades de conocimiento y que puedan competir y penetrar en los centros mundiales de la ciencia. Mientras eso no ocurra seguiremos, como investigadores, siendo colonia del imperio y seguiremos deslumbrándonos con los espejitos que nos traen los conquistadores. Por lo pronto, en el caso de las Ciencias Sociales, estamos embelezados con los espejitos del postmodernismo y de los paradigmas “emergentes”.

Se entiende cuando Bunge sostiene que el ‘Nacionalismo’ no aplica a la Ciencia y que ésta no tiene geografías, pero esto sólo es cierto desde un punto de vista epistemológico y lógico-metodológico, en el sentido de que una teoría es tal cosa por sus propias estructuras y no por el sitio en el cual se construyó ni por su autor ni por su momento histórico. Pero el problema es de tipo pragmático: jamás podremos evaluar una teoría ni podremos contar con todas las teorías posibles respecto a un problema si para las comunidades científicas sólo son teorías las que se diseñan en los países industrializados y si las teorías provenientes del tercer mundo son ignoradas. El nacionalismo científico es una crítica a este tipo de discriminaciones. De hecho, sobran los ejemplos históricos de teorías célebres que ya habían sido formuladas tiempo atrás por algún autor que había trabajado en la sombra (los casos de Peirce y Vigotsky son emblemáticos). Esta discriminación repercute sobre el plano epistemológico desde el momento en que sobre cierto problema existan teorías adecuadas que sean ignoradas por las comunidades científicas, generándose así una traba para las nociones de “acumulación” del conocimiento y de aumento de “verosimilitud” de Popper.

 

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